Amartya Sen – Premio Nobel de economía de 1998

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El apóstol de la pobreza

El primer asiático al que se le ha otorgado el premio Nobel de economía ha sido al indio de etnia bengalí Amartya Sen.

La nominación de Sen venía pronosticándose desde hacía bastantes años, pero su candidatura era derrotada sistemáticamente, pues los planteamientos de Sen sobre el subdesarrollo y los problemas del tercer mundo no resultaban suficientemente atractivos. Tan es así, que en su nombramiento tal vez haya influido el complejo de mala conciencia del comité seleccionador, que respondía así a las críticas que proponían suprimir un premio que solo servía para promocionar modelos capitalistas. Sin embargo, hay que añadir inmediatamente que el premio no solo era oportuno sino extraordinariamente merecido.

Sen se licenció en Calcuta para marcharse después a Cambridge, donde las reticencias del Reino Unido y cabeza de la Commonwealth le hicieron repetir su licenciatura antes de convalidar sus estudios y de darle el plácet académico. Desde allí volvió a la India a enseñar con 23 años en la misma universidad que poco antes le había formado. Su nombramiento despertó una oleada de protestas y de pintadas por parte de una sociedad tan tradicional que escribía en las paredes: “nos han puesto un profesor que acaba de salir de la cuna”. Cincuenta años más tarde Sen puede lucir la distinción de ser reconocido como Doctor Honoris Causa por 90 universidades de todo el mundo.

La economía del bienestar

La enorme pobreza que observó durante su infancia en lo que hoy es Bangladesh, le condicionó decisivamente para orientar sus estudios hacia las causas que provocan el hambre y el subdesarrollo en el mundo. En este sentido, frente al utilitarismo y los análisis sobre la eficiencia productiva, Sen se pregunta cuál es el objetivo de la economía y sus respuestas le conducen a la introducción de elementos éticos y filosóficos en su razón de ser.

Afirma que crecimiento no es equivalente a desarrollo y que el PIB no es un buen indicador para determinar la satisfacción de la gente y su grado de bienestar. Las desigualdades pueden ser tan extremas, que no es justo medir la prosperidad de un país por la cantidad de bienes y servicios que produce, si estos se distribuyen de forma inmoralmente irregular entre unos ciudadanos que no disponen de un mínimo de derechos y no viven en un razonable entorno de justicia y libertad.

Por ello Sen se ha convertido, en la conciencia de la profesión, que no siempre recibe sus críticas con entusiasmo, llegando a llamársele “la madre Teresa de la economía”. Los títulos de sus escritos dicen mucho más de lo que pueda expresarse con un extenso comentario. “Pobreza, Hambre y Desarrollo”, “Sobre Ética y Economía”, “Estúpidos racionales” o “Se busca un trabajo decente”, son algunos de ellos.

La economía del bienestar pretende ampliar el limitado concepto de riqueza, añadiendo factores como la esperanza de vida, la salud, el analfabetismo, la tasa de desempleo, o el nivel de justicia y de libertad.

El índice de pobreza

A petición de su amigo, el pakistaní Mahbub ul Haq, Sen estableció lo que desde entonces es conocido como IDH o Índice de Desarrollo Humano, que es elaborado regularmente por el PNUD, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, y que se ha convertido en el indicador estándar para medir el grado de desarrollo y de bienestar de los diferentes países. Ul Haq quería algo muy sencillo; una sola cifra, tan simple como el PIB y desde entonces ese índice se utiliza con profusión y es conocido como el “índice Sen”.

De los problemas tercermundistas el que más le ha preocupado es el de las hambrunas, al que ha dedicado estudios más específicos, con resultados, si no sorprendentes, por lo menos inesperados. Concretamente, de la hambruna de 1943 que ocasionó más de tres millones de muertos en el golfo de Bengala y que él vivió personalmente con diez años, Sen llega a la conclusión de que el volumen de la cosecha fue el habitual y que la causa de la catástrofe la originó la subida de los precios del arroz y la escasez que provocaron las compras masivas que hizo el ejército británico para alimentar a las tropas enviadas para defender la zona de la invasión japonesa. El problema fue de imprevisión en la distribución local y no de la escasez de la cosecha mundial de aquel año.

Otro ejemplo clásico lo constituye la gran hambruna china de 1959-1962, que al margen de explicaciones políticas y de fallos de planificación, tiene una justificación sorprendente. Basada en un exceso de celo, se procedió a una campaña alentada por economistas ingenuos, que habían descubierto recientemente el análisis coste-beneficio, pero que no habían comprendido todavía que hay que meter en la ecuación todos los costes, y que la eliminación de algunos costes no siempre se traduce en beneficios. Alguien calculó la cantidad de trigo y arroz que consumían anualmente los gorriones y llegaron a la conclusión de que podían rescatarse varios millones de toneladas si se les eliminaba. El celo perseguidor de aves se extendió a roedores y demás devoradores de granos, premiándose la destrucción de nidos y cualquier otra forma de aniquilación de estos sujetos. La campaña tuvo un éxito notable, pero la consecuencia del mismo consistió en una reducción de la cosecha en un 30%, debido a la expansión de las plagas de las gramíneas y a la modificación del equilibrio ecológico que mantenían a raya a sus depredadores naturales. Sen añadiría que un caso como este solo podría producirse en países con regímenes autoritarios, pues la oposición democrática habría denunciado los errores del poder y corregido sus funestos resultados.

Para terminar solo una consideración adicional. El premio, que ese año recibió Sen en exclusiva y que alcanzó la cifra de 7 millones de coronas suecas, lo destinó íntegramente a instituciones de caridad, demostrando la coherencia de su mensaje, y en que consiste el predicar con el ejemplo.

Para conocer un poco más a fondo sobre cada uno de los galardonados recuerda que puedes consultarlo todo en el libro ‘Una corona de laurel naranja’ o entrando al siguiente blogJosé Carlos Gómez Borrero      

José Carlos Gómez Borrero

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