El imperialismo de la teoría económica
Gary Becker quizá sea uno de los economistas de la segunda mitad del siglo XX más citado por sus propios colegas de profesión. Durante toda su vida ha tenido ocasión de opinar sobre multitud de problemas, desde el consumo de drogas hasta la donación de órganos, pasando por el análisis económico del altruismo, el rencor, el desempleo, el suicidio o la política. Son tantos los temas tratados por él, que su amigo y también premio Nobel de Economía George Stigler, llegó a decir que Becker se había empeñado en instaurar “el imperialismo de la Teoría Económica” pues había analizado desde la perspectiva económica casi todo lo divino y prácticamente todo lo humano.
De su abundante producción académica se concentró con preferencia en cuatro temas, los relativos a la Discriminación, a la Criminología, al Capital Humano y a su Tratado sobre la Familia. Sin embargo, antes de comentar cada uno de ellos no nos resistimos a no presentar brevemente un par de sus provocativas propuestas.
El primer ejemplo se refiere a la forma de decidir las prioridades en la realización de los trasplantes de órganos. Becker propone, que, puesto que el factor limitante es la escasez de donantes, se debería incentivar esta precariedad premiando a los generosos, concediendo prioridad a los que necesitasen de un trasplante y previamente hubiesen firmado un documento ofreciendo sus órganos para no ser enterrados con ellos y servir de remedio a sus semejantes.
El segundo ejemplo tiene que ver con la inmigración. Si los trabajadores que desean introducirse en países de acogida están dispuestos a pagar cantidades respetables a organizaciones mafiosas que los explotan, por qué no es el propio Estado el que saque a subasta los permisos de residencia, recaudando los fondos que antes se llevaban los traficantes de personas.
Ambos temas admiten discusión y posible rechazo, pero no cabe duda que, como deseaba el propio Becker, pretenden ser provocativos y que no se instalen en el estéril limbo de la indiferencia.
Discriminación y Criminología
El primer trabajo con el que se lanza a la aplicación de la Teoría Económica a la Sociología es su tesis doctoral. En ella discute la ineficiencia de la Discriminación y los costes que transmiten los prejuicios, tanto a los que los ejercen como a los que los soportan. Las formas de discriminación no solo son por razón de sexo o de raza, la variedad de estas puede ser por motivos de religión, de amistad, de parentesco, de nacionalidad, de idioma, de orientación sexual, de apariencia física, o de cualquier otro pretexto que rechace la diversidad, renunciando al mismo tiempo a las cualidades que sin duda adornan a estas personas y que se adecuarían perfectamente a las necesidades que se buscan.
En el segundo tema estrella que aborda Becker con su artículo “Crimen y Castigo” plantea el tema de la delincuencia como si fuese una industria más. Becker ha comentado que se le ocurrió analizar esta materia un día que iba apretado de tiempo y cayó en la tentación de dejar aparcado su coche en un lugar prohibido. Sabía que se exponía a una multa, pero valoró más el beneficio de su llegada a tiempo que el coste de la sanción, que además tuvo la suerte de librarse de ella.
De la misma forma, el delincuente establece su ecuación de coste-beneficio y según sea el resultado de la misma actuaría en consecuencia. Es evidente que el botín será más apetecible atracando un banco que robándole las limosnas a un mendigo ciego, pero las rentabilidades del atraca vendrían atemperadas por las medidas de seguridad a sortear, por las expectativas de ser capturado, por la gravedad de la sentencia que le fuese impuesta, por el coste de oportunidad que supone la pérdida de ingresos mientras permaneciese en prisión y por los riesgos que se pueden sufrir en este tipo de establecimientos.
