La desaparición de los campos de golf en Japón ilustra la “Abeconomía”
19/02/2016 | Henny Sender (Financial Times) – Financial Times Español
Los campos de golf japoneses son un útil indicador financiero. A medida que sus miembros sucumben, ya sea a causa de las estrecheces de una tambaleante economía o a causa de la vejez, estas exuberantes extensiones de césped cuidadosamente mantenido — simbólicas de los excesos de los años de la burbuja — están cayendo en desuso.
Una empresa extranjera en Tokio ha comenzado a comprarlos y, reflejando la ansiedad popular tras el desastre de Fukushima, los está convirtiendo en parques solares.
La decisión del banco de Japón (BoJ, por sus siglas en inglés) de aceptar las tasas de interés negativas — el último intento de revitalizar la paralizada economía — no se aplica a los depósitos minoristas; al menos no todavía.
Sin embargo, eso no representa consuelo alguno para los trabajadores y sus homólogos jubilados que han visto el retorno de sus ahorros diezmado por años de tasas de interés cero.
A pesar de los alardes de Shinzo Abe acerca de las «tres flechas» de su programa de Abeconomía, ha habido sólo una flecha en el cajón del primer ministro: la depreciación del yen (aunque sea indirectamente), a través de tasas de interés cada vez más bajas, para apoyar a los exportadores japoneses en su intento de defenderse de rivales como China y Vietnam.
Las otras dos flechas — la reforma fiscal y la estructural — no ocasionan más que pinchazos.
El apoyo de la Abeconomía por parte del BoJ a través de este tipo de inusual política monetaria nunca ha sido acerca del crecimiento económico real.
Al igual que las políticas de la Reserva Federal de EEUU (Fed), esto ha llevado a la inflación de precios de los activos y a que surjan distorsionados incentivos en lugar de a una economía rejuvenecida, construida sobre un sector de servicios de primera clase y de empresas de tecnología de vanguardia.
Hasta ahora la Abeconomía no ha dado lugar a un incremento en el crecimiento. La producción durante el cuarto trimestre de 2015 se contrajo en un 1,4 por ciento, lo cual fue peor de lo esperado. De hecho, durante el año pasado, el crecimiento fue inferior al promedio del 0,6 por ciento de los dos años anteriores. Si las tasas cero no lograron incentivar a las empresas o a los consumidores, es difícil ver por qué las tasas negativas surtirían tal efecto.
En cambio, las ganancias corporativas alcanzaron niveles récord durante la primera mitad de 2015, pero esto fue el resultado, casi totalmente, de una combinación del yen barato con precios mundiales de energía más bajos, lo cual es importante para un importador como Japón.
Esto nos lleva a otra «flecha»: la reforma estructural y corporativa. El yen barato, al igual que muchos otros “regalos” de los bancos centrales, tiene la indeseada consecuencia de hacer que las empresas estén menos propensas a llevar a cabo reformas — un aumento de salarios, por ejemplo, o una ampliación de la diversidad en los niveles ejecutivos — porque dependen de una moneda barata en lugar de depender de la innovación para hacerlas competitivas.
Una indicación de lo que está sucediendo es que el mercado de drones — el producto electrónico “imprescindible” de los consumidores en la actualidad — está dominado por DJI, una empresa china, en lugar de un grupo japonés.
El trabajador común ha sido menos afortunado. Se espera que los ingresos totales hayan disminuido durante el cuarto trimestre. Mientras tanto, los economistas anticipan que el consumo caiga en un 2 por ciento debido a ventas minoristas y a gastos domésticos más débiles de lo esperado.
En otras palabras, mientras que el gobierno y el banco central están tratando de crear un aumento de la inflación, parece que todavía no han logrado extenderlo a la clase de crecimiento de salarios y de ingresos que pudiera mejorar las perspectivas económicas de una manera sostenible.
En cuanto a la política fiscal, ésta sigue siendo, lamentablemente, más de lo mismo: principalmente constituida por transferencias de recursos al sector de la construcción, el cual tradicionalmente ha sido un gran donante del Partido Liberal Democrático gobernante.
Incluso las comisiones de los constructores políticamente privilegiados son del tipo equivocado. Japón debiera estar construyendo residencias para las personas de la tercera edad para este creciente segmento de su población en lugar de estadios olímpicos, los cuales tendrán insignificantes efectos multiplicadores sobre la economía.
Ellos, sin embargo, endeudan todavía más al gobierno, y sus bonos soberanos no siempre podrán venderse con rendimientos negativos.
Las más recientes medidas del BoJ han dejado de conducir fiablemente a un aumento en el precio de los activos de mayor riesgo, como las acciones.
