Gabriel Ybarra Gutiérrez de Cabiedes

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Como la mayoría de los grupos empresariales del Bilbao del siglo XIX, la familia Ybarra se sintió más inclinada por el comercio y después por la industria que por la banca, una actividad a la que llegó, mediada la centuria, impulsada por la pujanza de sus negocios y la cuantía de sus capitales. Gabriel Ybarra Gutiérrez de Cabiedes nació en Bilbao el 2 de febrero de 1814 y pasó su infancia y juventud rodeado de un ambiente comercial. En el escritorio de su padre, José Antonio Ybarra de los Santos, natural de las Encartaciones, se resolvían los pagos a los venateros (acarreadores de mineral) atendiendo a las órdenes de sus socios José Antonio Mier y José de Chávarri, encargados de negociar la compra del mineral que bajaba de los montes de Somorrostro para cargarlo en los barcos fondeados en la ría. También se llevaba la correspondencia con los ferrones, que adquirían a Ybarra el mineral a cuenta de las barras y otros productos que elaborarían posteriormente con dicha materia prima. La tienda que regentaba su madre, Jerónima Genoveva Gutiérrez de Cabiedes y de la Losa, natural de Potes, vendía por su parte todo tipo de telas y prendas de vestir proveniente de los países europeos a la emergente burguesía del Bilbao del Ochocientos.

Aún no había cumplido la veintena cuando Gabriel Ybarra tuvo que vivir de cerca el levantamiento de los partidarios de Don Carlos a la muerte de Fernando VII. La primera guerra carlista afectó de diversas maneras a la familia. Por un lado, el abastecimiento del Ejército liberal en campaña por tierras vascongadas así como la especulación con el grano –y otros negocios esporádicos, como la trata de negros entre África y Cuba-, acrecentó notablemente la riqueza de los Ybarra. Por otro, empero, el sitio al que fue sometida Bilbao por las tropas carlistas de Zumalacárregui se cobró un precio elevado, ya que la madre sucumbió al tifus que se extendió entre la sufrida población sitiada. Cuando la guerra terminó en 1839, Gabriel fue incorporado con 25 años a Ybarra, Mier y Compañía, la firma que su padre había consolidado con sus socios, dedicada sobre todo al comercio con las ferrerías y los almacenes de mineral de las principales ciudades españolas. Su hermano mayor, Juan, considerado por todos el verdadero lince para los negocios, lo había hecho unos años antes, y José, dos años menor que Gabriel, decidió abrirse camino por su cuenta con el apoyo de la familia pero lejos de su ciudad natal, estableciendo residencia definitiva en Sevilla y creando una casa empresarial que andando el tiempo se convertiría en una de las principales de toda Andalucía. La posición de Gabriel entre ambos hermanos no fue fácil, pues él era pausado mientras sus hermanos Juan y José poseían personalidades fuertes. De carácter pacífico y un tanto melancólico, Gabriel dejó hacer al enérgico Juan y buscó su propio hueco desarrollando su faceta dialogante. Mientras José y Juan tomaban decisiones de inversión fundando y desarrollando empresas tanto en Sevilla como en Bilbao, Gabriel desenvolvía su espíritu conciliador y procuraba arreglar entuertos. Se convirtió en el negociador de la familia. Para cuando el patriarca, José Antonio, murió en 1846, además de una fortuna valorada en cuatro millones de reales dejó una casa empresarial fortalecida por una descendencia inteligente que sabía cuándo compartir y cuándo distribuir responsabilidades. A Juan y Gabriel se unió su cuñado, Cosme Zubiría Echeandía, y este triunvirato estuvo destinado a triunfar en los próximos decenios de prosperidad que se abrirían para la industria, el comercio y la minería de Vizcaya.

