Einstein demostró que todo lo que sube, baja. Ahora, los países productores de petróleo nos dicen que todo lo que baja, acaba subiendo otra vez. El pasado 30 de noviembre, la Organización de Países Exportadores de petróleo (OPEP) se reunió en Viena (Austria), ciudad que alberga la sede de la organización, para acordar una reducción de la producción del petróleo y, por tanto, una subida del precio del barril.
La OPEP está formada por 14 países: 6 de Oriente Medio (Irán, Irak, Kuwait, Catar, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos), 5 de África (Argelia, Angola, Libia, Nigeria, Gabón), 2 de América del Sur (Venezuela y Ecuador) y 1 del Sudeste Asiático (Indonesia). Arabia Saudí es el mayor exportador, el que más manda, y no tiene muy buenas relaciones con Irán. Otros países productores de petróleo que no pertenecen a la organización -Sudán, México, Noruega, Rusia, Kazajistán, Omán o Egipto- participan, a veces, como observadores en las reuniones del grupo. Y esta vez parece que se han puesto todos de acuerdo.
Los países de la OPEP controlan el 42% de la producción mundial de petróleo y el 81% de las reservas. El objetivo de sus estatutos es coordinar y unificar las políticas petroleras entre los países miembros con el fin de garantizar unos precios justos y estables, el abastecimiento eficiente, económico y regular a los países consumidores y un rendimiento justo del capital de los inversores. Pero lo cierto es que, algunos años -1973, 1974 y 1979-, se pasaron con el precio del crudo y provocaron una profunda crisis.
En la última reunión de Viena, a la que acudió Putin, se acordó recortar la producción de petróleo que llevaba aumentado desde 2008. El motivo oficial -dicen- es la estabilización del mercado petrolífero. Y es que el precio del barril de petróleo Brent, el de referencia en Europa, empezó a caer a mediados de 2015 y desde entonces no había parado de bajar. ¿Los motivos? El exceso de oferta y el debilitamiento de la demanda: Irán, castigado por su programa nuclear, volvió a exportar; Estados Unidos recurrió al fracking; y la recesión en China obligó a comprar menos petróleo.
Así pues, después de varios meses con el precio del petróleo bajo (30 dólares el barril), los países productores -los de la OPEP y otros encabezados por Rusia- han decidido reducir la producción en 1,2 millones de barriles diarios y forzar así una subida del precio (hasta ahora, se producían 30 millones de barriles a bajo precio).
El efecto ha sido inmediato en los primeros días de diciembre. Los precios han subido un 17% situando el precio del barril en los 54 dólares frente a los 30 que se han pagado en los últimos dos años. Analistas y expertos creen que no parará hasta alcanzar los 60, objetivo para el que se necesita que todos los países productores mantengan el acuerdo. Y la verdad es que los países más ricos siempre han demostrado que, al final, acaban haciendo lo que les da la gana.
Sólo hay un límite para la subida del precio del petróleo: el fracking o fractura hidráulica, método por el que apuesta Estados Unidos para autoabastecerse e, incluso, para exportar. Resulta más caro que la extracción de crudo pero si el precio del petróleo subiera más de la cuenta, estimularía al fracking. Más ahora cuando el nuevo presidente Donald Trump ha afirmado que eliminará las restricciones al desarrollo energético de Estados Unidos como la obtención del gas mediante el fracking o el carbón limpio para, así, conseguir la independencia energética del país.
Pero de momento, el acuerdo alcanzado en Viena sobre producción y precios tendrá malas consecuencias para los países importadores como España, donde tenemos una gran dependencia de esta materia prima: importamos el 99,6% de lo que consumimos cada año. Durante 2016, España ha comprado un 4,6% de petróleo más que el año anterior a países como México, Rusia y Arabia Saudí debido, sobre todo, al bajo precio que nos ha permitido ahorrar hasta un 30%. La actual subida lastrará, sin duda, la balanza comercial de España. El ministro de Energía, Turismo y Agenda Digital, Álvaro Nadal, ya se ha apresurado a reconocer que los precios de los carburantes subirán entre un 3 y un 5% lo que, sin duda, elevará el Índice de precios al Consumo (IPC). Y ya sabemos que cuando suben los precios, baja el consumo y se pierde en competitividad.
Detrás de ese objetivo oficial de la OPEP de estabilizar el mercado, se encuentra el de aumentar los ingresos. Las razones pueden ser diversas: internas (hay un consenso generalizado entre miembros y no miembros de la OPEP; alguno -léase Rusia- necesita dinero) o externas (ha vuelto a subir la dependencia del petróleo en los países no productores; se ha ralentizado la producción de gas que Estados Unidos conseguía a través del fracking). Lo que está claro es que los grandes beneficiados son los países exportadores y las petroleras. Frente a los países más ricos de la OPEP, otros mucho más pobres como Venezuela, Ecuador o Nigeria llevaban meses solicitando aumentar el precio del petróleo para sanear sus maltrechas economías.
El acuerdo firmado en Viena tiene una vigencia de seis meses prorrogable por otros seis, tiempo suficiente para que la demanda mundial de petróleo vuelva a crecer sin perder cuota de mercado. Porque, quién sabe, quizá Estados Unidos aumente su producción de energías y acabe vendiendo gas a los países que hasta ahora consumían petróleo.
Estamos, de nuevo, ante una guerra comercial donde Arabia Saudí (el mayor productor de petróleo) y Rusia tienen mucho que decir frente a unos Estados Unidos que estrena gobierno, que no quiere depender de nadie y que no acaba de concretar el Tratado Trasatlántico de Libre Comercio con Europa, el famoso TTIP.
Autora: Elvira Calvo (7 diciembre 2016)