La Teoría Económica de la Política
El Nobel de Economía de 1986 fue para James Buchanan, al que no hay que confundir con el decimoquinto presidente de los Estados Unidos, uno de los pocos presidentes que no se quiso presentar a un segundo mandato, pues en 1861 veía lo que se le venía encima. Su sucesor fue Abraham Lincoln y, aparte de evitarse el ser asesinado, no tuvo que presidir una guerra civil de cerca de cuatro años. Nuestro Buchanan nació 65 años más tarde en Tennessee, uno de los Estados perdedores de aquella guerra, recibiendo desde su infancia mensajes en contra de la tiranía de los políticos del Norte y de la necesidad de controlar a los que mandan. Tal vez por ello Buchanan orientó sus trabajos, desde el comienzo de su carrera, a estudiar la forma de aplicar la teoría económica al campo de la política.
Se le considera con toda justicia el padre de la escuela de “La Elección Pública” más conocida por su título en inglés “The Public Choice” y por la revista del mismo nombre. Desde su creación esta publicación se dedica a difundir análisis sobre temas relacionados, no tanto con la política económica, sino con la Economía de la Política, abordando temas tan espinosos como el clientelismo político, los sobornos, la compra de votos, las coaliciones pro gasto, los lobbies y por supuesto las corrupciones electorales y de cualquier otro tipo.
El mercado del poder
“El Cálculo del Consenso” es el gran libro de referencia en el que Buchanan, con la colaboración de Gordon Tullock, inicia el estudio de la organización del poder como si fuese un mercado, donde los compradores de servicios son los votantes y los empresarios y los administradores son los políticos y los funcionarios. Cabría suponer que cada votante actúa como un consumidor, que en lugar de escoger entre dos productos tiene que elegir entre dos candidatos a representarle. Los ciudadanos entregarían sus votos a cambio de servicios, no siempre materiales, pero de forma que les compense la entrega de parte de su riqueza y de su libertad.
Sin embargo, esta romántica exposición idílica tiene que realizarse por personas sujetas a las tentaciones que les proporciona el poder. La realidad es bastante más prosaica, y la motivación de los políticos sitúa en primer lugar la posibilidad de ser reelegido, para lo cual tratará de conseguir los votos necesarios para ello. Está claro que la mejor regla de elección es la unanimidad, un resultado que no es imposible, pero que puede resultar bastante caro. En consecuencia, la fórmula de la mayoría resulta mucho más barata, pues los políticos buscarán que sus programas satisfagan solamente al número necesario para alcanzar su objetivo. En este sentido, como subproducto de su propio interés cabe esperar el bienestar relativo de la mayoría social.
La escuela del “Public Choice” se esfuerza en denunciar las consecuencias indeseables de las decisiones políticas. Es evidente que a todos nos gusta disfrutar de las cosas cuanto antes mejor y cuantas más sean mejor todavía, sobre todo si esos dispendios no tenemos que pagarlos nosotros con nuestros impuestos.
Buchanan alerta contra el egoísmo intergeneracional de estos planteamientos. Disfrutemos nosotros hoy, que ya lo pagarán nuestros hijos mañana. Subámonos las pensiones ahora, que, si no son sostenibles, ya no seremos nosotros los que tengamos que arreglar el desaguisado.
Sin embargo, las tentaciones del poder son enormes, como pueden ser enormes los beneficios que puede reportar a un grupo de intereses la decisión de un contrato público. Mientras el funcionario o el político de turno no tendrá que pagar los costes del proyecto, los costes serán distribuidos entre millones de contribuyentes. He aquí un caso claro de costes dispersos y beneficios concentrados, que justifican la presencia de lobbies y de vendedores de influencias.
Buchanan se sorprendió de que le hubiesen premiado a él con un galardón tan notorio, añadiendo algo que debió halagar al Comité Electoral del Nobel, pues dijo que, sólo en Suecia se atreverían a premiar a alguien tan crítico con el poder.
La revista “Public Choice” sigue editándose en la actualidad, y aunque el creador de este movimiento falleció en 2013, no faltan seguidores que han tomado su relevo. Títulos como “la Teoría Económica de la Democracia” de Anthony Downs, pasando por los trabajos de Robert Tollison, Richard McKenzie, Mancur Olson, o William Niskanen, aseguran la continuidad de este nuevo e interesante campo de la economía.
Para conocer un poco más a fondo sobre cada uno de los galardonados recuerda que puedes consultarlo todo en el libro ‘Una corona de laurel naranja’ o entrando al siguiente blog. José Carlos Gómez Borrero