Por su parte la Sociedad se defiende con la policía, la justicia y el establecimiento de penas, elementos todos ellos muy costosos y que aumentan en la medida en que se quiera elevar el nivel de seguridad. A más policía menos delincuencia; una justicia más ágil demanda más medios; y una mayor detención de transgresores de la ley implica más cárceles, más celadores y en general más costes para el Estado. De ahí que Becker pregunte con evidentes segundas intenciones cual considera la sociedad que es “el óptimo de seguridad” o el mínimo de delincuencia que está dispuesta a asumir, porque, aunque es posible reducir a cero los delitos, su coste sería tan elevado que podría superar los derivados de la acción delictiva.
Capital humano y Familia
Siguiendo la estela de Theodore Schultz, Becker retoma el análisis del capital humano y lo desarrolla hasta un límite que sus colegas califican de exhaustivo. Su libro del mismo nombre consta de más de trescientas páginas de apretado texto, donde se llega a sistematizar, con un sofisticado apoyo matemático, lo relativo a la salud, la movilidad geográfica, la versatilidad de los conocimientos y sobre todo la educación en sus diferentes niveles.
Solo añadiremos un par de consideraciones sobre la importancia de este capital a lo que ya es admitido como evidente para el desarrollo de cualquier sociedad que se precie. La primera apostilla se refiere a que, a diferencia del capital industrial, en el que las máquinas se van depreciando con el uso, en el capital humano pasa todo lo contrario y es necesario utilizarlo de forma continua para que los conocimientos se actualicen y no terminen por olvidarse o por quedarse obsoletos.
La segunda consideración se relaciona con la educación, que como cualquier capital precisa de inversiones, pero que en este caso además necesita del tiempo. El dicho anglosajón asegura que “Time is money” cuya traducción literal no es el tiempo es oro, como se acostumbra a decir en castellano, sino “El Tiempo es Dinero”, una doble capitalización monetaria de esfuerzo personal y de renuncia a percibir ingresos inmediatos, que justifica la elevada rentabilidad que cabe esperar de la inversión educativa.
En cuanto al cuarto grupo de temas preferentes, en su “Tratado sobre la Familia” también enfoca su análisis como si se tratase de cualquier otro centro de trabajo donde se producen bienes y se intercambian servicios, algo que no gustó mucho a determinados sectores de la sociedad, a pesar de su enorme claridad expositiva. En una sociedad primitiva, poco desarrollada, los hijos son bienes de producción, imprescindibles para la seguridad y la supervivencia del grupo. Un hijo puede ser decisivo para sustituir al cabeza de familia en caso de una inoportuna enfermedad en tiempos de siembra, o una hija puede suponer el disponer de agua potable acarreada desde una fuente lejana y cuyo suministro condiciona la economía de subsistencia. Los hijos son la seguridad social de los ancianos y se confía en que ellos devuelvan los cuidados que recibieron en su infancia. A una sociedad desarrollada y urbana le cuesta trabajo comprender los condicionantes de otros colectivos y la racionalidad de sus comportamientos. Mientras unos tememos a la hecatombe de una guerra nuclear, otros rezan para que no se retrase la llegada del monzón, que supondría el mismo resultado, aunque con una agonía más lenta.
Por su parte en los países ricos el número de hijos por familia disminuye cada vez más, entre otras cosas porque en una sociedad altamente competitiva se tiene que apostar más por la calidad que por la cantidad, concentrando mayor volumen de recursos en cada vástago.
Becker no se escondió detrás de un lenguaje esotérico, demostrando su excepcional creatividad. Su obra está ahí, al alcance de cualquier persona equipada con un mínimo de sentido común. Para conocerla, además de en sus libros y en las revistas especializadas, solo hace falta acercarse a las hemerotecas. Con sus artículos, asequibles para el público en general, se expuso a la crítica implacable, no sólo de sus colegas economistas, sino del común de los mortales.
Para conocer un poco más a fondo sobre cada uno de los galardonados recuerda que puedes consultarlo todo en el libro ‘Una corona de laurel naranja’ o entrando al siguiente blog. José Carlos Gómez Borrero