El comercio es el arma más poderosa de China26/11/2015 | David Pilling (Financial Times) – Financial Times Español
Este momento debería haber sido terriblemente vergonzoso para el primer ministro de Malasia Najib Razak — quien se encuentra envuelto en un escándalo — para reunirse con el líder del mundo libre y con el del mundo “no tan” libre. El fondo de desarrollo que él ayudó a formar, 1Malaysia Development Berhad (1MDB), es objeto de múltiples investigaciones internacionales en relación con transacciones sospechosas. El fondo, agobiado por una deuda de 11 mil millones de dólares, está luchando por mantenerse a flote. En lugar de ello, el Sr. Najib — quien recientemente se regocijó al encontrar 700 millones de dólares en su cuenta bancaria personal procedentes de un donante anónimo de Oriente Medio— parecía saborear la oportunidad de darles la bienvenida al presidente de EEUU y al primer ministro chino, quienes estaban en Kuala Lumpur la semana pasada para asistir a reuniones regionales. Y el Sr. Najib debería haberla disfrutado. Barack Obama — quien necesita urgentemente al Sr. Najib para apoyar una extensa agenda que cubre desde la lucha contra el terrorismo hasta el libre comercio — fue definitivamente moderado con el líder, quien está acusado de malversación de fondos estatales en una escala masiva. Entre otras cosas, el Sr. Obama elogió a Malasia como «extraordinariamente útil» en la lucha contra el Estado Islámico (EI) con una contrastante narrativa moderada del Islam. El presidente Obama también reconoció la importancia de Malasia como suscritor del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP), un pacto comercial que Washington espera unirá a EEUU con la región más dinámica del mundo y complementará su muy discutido (aunque no realmente puesto en práctica) pivote militar hacia el Pacífico. Li Keqiang, el líder chino, fue todavía más allá. Él colmó al Sr. Najib de regalos, como si 700 millones de dólares no fueran suficiente. La compañía estatal Grupo General de energía nuclear de China (CGN, por sus siglas en inglés) pagó 2,3 mil millones de dólares para comprar activos de energía pertenecientes a 1MDB, aliviando así el sufrimiento ocasionado por la deuda. El Sr. Li habló animadamente sobre el potencial de otras grandes inversiones chinas, incluyendo un enlace ferroviario de alta velocidad desde Kuala Lumpur hasta Singapur. Los dos intercambiaron compras de las deudas de cada quien c La opinión habitual en relación con el ascenso de China es que les presenta a los países asiáticos una decisión difícil. En el caso de Australia, por ejemplo, ¿cómo debería equilibrar sus intereses comerciales con China, con mucho su mayor socio comercial, en contraste con sus serios intereses de seguridad con EEUU? La respuesta es que no siempre es fácil. Australia — cuyos 24 años de crecimiento libres de recesión se deben en gran parte a una demanda de materias primas por parte de China que hasta ahora ha sido voraz — tiene una relación delicada con su benefactor económico. Sídney ha sido cautelosa acerca de las inversiones chinas en campos agrícolas, telecomunicaciones y minerales. Sin embargo, para los países menos acaudalados puede existir una alternativa: enfrentar a uno contra el otro para obtener el mejor trato posible. Un ejemplo de ello es Pakistán. Islamabad, intermitente aliada de Washington, se ha mantenido constantemente cerca de Beijing. El país ha sido premiado con la promesa de grandes inversiones en sus deteriorados sectores de energía y transporte. China ha hablado grandiosamente de la construcción de un corredor de 1.800 millas de longitud que une al puerto de aguas profundas paquistaní en Gwadar con su inestable región de Xinjiang. Aunque sea una fracción de los 46 mil millones de dólares que Beijing ha prometido, si se materializa, podría conllevar un efecto transformador. Indonesia también ha actuado con astucia. Recientemente, el país ha creado un enfrentamiento no de China contra EEUU, sino contra Japón. Después de años de hablar con Tokio sobre un tren bala de 5 mil millones de dólares, en el último minuto Yakarta decidió aceptar la propuesta china. Beijing le ofreció un acuerdo de financiación demasiado bueno como para dejarlo pasar. Los sorprendidos diplomáticos japoneses prometieron redoblar sus esfuerzos para ganar el enlace ferroviario de Kuala Lumpur a Singapur que también está en el punto de mira de Beijing. Este tenue tipo de altercados comerciales — aunque menos propenso a conseguir titulares que las disputas sobre islas artificiales en el mar de China Meridional — puede resultar ser más significativo. Si Washington tiene el TPP, Beijing cuenta con el Acuerdo de Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés). EEUU tiene el Banco Mundial y el Banco Asiático de Desarrollo (ADB, por sus siglas en inglés). En la actualidad Beijing cuenta con el banco Asiático de inversiones en infraestructura (AIIB, por sus siglas en inglés), el cual podría poner en marcha proyectos de financiación el próximo año. La mejor ventaja de Beijing puede ser su iniciativa “Un Cinturón, una Ruta” diseñada para unir a China con Europa y el Medio Oriente a través de vías férreas, carreteras y puertos que abarcan el centro de Asia y los océanos Pacífico e Índico. Sin embargo, el dinero sólo tiene poder hasta cierto punto. Myanmar, Sri Lanka y Filipinas se han resistido a la fuerza gravitacional de China. La reforma política y las propuestas de Myanmar dirigidas a Washington fueron impulsadas por el miedo de los generales de estar endeudados con Beijing. Los votantes de Sri Lanka expulsaron al ex presidente Mahinda Rajapaksa porque era percibido como demasiado amigable con China. Y Filipinas ha dado prioridad a sus preocupaciones de seguridad sobre las económicas, arriesgando provocar la ira de China (y los boicots de plátanos) al llevar a Beijing ante el tribunal internacional por una disputa de soberanía. Está claro que existe una batalla para ganar los corazones y las mentes de Asia. Y se ganará con la ayuda tanto de ingenieros como de estrategas militares. |
