En los años sesenta, un profesor universitario de economía llamado Gary Becker (2 de diciembre de 1930 – 3 de mayo de 2014) llegó tarde a un examen oral que tenía concertado con un estudiante y tuvo que “decidir rápidamente si metía el coche en un aparcamiento o si lo dejaba en la calle, mal aparcado, con el riesgo de que le multasen”. Hizo un cálculo económico: “calculé la probabilidad de que me pusieran una multa, la gravedad de la penalización y el coste de meter el coche en un aparcamiento público” y, al final, llegó a la conclusión de que “valía la pena correr el riesgo” y aparcó en la calle. Este profesor universitario logró el Nobel en el año 1992 y su “delito” en dicha ocasión no tuvo nada que ver con su psicología (“la enfermedad mental”) ni tampoco con su sociología (“la opresión social”), que eran las opiniones dominantes en su entorno respecto a las causas del comportamiento delictivo. En definitiva, su problema no era un problema psicológico o sociológico y de ahí que se enfrentara al mismo apelando al enfoque económico de un comportamiento humano no económico, ya que en aquel momento saltarse las reglas de juego no se consideraba un problema económico y, consecuentemente, no se abordaba con las herramientas de la economía. A continuación señalaré su visión del “enfoque económico” y posteriormente mostraré los resultados que obtuvo al aplicarlo a un problema no económico, antes de cerrar con una muy breve reflexión sobre las reacciones que generó su enfoque.
El enfoque económico
Como señala en el capítulo 1 de su libro “El enfoque económico del comportamiento humano”, dicho enfoque incluye, además de los mercados, otros dos elementos: el comportamiento optimizador y las preferencias estables”.
Es importante señalar que el comportamiento optimizador no implica inevitablemente un comportamiento egoísta en el sentido de ganar siempre lo máximo que se pueda: “… los individuos maximizan el bienestar como ellos lo conciben, ya sean egoístas, altruistas, leales, rencorosos o masoquistas”. De hecho Becker tuvo un “comportamiento optimizador” cuando, perdiendo dinero, se fue de la Universidad de Chicago a la de Columbia (años más tarde volvió a la de Chicago).
En lo que se refiere a las preferencias estables, es importante señalar que utiliza esta hipótesis por una cuestión puramente metodológica, cual es que dicho supuesto impone disciplina e impide que en el razonamiento económico se utilicen, cual conejos sacados de la chistera, cambios en las preferencias (o, por poner otro caso que no menciona Becker, pero que es muy típico, en las “mentalidades”) para explicar lo que sería inexplicable con el contraste empírico. Efectivamente, dado que sobre gustos no hay nada escrito (uno de sus artículos, junto con Stigler, es precisamente “De gustibus non est disputandum”), cada uno puede moverlos a su conveniencia, con lo que siempre tendrá razón y, claro está, cuando uno siempre tiene razón o, dicho de otra manera, cuando es imposible encontrar pruebas que, potencialmente, puedan mostrar que la teoría que se tiene es falsa estamos fuera del campo de la ciencia, en la que, como nos señaló Popper y en su lenguaje, sólo se incluye lo falsable.
El enfoque económico de los delitos
El “delito” que cometió al aparcar el coche en la calle le llevó a enfrentarse a dicho tema, que hasta entonces era totalmente ajeno a la economía, con el enfoque económico. Partió pues de la hipótesis de que los delincuentes son, en bastantes casos, personas que razonan (los economista decimos que son racionales) y que, en definitiva, tienen un comportamiento optimizador. Con ello enlazaba con Bentham y, sin negar “que mucha gente estaba constreñida por consideraciones morales y éticas y que no cometía delitos aunque éstos fuesen rentables y no hubiese peligro de que se descubrieran”, consideraba que este tipo de comportamientos no prevalecían (“si estas actitudes prevaleciesen siempre no habría necesidad de policías y cárceles”). La conclusión de todo ello era clara: “la racionalidad implicaba que algunos individuos se convertían en delincuentes por las recompensas financieras y de otro tipo que les reportaba el delito en comparación con el trabajo honrado, teniendo en cuenta además la probabilidad de captura y condena y la severidad del castigo”. En síntesis, el mensaje central de Becker en este tema era que el sistema de penalizaciones debería llevar a que no fueran rentables las acciones delictivas. El mensaje fue captado por la Comisión Federal pertinente, que, como señala Posner, “resaltó el papel de las multas en la penalización de los delincuentes de cuello blanco”.
Reacciones ante el enfoque de Becker
Mientras que el Becker que abordaba los temas tradicionalmente económicos tuvo una buena acogida dentro de la profesión (por ejemplo, todo el mundo reconoce que fue el primero que señaló las diferencias existentes entre el capital humano “general” y el “específico de la empresa”, distinción que fue utilizada posteriormente por otro Nobel -Oliver Williamson- y que sirve para iluminar debates recurrentes tales como el del papel de la Universidad y las empresas en la formación), el “otro” Becker, el que enfocaba económicamente los temas tradicionalmente no económicos (además del de los delitos, ya mencionado, se enfrentó, por citar algunos casos más, a los correspondientes a la discriminación, la natalidad o el matrimonio), se encontró con las lógicas resistencias de los cultivadores de las tierras invadidas por el “imperialismo económico” y, también, con las de los economistas que entendían que aquellos temas no eran propios de la economía. Estas resistencias a la innovación son, como es sabido, normales en la ciencia, especialmente cuando ésta, por decirlo con los términos de Kuhn, deja de ser normal y se convierte en revolucionaria. Becker tuvo que enfrentarse, pues, a muchas incomprensiones, pero, al final, ha terminado convenciendo a mucha gente que, de acuerdo con lo señalado por Kuhn y Lakatos, hasta ahora no ha encontrado una visión alternativa que mejorara sus resultados. Finalmente, y como una muestra clara de su amplitud de miras, Becker ha contribuido a la creación de puntos de encuentro con reconocidos especialistas de otras disciplinas, tales como Posner (derecho) o Coleman (sociología). De hecho, tuvo un célebre seminario interdisciplinario con este último. Y es que para Becker no existían fronteras sino problemas: “al final, si se juzga a la economía, debe verse si nos ayuda a entender el mundo y si podemos contribuir a mejorarlo”.
Postdata: “al final no me pusieron la multa”.
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Cándido Pañeda
Catedrático de Economía Aplicada. Universidad de Oviedo.
LNE, 18-05-2014