El índice de acciones Nikkei cayó un 15 por ciento tras el cambio de política, resultando especialmente afectadas las acciones bancarias. Esto se debe a que las tasas negativas reducen drásticamente los márgenes de interés netos en los pocos préstamos que los bancos proporcionan, ya que sus clientes corporativos no pueden ver el sentido a expandir la inversión de capital mientras que su base de clientes se reduce.
Mientras tanto, a pesar de las intenciones de Tokio, el yen ha subido frente al dólar, menoscabando las perspectivas de los exportadores.
El sector privado solía ser el que se dedicaba a la ingeniería financiera, mientras que los bancos centrales condenaban este tipo de juegos monetarios. En la actualidad, los propios bancos centrales se han convertido en ingenieros financieros. Su éxito, como el de los campos de golf japoneses, está destinado a ser fugaz. |
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Japan’s vanishing golf courses sum up Abenomics
02/19/2016 | Henny Sender (Financial Times) – Financial Times English
The golf courses of Japan are a useful financial indicator. As members succumb either to straitened circumstances in a struggling economy or to old age, these lush expanses of manicured grass — symbolic of the excesses of the bubble years — are falling out of favour.
A foreign-owned property company in Tokyo has begun buying them up and, reflecting the popular anxiety following Fukushima, is converting them into solar farms.
The bank of Japan’s decision to embrace negative interest rates, the latest attempt to reinvigorate the ossified economy, does not apply to retail deposits… at least, not yet.
That, however, is small comfort to the salarymen and their retired counterparts who have seen the return on their savings decimated by years of zero interest rates.
Despite Shinzo Abe’s boasts about the “three arrows” of his Abenomics programme, there has been only ever one missile in the prime minister’s quiver: yen depreciation (albeit indirectly), through ever-lower interest rates, to support Japanese exporters as they try to fend off rivals such as China and Vietnam.
The other two arrows — fiscal and structural reform — are but pinpricks.
The BoJ’s support of Abenomics through this kind of unconventional monetary policy has never been about real economic growth.
Like the policies of the US Federal Reserve, it has led to asset price inflation and distorted incentives rather than a rejuvenated economy built on a world-class service sector and leading-edge technology companies.
So far Abenomics has not led to a growth spurt. Output in the fourth quarter of 2015 contracted by 1.4 per cent, which was worse than expected. Indeed, for the whole of last year, growth was below the average 0.6 per cent of the previous two years. If zero rates failed to ignite the spirits of either companies or consumers, it is hard to see why negative rateswould have that effect.
By contrast, corporate profits reached record levels in the first half of 2015 but that was almost entirely a benefit of the cheap yen combined with lower global energy prices — important for a big importer such as Japan.
This brings us to another “arrow”: structural and corporate reform. That cheap yen, like so many other gifts from the central banks, has the unintended consequence of making companies less likely to reform — raising salaries, for example, or increasing diversity at senior levels — because they rely on a cheap currency rather than innovation to make them competitive.
It is a sign of the times that the market for drones, the current must-have consumer electronic product, is dominated by DJI, a Chinese company , rather than a Japanese group.
The average worker has been less fortunate. Total earnings are expected to have declined in the fourth quarter. Meanwhile economists expect consumption to fall by 2 per cent on the back of weaker-than-expected retail sales and household spending.
In other words, while the government and the central bank are trying to engineer a rise in inflation, it appears that they have not yet managed to extend it to the sort of wage and income growth that could lift economic prospects in a sustainable way.
As for fiscal policy, that, disappointingly, remains more of the same: largely resource transfers to the construction sector, traditionally a big donor to the ruling Liberal Democratic party.
Even the commissions from the politically privileged builders are of the wrong sort, though. Japan should be building nursing homes for its ageing population rather than Olympic stadiums, which will have negligible multiplier effects on the economy.
They will, however, put the government deeper into debt — and its sovereign bonds will not always be able to be sold at negative yields.
The latest measures from the BoJ have ceased to reliably lead to a rise in the price of more risky assets such as equities.
The Nikkei stock index dropped 15 per cent in the wake of the policy shift, with bank shares especially hard hit. That is because negative rates crush net interest margins on what little lending banks undertake, since their corporate customers cannot see the point of expanding capital investment while their customer base shrinks.
Meanwhile, despite Tokyo’s intentions, the yen has risen against the dollar, damaging exporters’ prospects.
It used to be that it was the private sector that engaged in financial engineering while central banks condemned such money games. Now the central banks themselves have turned into financial engineers. Their success, like that of Japan’s golf courses, is bound to be fleeting. |