El negocio de las fronteras15/03/2014 | Tim Harford – Financial Times Español
Este domingo la región ucraniana de Crimea decide si quiere convertirse en la región rusa de Crimea. Las circunstancias son más desagradables, y apresuradas, que las del referéndum escocés por la independencia que se realizará este año, pero ambas elecciones son un recordatorio de que los límites nacionales pueden ser algo arbitrario. Estos surgen, se evaporan o se mueven en base al voto popular, la fuerza bruta o – como puede suceder en Ucrania – por ambos. Mirando 70 años atrás, la tendencia generalizada era que las fronteras surgieran más que desparecieran. En 1946 había en el mundo 76 países independientes; hoy en día los EE. UU. reconocen 195. La definición diplomática de lo que es un país independiente no siempre coincide con el sentido común: un hermoso distrito en Roma está en la lista pero Taiwan no. Sin embargo, la narrativa es lineal: el mundo alberga a más y más países independientes. Algunas colonias han ganado su independencia de los antiguos imperios y algunos países han sido divididos en partes más pequeñas. Las uniones, como la de las Alemanias, son raras. Lo curioso acerca de las Naciones Estado es que no son unidades económicas sino políticas. Olvidamos esto porque las estadísticas económicas son reunidas a nivel nacional pero un país es una unidad ficticia de análisis económico. Es mucho más lógico pensar acerca de la economía de las grandes ciudades y las regiones que las alimentan. Barcelona y Madrid son economías separadas. La línea económica divisoria en el Reino Unido no corre a lo largo de la frontera escocesa entre Berwick y Gretna – más bien rodea Londres, incluyendo a Oxford, Cambridge y Brighton. Londres es el territorio económico independiente del Reino Unido. La razón por la que permanece como parte del país es porque los límites políticos están determinados por la política, no por la economía. Sin embargo la economía importa, por lo menos de manera marginal. No bastaría solo la teoría económica para explicar la existencia de manera simultánea de China (con una población de 1,35 mil millones) y de la Ciudad del Vaticano (con una población aproximada a la media de una secundaria británica). Pero las teorías económicas pueden explicar algunos de los cambios que hemos visto desde la segunda guerra mundial. La economía mundial está mucho más integrada hoy en día. Alguna de esta globalización es independiente de las fronteras nacionales – Internet y el contenedor facilitan el comercio mundial independientemente si el mundo está formado por una sola nación o por mil – pero mucho de esto se debe a menores tarifas y menores barreras no tarifarias. En un mundo de altas barreras tarifarias era caro ser una nación pequeña, porque ser una nación pequeña significaba tener un mercado pequeño. Las barreras tarifarias han disminuido de manera constante desde el fin de la segunda guerra mundial mientras que el número de naciones estado se ha incrementado – un patrón documentado en la American Economic Review por tres economistas: Alberto Alesina, Enrico Spolaore y Romain Wacziarg. Hay cierta circularidad aquí: los estados pequeños son proclives a bajar las barreras tarifarias mientras que bajas barreras tarifarias permiten que florezcan pequeños estados. Los nacionalistas escoceses han argumentado, a lo largo de los años, que el Reino Unido es innecesario porque una Escocia independiente pudiera prosperar dentro de la Unión Europea y que el comercio sería fácil porque Escocia podría utilizar el euro o la libra. Los unionistas del Reino Unido – y en España, que se enfrenta a sus propias presiones secesionistas – han argumentado lo contrario. Es irónico que el lado pro-unión sea tan proclive a hablar acerca de barreras a la integración y que el lado separatista esté ansioso por dibujar una economía sin fronteras. Sin embargo, la lógica económica a ambos lados es suficientemente clara. Entonces ¿Existe un tamaño ideal para una nación? Depende del ideal que tenga cada quien. Alberto Alesina distingue entre el equilibrio democrático y el “equilibrio de Leviatán”. Un equilibrio democrático es lo que puede resultar si cualquier región puede separarse por votación popular. El equilibrio de Leviatán es el resultado de un proceso en el cual países grandes pueden considerar conveniente absorber a los pequeños. El equilibrio de Leviatán tiene menos y más grandes estados soberanos porque los dictadores se preocupan poco de la autodeterminación regional pero aman la fortaleza militar que conlleva la escala. Esto es algo que los vecinos de Rusia entienden muy bien. Las naciones pequeñas pueden formar alianzas pero estas son un sustituto imperfecto a tener un portaviones propio. San Marino, la Santa sede y el doblemente encerrado Liechtenstein dependen de la indulgencia de sus vecinos para existir. Pero aquí, otra vez, hay más en juego que solo política. Mientras que la economía mundial se vuelve más intangible, hay menos que ganar al apoderarse de más territorio por la fuerza. Francia podría ocupar Mónaco antes del desayuno, si así lo quisiera. Pero dejando a un lado la historia, la ley y las buenas maneras, ¿cuál sería la intención? Un Mónaco ocupado ya no sería Mónaco. Los estados muy pequeños son consecuencia de la democracia, la paz y el libre comercio. Esperemos que continúen floreciendo. |
