Anticipando la inteligencia artificial
En 1978, décimo año que se concedía el premio Nobel de Economía, se adjudicó a un científico al que los psicólogos consideraban uno de ellos, los informáticos otro de los suyos y los economistas decidieron distinguirle con el máximo galardón de la profesión. En realidad, Herbert Simon fue las tres cosas a la vez, además de un políglota que podía consultar documentos técnicos en más de veinte idiomas y leer por placer literatura en seis de ellos.
En el área psicológica discutió la racionalidad con la que supuestamente se comportan los individuos buscando fríamente optimizar su conveniencia con la existencia de pasiones y sentimientos. De ahí deriva su principio de “la racionalidad limitada” que ha dado lugar a una escuela de pensamiento de economistas psicólogos que ha producido Nobeles tan prestigiosos como Daniel Kahneman, Vernon Smith o Richard Thaler.
En cuanto a su interés por la informática, Simon es un pionero en la utilización de las computadoras para la toma de decisiones, anticipándose a lo que hoy se conoce como inteligencia artificial. Finalmente, sus aportaciones en el campo de la economía se mezclan en un conglomerado interdisciplinar para dar a luz a sus dos contribuciones más destacadas: El principio de racionalidad limitada y la conocida como Teoría de la decisión.
Simon, como casi todos los economistas que padecieron en su juventud las consecuencias de la gran depresión americana de los años treinta, desconfió de las recetas capitalistas para superar la crisis y simpatizó con los movimientos de izquierdas. Este coqueteo juvenil le trajo algunas dificultades cuando fue llamado a formar parte del consejo asesor del presidente Johnson. Por este motivo fue investigado por el FBI y husmeando en su pasado, uno de sus vecinos declaró que había revuelto en la basura del profesor Simon y había descubierto, hacía diez años, restos de una publicación del partido comunista norteamericano.
Las denuncias de su meticuloso vecino, no solo no impidieron su asesoramiento al partido demócrata americano, sino el que también fuese reclamada su colaboración por parte del gabinete republicano del presidente Nixon. Afortunadamente el exceso de celo patriótico no siempre se ve recompensado por una implacable caza de brujas.
El principio de racionalidad limitada
La gente no busca la solución óptima y se contenta con un resultado que satisfaga razonablemente su objetivo. Entre otras razones porque seguir buscando soluciones mejores requiere tiempo y unos recursos costosos. La información es un elemento caro y muy difícil de conseguir, especialmente la que es relevante; por lo que el que dispone de ella la esconderá celosamente para explotarla en su beneficio exclusivo.
La respuesta de Simon consiste en revolucionar los postulados en los que se basa la teoría económica tradicional y observar las respuestas reales que efectúan los interesados ante los problemas a los que se tienen que enfrentar, incluyendo ineficacias y sentimientos. De los resultados obtenidos en cada caso, introducidos en el ordenador y debidamente procesados los datos relativos a cada problema, las máquinas señalarían las alternativas que se revelasen más eficientes para resolver cada cuestión.
Esta metodología, que él desarrolla bajo el título de racionalidad limitada, da lugar a lo que se conoce como teoría de la decisión y por la que formalmente se le concedió el premio Nobel. El Comité seleccionador justificó literalmente su decisión “por su investigación pionera en el proceso de adopción de decisiones en las organizaciones económicas”.
La teoría de la decisión
Nuevamente Simon hace gala de su escepticismo académico y cuestiona la idea de que los empresarios adoptan sus políticas y sus decisiones después de un concienzudo análisis y de una amplia discusión. Si fuese así ninguna empresa quebraría y todas obtendrían sustanciosos beneficios.
La idea es precursora de la inteligencia artificial, que cada vez va invadiendo más campos de la actividad humana. Simon pronostica una era de mayor centralización de las decisiones, de la predeterminación de las mismas en forma de protocolos, o de lo que se ha dado en llamar la cultura de la empresa, siendo las principales responsabilidades de los directivos las labores de coordinación de funciones, el diseño de la organización empresarial y el respeto de la autoridad establecida. También deben velar por el cumplimiento de los principios y resoluciones, la consolidación de las lealtades y la compatibilidad de los objetivos perseguidos por los diferentes actores involucrados en la empresa. ¡Todo esto lo decía Simon en 1947!
Para conocer un poco más a fondo sobre cada uno de los galardonados recuerda que puedes consultarlo todo en el libro ‘Una corona de laurel naranja’ o entrando al siguiente blog.