Enrique V. Iglesias
Para asomarnos al panorama político y económico de América Latina en este 2011 que ya acaba hay que empezar por hablar de la crisis. De una crisis que ha producido el periodo más turbulento de la economía mundial desde los años posteriores a esa Gran Depresión que marcó los años treinta del pasado siglo.
Así es: después de varias décadas de desarrollo, la crisis que empieza en 2008 nos sumerge en una espiral de tensiones, de inseguridad y de pesimismo que afecta, sobre todo, a los países desarrollados.
Y ello ocurre cuando saltan a la escena internacional una serie de países emergentes (algunos ya “emergidos”) que se han constituido en la parte más dinámica del crecimiento de la economía mundial. Entre ellos hay, quizá por primera vez en nuestra historia, varias naciones latinoamericanas.
En el mundo desarrollado europeo hay países con alto y con bajo crecimiento. Unos tienen un nivel aceptable de empleo y otros unas cifras muy preocupantes de desempleo. Algunos sufren, además, un gran endeudamiento y una considerable debilidad en sus sistemas bancarios.
Faltan, además, criterios uniformes para enfrentar la crisis y no hay rapidez en la toma de decisiones, lo que agrava los problemas, crea incertidumbre y confunde a los mercados. De esa confusión se alimentan la especulación y la inseguridad.
En la UE se discute y se discute; se toman decisiones al límite del abismo; se lucha para salvar al euro; se plantea, de forma más o menos velada, la posibilidad de avanzar en dos velocidades, y, en fin, se hacen recortes y más recortes quizá obviando que, en última instancia, la austeridad sola no es suficiente como para que la economía crezca y el empleo aumente.
La Unión Europea, y este es un buen momento para decirlo, debería echar un vistazo a las penosas experiencias de los países latinoamericanos en los años 90 y a principios de este siglo. Aunque la situación no sea la misma, hay elementos comunes que pueden servir de referencia para enfrentar la actual crisis. Los países emergentes, como decía, han podido capear el temporal a base de mantener tasas aceptables de crecimiento, bajo desempleo, inflación controlada, una drástica reducción del endeudamiento público y una notable acumulación de reservas.
Por eso decenas de millones han salido de la pobreza en estos últimos años. Por eso empieza a ceder, aunque sea con exasperante lentitud, esa desigualdad social que sigue siendo el mayor y más grave problema de la región.
Así las cosas, esta puede ser la década de una América Latina que ha crecido gracias al excelente manejo de su macroeconomía y al buen comportamiento de los mercados de materias primas, estimulados por la demanda asiática de nuestros abundantes metales, alimentos y recursos energéticos.
Pero me gustaría advertir ante las actitudes autocomplacientes. Quiero recordar que América Latina está en este mundo y que este mundo no está bien. No podemos ser ajenos al devenir de los acontecimientos. Pensar que vamos a aislarnos en una burbuja es, además de ingenuo, muy peligroso. Celebremos que América Latina ya no es parte del problema, como lo ha sido tantos y tantos años, y aspiremos, en cambio, a ser parte de la solución.
Es, pues, posible, disfrutar de una década de crecimiento económico y social. Pero para ello debemos acometer con decisión reformas que permitan enfrentar los déficits económicos y sociales no resueltos. Me refiero, telegráficamente, a cinco ámbitos de trabajo:
1. Seguir controlando las políticas macroeconómicas.
2. Mejorar radicalmente la calidad de la educación.
3. Dar la batalla a la desigualdad con políticas de desarrollo económico y social inclusivos.
4. Abordar el reto de la innovación en todas sus formas para ganar productividad.
5. Modernizar el Estado y nuestras instituciones públicas.
Quiero acabar señalando un elemento clave para avanzar y superar la crisis. Se trata de la confianza. Tan dañada está que hace falta restaurarla si queremos recomponer los grandes balances de la economía mundial.
Y por lo que se refiere a “nuestro mundo”, a Iberoamérica, ésta ha tenido, de siempre, un gran capital en sus afinidades culturales, sociales y lingüísticas; en sus valores compartidos. Sobre todo ello se asienta hoy una relación comercial y una cooperación económica que no han hecho sino crecer en las últimas décadas.
Es el momento de que América Latina ponga lo que pueda poner encima de la mesa y ayude a los países europeos, sobre todo a aquellos que, como España y Portugal, forman parte de la Comunidad Iberoamericana, para salir de la crisis presente y prepararnos, juntos, para ganar el futuro.
Por Enrique V. Iglesias
Secretario General Iberoamericano, con su agudo y profundo conocimiento de esa realidad, nos ofrece en este artículo la visión de la crisis europea desde la perspectiva latinoamericana, a partir de sus propias experiencias y de una situación actual en que las economías de América Latina han conseguido sortear el vendaval de la crisis y parecen afrontar una década de crecimiento económico y social si aciertan a mantener la estabilidad macroeconómica y acometer decididas reformas en los cinco ámbitos resaltados por el autor.