Biografía
La vida de Estanislao Urquijo Landaluce parece más propia de una obra de ficción que de una biografía de un hombre de carne y hueso. En la novela El adolescente de Dostoevski, uno de los personajes desea ser tan rico como un Rothschild, y el secreto para lograr ese fin era terquedad y continuidad. Mutatis mutandis, nuestro biografiado se empeñó en ser millonario, y al morir la prensa le calificó como el hombre más rico de España. Su existencia fue la historia apasionante de un self-made man, que comenzó a trabajar de dependiente durante su adolescencia, y tras formarse con un representante de los Rothschild en la Bolsa de Madrid, terminó al final de sus días dejando una herencia millonaria.
Nació en un pequeño pueblo del noroeste de Álava, Murga, el 7 de mayo de 1816. Su padre era un campesino sencillo, Manuel Lino Urquijo Larrínaga, natural de Llodio, casado con María Landaluce, nacida en Murga. Aprendió a leer y escribir bajo la tutela de su tío sacerdote. A los trece años marchó a Madrid. Trabajó en una tienda de telas ubicada en la calle de Toledo, propiedad del navarro Martín Francisco Erice, casado con su hermana Cecilia. Gracias a su cuñado, que era agente de cambio y bolsa, comenzó a moverse con soltura en la Bolsa de Madrid, primero como colaborador y más adelante, de manera independiente, como agente.
A partir de 1835, Estanislao Urquijo fue empleado de Daniel Weisweiller, representante de los Rothschild en España. Muy pronto, el joven alavés se convirtió en la mano derecha de este poderoso banquero, que delegaba en su testaferro toda la responsabilidad durante sus ausencias. En estos años de formación, aprendió de este judío procedente de Francfort a estar con el poder político constituido, sin comulgar con un partido concreto y, sobre todo, sirviendo con su caudal a cualquier causa necesitada de apoyo financiero.
Fue enriqueciéndose por la sagacidad y la experiencia en el mundo de la bolsa y en los préstamos. A partir de 1843 cobró relieve como agente de cambio y bolsa. El punto de inflexión se podría situar en torno a la crisis financiera de 1848, que afectó a negocios inmersos en especulaciones arriesgadas y en la creación de sociedades anónimas de poco peso. Mientras muchos sufrían, unos pocos se enriquecieron y entre estos afortunados estaba el joven Urquijo. Una vez ganado cierto capital, realizó préstamos a los clientes que lo solicitasen con garantías. La clientela creció constantemente, y el resultado fue la riqueza siempre en aumento, adquiriendo viviendas e invirtiendo en negocios de diverso tipo.
Enseguida pasó a ser el hombre de confianza de numerosas casas de banca españolas y extranjeras. Desde 1856, año de la Fundación de la Sociedad Española Mercantil e Industrial (SEMI), fue consejero de esta sociedad de crédito dependiente de los Rothschild, que también encabezaron la compañía concesionaria del ferrocarril Madrid-Zaragoza-Alicante (MZA), cuya construcción y posterior explotación les fue encomendada gracias a la ley ferroviaria de 1855. También en el bienio progresista de 1854 a 1856, por diferentes leyes promulgadas este último año, quedó regulada la existencia de los bancos de emisión (por ley de 28 de enero de 1856), así como de las tres primeras sociedades de crédito (bancos sin capacidad de emisión, orientados de modo preferente a financiar las inversiones industriales y ferroviarias). Una de estas tres grandes sociedades, creadas todas ellas con capital predominante francés, fue la SEMI. En la redacción de estas leyes bancarias colaboraron varios empresarios extranjeros, como su maestro y amigo, el judío alemán Weisweiller -representante de Rothschild en España- junto a Kervegen, Millaud, Pereire y Prost, entre otros. Así pues, se dedicaba a operaciones de banca en los años cincuenta, dejando en segundo plano la actividad en la bolsa, que abandonó finalmente tras el nombramiento de consejero del Banco de España en 1858.