La ocasión para convertirse en banquero le llegó a Gabriel Ybarra en 1857 aprovechando que sus dotes negociadoras y su carácter pacífico casaban mejor con el mundo de las finanzas, tan poco dado a las emociones fuertes, que el espíritu indómito y aventurero de su hermano Juan. Tras un intento fallido con la Real Orden de ferrocarriles de 1844, que fue considerada insuficiente por los inversores a pesar de eximir de aranceles a los materiales necesarios para construir las vías férreas, la de 1855 otorgaba garantías y ventajas suficientes para atraer los ingentes capitales requeridos para empresas de semejante calibre. Los inversores extranjeros acudieron, así como algunos grupos de comerciantes de ciudades españolas ansiosas de superar el ancestral déficit de comunicaciones con la meseta. La Ley de Bancos de Emisión de 1856 vino a facilitar la agrupación de los capitales necesarios y fue así como la era del ferrocarril y la de la banca moderna llegaron a España de la mano. En aquel mismo año, los principales comerciantes de Bilbao, al igual que ocurría en otras plazas como Santander o Barcelona, acudieron a la pronta llamada de la Junta de Comercio, presidida por Pablo de Epalza, y se unieron para fundar el Banco de Bilbao. Nació así un banco de emisión que prácticamente desde el comienzo de su actividad, en 1857, manifestó también su vocación comercial e inversora. En su Consejo de Administración se sentó desde el principio Gabriel con el merecimiento que le proporcionaban sus 170.000 reales en acciones, los 140.000 de su hermano Juan y los 130.000 de su cuñado Cosme Zubiría. Juntos, los Ybarra poseían el 5,5% del capital de la nueva entidad financiera, más que ninguna otra casa a excepción de Epalza. Los Aguirre, Zabálburu, Uhagón, Escuza, Arana, Errazquin, Violete, Urigüen y Mac-Mahón completaban el Consejo. Dos años después, la mayoría de ellos, encabezados de nuevo por Pablo de Epalza, destacaron con sus participaciones accionariales en la fundación de la Compañía del Ferrocarril Tudela-Bilbao, creada con cien millones de reales de capital suscrito para construir la línea férrea que uniría Bilbao a la península por Miranda de Ebro y Logroño. El Banco de Bilbao contribuyó además prestando más de 30 millones de reales y convirtiéndose así en el segundo acreedor de la compañía. Gabriel Ybarra y su familia no participaron tan activamente en la financiación del ferrocarril, tal vez porque pudieron predecir que la escasez de los ingresos de su explotación ocasionaría su pronta suspensión de pagos, como así ocurrió en 1865.

Gabriel y Juan Ybarra y su cuñado Cosme Zubiría tuvieron una abultada descendencia. Gabriel se casó con Rosario Arámbarri Mancebo en 1842 y tuvo con ella a Rafaela, Virginia, Fernando Luis y Rosario. La mayor, Rafaela, contrajo matrimonio a los 18 años con el catalán José Vilallonga, socio de la firma Ybarra que acabaría presidiendo Altos Hornos de Bilbao. Además de cuidar de su marido y sus siete hijos, de su padre en su ancianidad y de sus sobrinos huérfanos, Rafaela fue beatificada por el papa Juan Pablo II en 1984 por su labor en pro de las mujeres que habían caído en la prostitución, la fundación de los Ángeles Custodios y una incontable relación de obras de caridad. Al quedarse viudo en 1883, Gabriel pasó los últimos años de su vida asistido por su religiosa hija en el palacio doble de La Cava, en Deusto, en un ambiente piadoso que impregnó también a sus nietos los Urquijo Ybarra. En ese decenio de 1880, ya cansado y apartado del mundo de los negocios (al contrario que su enérgico hermano Juan) tuvo tiempo de ser testigo bastante pasivo de cómo, pasados los tormentosos episodios de la crisis financiera de los sesenta, el Sexenio Revolucionario y la guerra carlista de los setenta (que incluyó un nuevo sitio a Bilbao), las empresas de la familia en torno al mineral y el hierro daban un salto espectacular al fundar en unión de socios extranjeros las sociedades mineras Orconera y Franco-Belga y la siderúrgica Altos Hornos de Bilbao.

De esta forma los hijos y sobre todo los nietos de Gabriel, Juan y Cosme se elevaron a la cúspide del mundo de los negocios de la provincia, protagonizando el ascenso de una nueva oligarquía vizcaína que basó su poder e influencia en la propiedad y dirección de Altos Hornos de Vizcaya, hidroeléctrica Española, la Sociedad Española de Construcción Naval y otras empresas industriales, comerciales y financieras de primer rango en la economía española de principios del siglo XX. Gabriel Ybarra fue el último miembro del triunvirato en morir, en Bilbao el 11 de agosto de 1890, con 76 años (Cosme había fallecido en 1882 y Juan en 1887), y no llegó a ver cómo uno de sus nietos, Fernando Ybarra Revilla (marqués de Arriluce desde 1918), participaba en 1901 en la creación del Banco de Vizcaya, que sería por largo tiempo el principal y más arduo competidor del Banco de Bilbao, en cuya fundación y éxito posterior él había participado, como se ha dicho, casi medio siglo atrás.

Bibliografía:

– Díaz Morlán, Pablo: Los Ybarra (1801-2001). Una dinastía de empresarios, Madrid, Marcial Pons, 2002.

– Galarza, Arantzazu: Los orígenes del empresariado vasco. Creación de sociedades e inversión de capital, Bilbao (1850-1882), Bilbao, Beitia, 1996.

– González, Manuel Jesús, Anes, Rafael, e Isabel Mendoza: BBVA, 1857-2007. Ciento cincuenta años, ciento cincuenta bancos, Madrid, BBVA, 2008.

– Ybarra Ybarra, Javier: Nosotros, los Ybarra. Vida, economía y sociedad (1744-1902), Madrid, Tusquets, 2002.

Pablo Díaz Morlán (Universidad de Alicante)

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