Los ciclos económicos y los shocks de oferta
A Kydland le asociamos con las precisiones que aporta sobre la teoría real de los ciclos económicos. Con sus observaciones se inicia la polémica contra las tesis keynesianas, en las que se propone que la mejor explicación de los ciclos económicos viene motivada por los shocks de oferta en lugar de por los shocks de demanda.
Hasta la década de 1970 las ideas de Keynes fueron aceptadas mayoritariamente como la biblia económica para combatir la recesión y el desempleo. Es cierto que la Gran Depresión de los años treinta sumió al mundo en una espiral de paro y desencanto, y que las propuestas de Keynes salvaron a Occidente de males mayores. Sin embargo, la brillantez de las recomendaciones keynesianas, se oscurecieron cuando en los años setenta se produjo el fenómeno conocido como estanflación, donde convivieron un estancamiento económico, un desempleo persistente y una inflación considerable.
Lo que propone el Nobel de 2004 se centra en proclamar que los ciclos reales de la economía se explican preferentemente por la aparición de los shocks de oferta en lugar de los de demanda. En una situación estable, la intersección de la curva de oferta y la de demanda establecen un precio de equilibrio. Si suben los precios se consumirá menos y si bajan se comercializarán más cantidades. Algo muy elemental y que corresponde a lo que sucede cuando nos movemos a lo largo de una misma curva de oferta o de demanda.
Lo que significa un shock, es la modificación de alguna de estas curvas, que se traslada, toda ella, hacía la derecha o hacia la izquierda. Es decir, cuando por el motivo que sea, a cada uno de los precios anteriores se ofrecen o se demandan mayores o menores cantidades. El shock de oferta clásico, comentado hasta la saciedad, se refiere al embargo petrolífero acordado por los países árabes y a la extraordinaria subida que sufrieron los precios de los combustibles fósiles durante los años setenta, dando lugar a toda una época de ralentización en el crecimiento económico.
Kydland no niega los impactos que producen los shocks de demanda; por ejemplo, los que pretenden animar el consumo a base de regar con dinero barato y abundante la economía de un país, pero en palabras del propio Keynes, se puede llevar el caballo a la fuente, pero no se le puede obligar a que beba si no quiere. Análogamente, en momentos de incertidumbre, a pesar del abaratamiento del dinero y del aumento de las facilidades crediticias, la gente puede tener miedo y decidir consumir menos y ahorrar más por lo que pudiera pasar.
Podríamos decir, de forma gráfica, que se puede tensionar una situación tirando de una cuerda, pero el resultado no es simétrico, pues cuando se empuja la cuerda, si no hay otros estímulos, no se tienen por qué conseguir los objetivos perseguidos.
Se considera que el mayor responsable de estos shocks de oferta ha sido, y sigue siéndolo, el desarrollo tecnológico, que ha abaratado de forma sustancial la producción y ha elevado la productividad de forma extraordinaria. La digitalización, el desarrollo de las comunicaciones, o los avances producidos por las aplicaciones de la inteligencia artificial, son buena prueba de ello. No obstante, no son los únicos responsables de los shocks de oferta; los cambios regulatorios, las modificaciones legales o determinadas políticas fiscales agresivas, pueden producir modificaciones sustanciales del entorno económico nacional o mundial y de los desplazamientos laterales de las curvas de oferta o de demanda.
Podríamos decir de forma coloquial, que la demanda es más caprichosa, pues depende de las veleidades de los consumidores, cuyo comportamiento muchas veces no es fácil de predecir, mientras que la oferta es mucho más pragmática, ya que depende de los costes de producción y los ofertantes se acomodarán rápidamente a las nuevas circunstancias, pues de no hacerlo se verían expulsados del mercado.
Para conocer un poco más a fondo sobre cada uno de los galardonados recuerda que puedes consultarlo todo en el libro ‘Una corona de laurel naranja’ o entrando al siguiente blog. José Carlos Gómez Borrero