China’s most powerful weapon is trade11/26/2015 | David Pilling (Financial Times) – Financial Times English
This ought to have been an excruciatingly embarrassing time for Najib Razak, Malaysia’s scandal-engulfed prime minister, to meet the leaders of the free and not-quite-so free world. The development fund he helped set up, 1Malaysia Development Berhad, is linked with multiple international probes into suspicious transactions. Weighed down by $11bn in debt, it is fighting to stay afloat. Instead, Mr Najib, fresh from the glow of finding $700m from an unnamed Middle Eastern donor in his personal bank account, appeared to relish the chance of hosting the US president and Chinese premier, both of whom were in Kuala Lumpur last week to attend regional gatherings. As well he might. Barack Obama, who badly needs Mr Najib to support a broad agenda, from counter-terrorism to free trade, went decidedly easy on a leader who stands accused of misappropriating state funds on a massive scale. Among other things, Mr Obama praised Malaysia as being “extraordinarily helpful” in fighting Isis with a counter-narrative of moderate Islam. He also acknowledged Malaysia’s importance as a signatory of the Trans-Pacific Partnership, a trade pact Washington hopes will bind it to the world’s most dynamic region and complement its much-discussed (though not-so-much enacted) military pivot to the Pacific. Li Keqiang, the Chinese leader, went one better. He showered Mr Najib with gifts — as if $700m was not enough. State-owned China General Nuclear Power Group coughed up $2.3bn to buy energy assets belonging to 1MDB, thereby relieving its debt misery. Mr Li talked glowingly about the potential for other big Chinese investments, including a planned high-speed rail link from Kuala Lumpur to Singapore. The two traded purchases in each other’s debt as lovers might trade poems. The usual view of China’s rise is that it presents Asian countries with a tough choice. How, for example, should Australia balance its commercial interests with China, by far its biggest trading partner, against its deep security interests with the US? The answer is that it is not always easy. Australia, whose 24 years of recession-free growth owe much to China’s hitherto voracious demand for commodities, has a sometimes tetchy relationship with its economic benefactor. Canberra has been wary about Chinese investments in farmland, telecommunications and minerals. Yet for less well-off countries there may be an alternative: play one off against the other for the best possible deal. A case in point is Pakistan. An on-again, off-again ally of Washington, Islamabad has consistently stuck close to Beijing. It has been rewarded with the promise of huge investments in its rickety power and transport sectors. China has talked grandiosely of building an 1,800 mile-long corridor linking Pakistan’s deep-sea port at Gwadar to its own restless Xinjiang region. If even a fraction of the $46bn Beijing has flashed comes good, it could be transformative. Indonesia, too, has been canny. Recently, it played off China against not the US but Japan. After years of talking to Tokyo about a $5bn bullet train, at the last minute Jakarta took the Chinese shilling. Beijing offered a financing deal too good to pass up. Wrongfooted Japanese diplomats promised to redouble efforts to win the Kuala Lumpur-Singapore rail link also in Beijing’s sights. This sort of soft commercial tussle, though less headline-grabbing than scraps over artificial islands in the South China Sea, may turn out to be more significant. If Washington has the TPP, Beijing has the Regional Comprehensive Economic Partnership. The US has the World Bank and Asian Development Bank. Now Beijing has the Asian Infrastructure investment bank, which could start funding projects next year. Beijing’s trump card may be its One Belt, One Road plan to link China to Europe and the Middle East via railways, roads and ports spanning central Asia and the Pacific and Indian Money can only buy you so much. Myanmar, Sri Lanka and the Philippines have each resisted the gravitational pull of China. Myanmar’s political reform and overtures to Washington were driven by the generals’ fear of being beholden to Beijing. Sri Lanka’s voters kicked out former president Mahinda Rajapaksa because he was seen to have cosied up too closely to China. And the Philippines has put its security concerns ahead of its economic ones, risking Chinese wrath (and banana boycotts) by taking Beijing to international court over a sovereignty dispute. Yet the battle is on for the hearts and minds of Asia. It will be won as much by engineers as by military strategists. |
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