La delgada línea entre la privacidad y el secreto21/11/2014 | Matthew Vincent – Financial Times Español
¿Alguna vez te has sentido observado? Yo sí. Están fuera de mi casa verificando lo que hago. Sé que registran mis llamadas telefónicas. Incluso rastrean mis movimientos en la ciudad. ¿Crees que soy paranoico? Los periodistas financieros tuvieron más razones para serlo cuando esta semana un alto ejecutivo de Uber, la aplicación para llamar taxis, dijo que se debería contratar a investigadores para investigar “la vida personal” de los reporteros críticos. Lo dicho por Emil Michael fue rápidamente desmentido por Travis Kalanick, Director ejecutivo de Uber, pero solo sirvió para reiniciar la preocupación sobre la privacidad y la manera en que las empresas manejan la información personal de sus clientes. Un periodista de los EE. UU. expresó su temor de que Uber “hubiera revisado su agenda de viajes”. Uber dijo que sus empleados no pueden hacer esto. Pero, si pudieran hacerlo, solo imaginemos lo que podrían descubrir: dónde fue recogido un pasajero y a dónde se le llevó. Antes de la disrupción digital de Uber, esta información tan confidencial sólo habría sido revelada a unos pocos cientos de chóferes de taxi acreditados, los que habrían rechazado difundir la información a otros clientes – a menos que el pasajero en cuestión fuera un conocido político, actor, empresario o dejara malas propinas. Mientras se incrementan las operaciones en línea se vuelven más absurdos los temores acerca de la privacidad. Quienes estaban fuera de mi casa intentaban entregarme un paquete. Mi compañía telefónica mantiene una lista de los números a los que llamo y durante cuánto tiempo – se le conoce como una factura detallada. Y la aplicación para taxi que utilizo almacena mis viajes recientes para agilizar los alquileres futuros. Estas empresas no niegan mi derecho a la privacidad de la misma manera que mi barman o mi peluquero tampoco lo hacen al preguntar “¿Lo mismo de siempre?” Los periodistas financieros mejor deberían preguntar cuánta privacidad pueden todavía obtener los individuos en una industria que no ha sufrido disrupciones: la administración de los hegde funds. Esta semana, después de meses de investigaciones, el periodista del Financial Times, Miles Johnson descubrió la identidad real de la gente que estaba vendiendo en corto acciones en Quindell, Blinkx y otras empresas europeas que estaban con problemas. Los accionistas habían intentado averiguar quién estaba apostando contra sus empresas durante la mayor parte de este año – y si tenían relación con los investigadores de los EE. UU. Cuyas actividades estaban perjudicando el futuro de esas empresas. Se le ha preguntado a la Autoridad Financiera del Reino Unido. Pero el regulador dijo que estaba atado por las estrictas reglas de confidencialidad. Así que examinaron los nombres de las entidades que realizaban las ventas en corto. Pero esto resultó ser una estrategia para desviar la atención – utilizaban abreviaturas para aparentar ser alemanas u holandesas cuando éste no era el caso. Así que buscaron las direcciones de los representantes de las entidades. Pero esta información también era privada, según las regulaciones. Sólo cuando se rastreó a la empresa legal de los vendedores en corto se levantó el velo de la privacidad – y los administradores del fondo de inversión Tiger Global emergieron como la fuerza principal detrás de la operación. Quienes apoyan la venta en corto dicen que facilita a los mercados la liquidez esencial, y la privacidad es necesaria para permitir a los fondos de inversión y a otros construir discretamente sus posiciones en corto. Pero mientras se incrementan las transacciones en corto – y su potencial de estar relacionados a reportes de investigación con intereses propios – la privacidad se vuelve absurda. Si los inversiores no pueden saber quién está eligiendo y desechando sus acciones, en dónde se encuentran y quiénes son sus compañeros de viaje, continuarán sospechando que se les está tomando el pelo. |
The fine line between privacy and secrecy11/21/2014 | Matthew Vincent – Financial Times English
Ever get the feeling you’re being watched? I do. They sit outside my house to check on my whereabouts. I know that they monitor my phone calls. They even track my movements across the city. Do you think I might be paranoid? Financial journalists certainly gained more reason to be so this week when a senior executive at Uber, the taxi-hailing app, said it should hire investigators to investigate the «personal lives» of critical reporters. Emil Michael’s remarks were quickly disowned by Travis Kalanick, Uber’s chief executive, but only served to reignite concerns over privacy and the way in which companies handle customers’ personal data. One US journalist expressed a fear that Uber «might look into my travel logs». Uber says its employees cannot do this. But if they could, just imagine what they might discover: where a passenger had asked to be picked up and dropped off. Before Uber’s digital disruption, information of such an intensely private nature would have been vouchsafed only to a few hundred licensed cab drivers who would have refused to disseminate it to other customers – unless the passenger in question was a prominent politician, actor, business person or bad tipper. As online transactions increase, so privacy scares become more absurd. Those people outside my house were trying to deliver a parcel. My phone provider keeps a list of the numbers I call, and for how long – it is known as an itemised bill. And the taxi app I use stores my recent journeys to make rebooking quicker. These companies are no more denying my right to privacy than the bartender or barber who inquires, «Your usual, Sir?». Financial journalists would do better to ask whether too much privacy is still being afforded individuals in a largely undisrupted industry: hedge fund management. This week, after months of inquiry, Financial Times journalist Miles Johnson uncovered the true identity of the people short selling shares in Quindell, Blinkx and several other under-fire European companies. Shareholders had been trying to work out who was betting against their companies for much of this year – and whether they were connected to US researchers damning those companies’ prospects. They asked the UK’s Financial Conduct Authority. But the regulator said it was bound by strict confidentiality rules. So they examined the names of the entities doing the short selling. But these turned out to be intentionally misleading – bearing abbreviations denoting German or Dutch incorporation when this was not the case. So they looked for addresses of the entities’ representatives. But this information was also private, under the regulations. Only when the short sellers’ law firm was tracked down, did the veil of privacy lift – and Tiger Global hedge fund managers emerge as the driving force behind the operation. Advocates of short selling say it provides essential liquidity to markets, and privacy is necessary to enable hedge funds and others to build their short positions discreetly. But as shorting transactions – and their potential to be related to self-interested research reports – increase, so this privacy becomes absurd. If investors cannot know who is picking up and then dropping their shares, where those people are based and who their fellow travellers might be, they will continue to suspect they are being taken for a ride. |
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Copyright © «The Financial Times Limited«. «FT» and «Financial Times» are trade marks of «The Financial Times Limited». Translation for Finanzas para Mortales with the authorization of «Financial Times». |
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