Urquijo, al igual que otros banqueros de su época, obtuvo elevadas ganancias en operaciones de préstamos hipotecarios a empresarios y grandes propietarios, señaladamente a José Salamanca y Mayol, marqués de Salamanca, y al duque de Osuna. En determinados círculos, Urquijo era conocido como el banquero del marqués de Salamanca. Éste se endeudó por las inversiones de una “Compañía para la Venta y Explotación de Inmuebles en Madrid” en un nuevo barrio de noventa y dos hectáreas situado cerca de la puerta de Alcalá. Cuando la compañía quebró, en 1875, Urquijo, quien le había adelantado importantes sumas, accedió a la propiedad de inmuebles en las calles de Serrano, Goya, Lagasca, Jorge Juan y Claudio Coello. Por otra parte, el duque de Osuna, que había malgastado una de las mayores fortunas de España, acudió a Urquijo en busca de asesoramiento y crédito, y emitió obligaciones hipotecarias con el respaldo de su considerable patrimonio de bienes raíces en toda España. Por esta vía, el banquero alavés acrecentó su ya sobresaliente fortuna. En los últimos lustros de su vida, Estanislao Urquijo decidió suscribir acciones en la Compañía Arrendataria de Tabacos (fundada en 1887, y con sede social en Madrid), en los Bancos Hipotecario (fundado en Madrid, en 1872) y General de Madrid (en 1882) y en Altos Hornos de Bilbao (fundada en 1882, y con sede social en Bilbao); y en segundo lugar, adquirió pequeños paquetes accionariales en varias compañías de ferrocarriles. En 1870, año en que dimitió como consejero del Banco de España –en el cual había permanecido desde 1858- su sobrino Juan Manuel Urquijo Urrutia, formado junto a su tío en los negocios de bolsa y banca, participó en la creación de la sociedad Urquijo y Arenzana, germen del futuro Banco Urquijo.
En relación con su actividad política, recibió el nombramiento de Padre de Provincia en Álava (1867), cargo consultivo reservado a grandes personalidades de la vida alavesa. En cierta medida, este reconocimiento era consecuencia de su intervención en la compra por parte de la corporación provincial de deuda pública. En mayo de 1868 fue elegido Comisionado en Corte por las Juntas Generales de Álava. Poco después, el 20 de noviembre de 1870, éstas le eligieron Diputado General, primera autoridad de la provincia y piedra angular del régimen foral, hasta septiembre de 1876. Con el paso de los años se había convertido en un terrateniente con posesiones más allá del valle de Ayala, hasta el punto que en 1870 era el máximo contribuyente rústico de la provincia de Álava.
La ocupación de los más altos cargos políticos en su provincia natal había sido coronada con la concesión del marquesado de Urquijo, por parte del rey Amadeo de Saboya, en febrero de 1871. Este título se podría considerar una especie de pago a la concesión de empréstitos a la Hacienda Publica. Y diez años más tarde, bajo la corona de Alfonso XII, volvió a intervenir en asuntos hacendísticos, en concreto en la conversión de la deuda, al lado del ministro de Hacienda Juan Francisco Camacho. Paradójicamente, a pesar de los excelentes contactos en el mundo hacendístico y de sus vastos conocimientos en esta materia, no aceptó la cartera de dicho ministerio cuando se lo ofreció el general Narváez y después Prim, en 1869. La razón de esta negativa obedecía a que el primer marqués y sus sucesores no quisieron detentar un alto puesto en el mundo político, y prefirieron la cómoda condición senatorial. De hecho, el primer marqués fue senador por Ávila (1886-1889) y alcalde de Madrid durante unos meses a partir del 11 de marzo de 1883. Así pues, su enriquecimiento progresivo fue acompañado del ascenso en la escala social, hasta llegar a ser marqués.
De su papel benefactor dejó una muestra palpable de generosidad en su testamento. Concedió fuertes sumas para escuelas de Álava y de Madrid, para sueldos de maestros y jubilados y también concedió otras ayudas administradas por la Junta Provincial de Instrucción Pública de Álava. Fundó asilos y hospitales. Financió la construcción de iglesias. Concedió ayudas a campesinos y premios a estudiantes. Tanto en el testamento como a lo largo de su vida manifestó una clara predilección por el fomento de la cultura y de la beneficencia. La causa de esto se debía a su profundo catolicismo, lo que explica que pidiese que se celebrasen veinte mil misas por su alma. Por ende, cristiano, amante de su tierra, Álava, y de la ciudad, Madrid, que le vio crecer. Con todo merecimiento fue condecorado con la Gran Cruz de Isabel la Católica por la Fundación de escuelas públicas en Madrid y Álava.
Emilio Castelar escribió un artículo en La Ilustración Española y Americana (“Crónica general”, 8 de mayo de 1889) sobre su gran amigo: “El primer marqués, uno de los banqueros más acaudalados de España y presidente que fue del Ayuntamiento de Madrid, y uno de los hombres más prácticos en los negocios, ha fallecido en estos días, dejando un capital considerable”.
En el siglo XIX circulaba un dicho que sentenciaba que había tres maneras de malgastar el dinero: mujeres, juego e ingenieros. El primer marqués de Urquijo no tuvo mujer, no le gustaba el juego y mantuvo poco trato con ingenieros, salvo en algunos negocios con beneficio. Murió soltero y millonario, el 30 de abril de 1889, en el número 22 de la madrileña calle de Montera. El primer marqués tuvo el mérito incuestionable de hacer un rico patrimonio ex nihilo, que poco antes de morir rondaba los cincuenta millones de pesetas, figurando entre los banqueros más acaudalados de España.
Onésimo Díaz Hernández. Universidad de Zaragoza.