Eurozona fragmentada

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Emilio Ontiveros

Demasiado larga y dañina está resultando esta crisis en la eurozona. No fue precisamente aquí donde se desencadenó, pero el balance ya es mucho peor que el que ofrece la economía estadunidense. Ritmos de crecimiento, tasas de paro o variaciones en la natalidad empresarial neta siguen siendo, seis años después, mucho más adversos en la eurozona que al otro lado del Atlántico. No menos explícitos son los efectos sobre la actividad financiera de los agentes públicos y privados.
Los mercados de deuda pública y los sistemas bancarios de la eurozona han reducido su vulnerabilidad, pero están lejos de su normal funcionamiento. Las advertencias del BCE a principios de septiembre de 2012 y las transferencias de fondos públicos para la capitalización de algunos bancos han alejado los peores temores, pero en modo alguno han retornado a la situación previa al inicio de la crisis en 2008.
La fragmentación es la nota dominante en el área monetaria. Las divergencias en las variables financieras son explícitas en los mercados interbancarios, en los de deuda pública o en las que reflejan los costes de financiación bancaria de las empresas pequeñas y medianas en el seno de la eurozona. Junto a ello, asistimos a una cierta “renacionalización” de los propios mercados financieros, con descensos muy significativos en la magnitud de los flujos intracomunitarios. Un “back to home” en cierta medida, consecuente con el aumento en la aversión al riesgo y la desconfianza tras la intensificación de la crisis en el otoño de 2008.
Es verdad que una de las primeras manifestaciones de la crisis fue la reversión en la generalidad de los indicadores expresivos de avances en la integración financiera global. Desde el ensanchamiento de la diferenciación de tipos de interés aplicados en unos mercados mayoristas e interbancarios dominados por la desconfianza hasta la paralización de las operaciones bancarias transfronterizas, las que de forma más intensa habían crecido en la década que concluye en 2007. La dinámica que había estado a la vanguardia de la más amplia globalización se convirtió durante la crisis en un poderoso freno. En los mercados de deuda pública la segmentación no fue menos acusada, con los títulos del tesoro de las economías periféricas de la eurozona sufriendo el mayor de los castigos: reflejando la cada vez más explícita prima de riesgo asociada a desenlaces radicales en la eurozona. Como el FMI y el propio BCE reconocieron, “los fundamentos económico-fiscales” de las economías afectadas no explicaban esas divergencias en el seno de la misma unión monetaria.
La aplicación de políticas indiscriminadas de ajuste fiscal, con bastante independencia del origen de los problemas o de la naturaleza de la vulnerabilidad ante la crisis financiera global, no han favorecido apenas la necesaria convergencia de las variables financieras. La austeridad a ultranza, como ha quedado suficientemente demostrado, ha contraído la actividad real de las economías, debilitado la recaudación impositiva y, por tanto, la capacidad para reducir los déficit y ladeuda pública. Esta última se ha visto afectada adicionalmente por las exigencias de recapitalización bancaria en no pocos países de la eurozona. El bucle diabólico entre deuda soberana y calidad de los balances bancarios estaba servido.
Por eso son relevantes los esfuerzos destinados a fortalecer la unión monetaria: a paliar las limitaciones de partida y a subsanar aquellas otras que la propia crisis ha revelado. La transición a la Unión Bancaria es el proyecto que trata de satisfacer ambas exigencias, dado el papel diferencial que el sistema bancario ha jugado en el desarrollo de la crisis de la eurozona y su vínculo con la inestabilidad de la deuda soberana.
Concediendo prioridad a la concreción de la unión bancaria se reconoce el papel diferencial que los sistemas financieros, en especial en las economías periféricas han desempeñado en la crisis. Mucho más determinante que la situación de las finanzas públicas. Así lo ha resaltado el vicepresidente del BCE Vittor Constancio en un reciente trabajo*.
A esas modalidades estrictamente financieras de fragmentación se ha incorporado una no menos explícita: la de naturaleza institucional. La manifestación de concepciones y actitudes bien diferenciadas en el seno de la unión monetaria respecto al tratamiento de los problemas. La primera manifestación de la misma se ha observado en las actitudes de los distintos gobiernos hacia las decisiones del BCE. La fragmentación en el seno del Consejo de Gobierno de esa institución emergió tras la decisión de aplicación del programa de OMT ( Outright Monetary Transactions) y más tarde en el respaldo a la reducción del tipo de intervención del banco central, en noviembre de 2013.
La ausencia de posiciones homogéneas se ha revelado igualmente en aspectos fundamentales de la transición a la Unión Bancaria. Nuevamente las autoridades alemanas, además de limitar el número de entidades sujetas a la revisión previa a la entrada en vigor del Mecanismo Único de Supervisión (MUS) se ha mostrado más que reticente a la aprobación del Mecanismo Único de Resolución de crisis (MUR), al tipo de respaldo con el que debe contar para atender en primera instancia desequilibrios en la solvencia de los bancos.
La consecuencia de todo ello es una cierta fatiga y escepticismo acerca de la necesaria profundización de la dinámica de integración europea. Empiezan a manifestarse tentaciones de reversión de cesiones de competencias, de soberanía en definitiva, realizadas hasta ahora a las instancias comunes. Mala conclusión, ya que el impacto de la crisis habría sido mucho menor en la eurozona si esta hubiera dispuesto de fundamentos técnicos e institucionales más sólidos, con independencia de los excesos de endeudamiento de algunas economías nacionales. Entre desandar el camino no siempre cómodamente recorrido hasta ahora y acelerar la integración en todas sus dimensiones, incluida la política, es esta última la opción sin duda más conveniente. Aunque ya no estoy tan seguro de que hoy sea la más probable.

* “Banking Union and the European crisis” Opening remarks at the 6th Santander International Banking Conference, Madrid, 5 November 2013

Por Emilio Ontiveros

Es uno de los economistas españoles más reconocidos. Catedrático de Economía de la Empresa de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Vicerrector. Presidente de Analistas Financieros Internacionales y de la Escuela de Finanzas Aplicadas y Afinet Global. Fue director de la revistas «Economistas» del Colegio de Economistas de Madrid, de la colección de economía de H. Blume Ediciones y del Anuario de Economía y Finanzas «El País». Miembro fundador de la Asociación Española de Economía y Finanzas Internacionales, de la Comisión Asesora para la Sociedad de la Información y la Comunicación, del Consejo Asesor para la Administración Electrónica, del Consejo Asesor de la » Revista de Economía Aplicada» y de los consejos de redacción de varias publicaciones científicas y profesionales. Autor de varios libros y numerosas publicaciones y artículos tanto en revistas especializadas como en medios de comunicación cuenta, además, con numerosos premios y reconocimientos.

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