Sorprender o prohibir, pero nunca prometer
La aportación más conocida de Prescott es la teoría de las expectativas adaptativas, que viene a explicar por qué los políticos no suelen cumplir sus promesas. Es posible que cuando las proponen crean sinceramente que las llevarán a cabo, pero, al anunciar sus intenciones, los afectados se preparan para defenderse o aprovecharse de las políticas anunciadas, haciéndolas fracasar y justificando los cambios de criterio.
Por eso Prescott propone la determinación de reglas fijas, vigiladas por instituciones independientes que puedan resistirse a las presiones, y que impidan que se pueda modificar lo establecido por muy oportuno que parezca.
El Banco Central debe controlar la inflación, por mucho que le pida el gobierno que aumente la cantidad de dinero en circulación, y los Tribunales harán cumplir las leyes vigentes, aunque haya fuertes presiones para que se haga la vista gorda ante determinados delitos.
Ulises y la inconsistencia temporal
El ejemplo clásico sobre el particular lo proporciona La Odisea, en el pasaje en el que Ulises quiere escuchar el canto de las sirenas, pero no quiere sucumbir a sus encantos. Por supuesto Ulises sabe lo que le espera si no se resiste a sus llamadas, y por eso, no solo pide que le amarren al mástil de su barco, sino que tapona los oídos de sus marineros para que no obedezcan sus órdenes si cambia de opinión.
En el terreno de la economía el fenómeno se presenta en multitud de ocasiones. Si la relación entre políticos y administrados solo se realizase en una sola ocasión, puede que los afectados creyesen en las promesas de sus gobernantes, pero cuando la experiencia ha demostrado que lo que fue bueno en su día – jamás subiremos los impuestos, nunca negociaremos bajo la presión de la violencia, o no incurriremos en el futuro en ningún déficit presupuestario – deja de serlo por los motivos que sean, la credibilidad del ejecutivo se desmorona y sus objetivos fracasan al no ser creídas sus intenciones.
El poder de controlar, la teoría de juegos y las expectativas adaptativas
La dinámica anterior cuestiona la confianza en el poder de control del que se supone que goza el gobierno, para hacer cumplir su voluntad. Sin embargo, la sacralización del ordeno y mando no tiene en cuenta las premisas de la teoría de juegos, que establece que los resultados finales no dependen solo de las decisiones de uno solo de los actores, sino también de las respuestas que puedan adoptar el resto de los participantes en el juego.
Los fracasos de la política económica, cuando es proclamada abiertamente, conducen a que los afectados se defiendan, haciéndolas ineficaces, y a lo que Prescott llama expectativas adaptativas, que son tan racionales como las propuestas por Robert Lucas, pero que añaden a la racionalidad de las ideas, la credibilidad que merecen las experiencias sufridas.
Su opinión es que deberían aplicarse reglas fijas, al margen de la que pudiera ser la voluntad de los gobernantes. Practicar una especie de declaraciones sorpresivas que no permitan reaccionar a los afectados, o mejor aún, renunciar a tomar determinadas decisiones, dejándolas en manos de terceros. Por ejemplo, establecer como precepto constitucional el equilibrio financiero de las cuentas del Estado, delegar en un Banco Central independiente el control monetario y la inspección de las entidades financieras del país, o la pérdida de soberanía de determinadas funciones.
Poner el despertador lejos de la mesilla de noche, para obligarnos a tener que levantarnos para apagarlo, taponar los oídos de los marineros de Ulises, o involucrar a terceros para que cumplimenten inexorablemente nuestras promesas, son el tipo de medidas que propone la teoría para combatir la inconsistencia temporal. Así, para evitar el tener que convencer de la veracidad de nuestras promesas a todo el mundo, lo más conveniente es establecer una legislación precisa y conseguir que todo el mundo, incluidos los gobernantes, respeten sus leyes.
Para conocer un poco más a fondo sobre cada uno de los galardonados recuerda que puedes consultarlo todo en el libro ‘Una corona de laurel naranja’ o entrando al siguiente blog. José Carlos Gómez Borrero