The business of borders03/15/2014 | Tim Harford – Financial Times English
This Sunday, the Ukrainian region of Crimea will vote over whether to become the Russian region of Crimea. The circumstances are far grimmer, and hastier, than Scotland’s independence ballot later this year, yet both votes are a reminder that national boundaries can be arbitrary things. They spring up, evaporate or move around based on popular votes, brute force or – as may happen in Ukraine – both. Looking back 70 years, the broad trend is for borders to appear rather than disappear. There were 76 independent countries in the world in 1946; today the US recognises 195. The diplomatic definition of an independent country does not always accord with common sense: a beautiful district in Rome is on the list but Taiwan is not. Nevertheless, the story is indisputable: the world is home to more and more independent countries. Colonies have won independence from old empires and countries have been carved into smaller pieces. Mergers, as between East and West Germany, are rare. The curious thing about nation states is that they aren’t economic units at all but political ones. We forget this because economic statistics are compiled on a national basis but a country is an unnatural unit of economic analysis. Far more sensible is to think about the economies of major cities and the regions that supply them. Barcelona and Madrid are separate economies. The economic dividing line in the UK does not run along the Scottish border between Berwick and Gretna – it circles London, taking in Oxford, Cambridge and Brighton. London is the true economic outlier in the UK. The reason it remains part of the country is because political boundaries are determined by politics, not economics. Yet economics matters, at least at the margin. No purely economic theory could account for the simultaneous existence of China (population: 1.35bn) and the Vatican City (population: less than the average British secondary school). But economic theories can explain some of the changes we have seen since the second world war. The world economy is far more integrated now. Some of this globalisation is independent of national borders – the internet and the shipping container would make long-distance trade easier whether the world had a single nation or a thousand – but much of it is a function of lower tariffs and fewer non-tariff barriers. In a world of high trade barriers it was expensive to be a small nation, because being a small nation meant having a small market. Trade barriers have fallen steadily since the end of the second world war while the number of nation states has risen – a pattern documented in the American Economic Review by three economists, Alberto Alesina, Enrico Spolaore and Romain Wacziarg. There is some circularity here: smaller states are keen to lower trade barriers while low trade barriers enable smaller states to flourish. Scottish nationalists have, over the years, argued that the United Kingdom is unnecessary because an independent Scotland could prosper within the European Union and that trade would be easy because Scotland could use the euro or the pound. Unionists in the UK – and in Spain, which faces secessionist pressures of its own – have argued the reverse. It is ironic that the pro-union side is so keen to talk about barriers to integration and the separatist camp is eager to portray a borderless economy. Still, the economic logic on both sides is clear enough. So is there an ideal size for a nation? That depends on whose ideal we consider. Alberto Alesina distinguishes between the democratic equilibrium and the “Leviathan’s equilibrium”. A democratic equilibrium is what might result if any region could secede by popular vote. The Leviathan’s equilibrium is the outcome of a process in which larger countries may find it convenient to absorb smaller ones. The Leviathan’s equilibrium has fewer and larger sovereign states because dictators do not much care about regional self-determination but they love the military strength that comes with scale. This is something Russia’s neighbours well understand. Smaller nations can form alliances but these are an imperfect substitute for having your own aircraft carrier. San Marino, the Holy See and doubly landlocked Liechtenstein are reliant on the indulgence of their neighbours for their existence. Yet here, again, there is more at play than pure politics. As the world economy becomes ever more intangible, there is less to be gained from seizing territory by force. France could occupy Monaco before breakfast, if it so chose. But leaving aside history, law and simple good manners, what would be the point? An occupied Monaco would not be Monaco any more. So smaller states are a consequence of democracy, of peace, and of free trade. Let us hope they continue to thrive. |
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