Cercana la festividad de Todos los Santos, el próximo 1 de noviembre, cabe hacerse una reflexión sobre esta conmemoración que, en España, tiene una gran significación religiosa y está rodeada de costumbres y tradiciones ancestrales. Es el día en el que se visitan los cementerios y se recuerda de manera especial a los seres queridos que han fallecido y que están allí enterrados. Previamente, se limpian las tumbas o los nichos y se engalanan con flores. Pero ¿qué y por qué se celebra?
La festividad fue instaurada por la Iglesia Católica a principios del siglo IV a raíz de la última y más sangrienta persecución a los cristianos por el imperio romano, lo que se conoce como la gran persecución de Diocleciano. Cuatro siglos después, el Papa Gregorio fijó la fecha el 1 de noviembre para contrarrestar la celebración pagana del Año Nuevo Celta, origen del actual Halloween (sí, sí, Halloween no es un invento de Estados Unidos). En el siglo IX, otro Papa, Gregorio IV, extendió la festividad a toda la Iglesia.
En España, el Día de todos los Santos se ha respetado hasta hoy, hasta el punto de que es una de las ocho fiestas de precepto anuales. La gente se desplaza a sus lugares de origen para honrar a sus muertos: les recuerdan, les rezan y les llevan flores. Ese día concentra el 20% de las ventas de ramos de todo el año, frente al 17% del Día de la Madre y el 14% de San Valentín, según un informe de la delegación española de la red de floristas internacional, Interflora. Cada español se gasta en flores, el Día de Todos los Santos, una media de 35 euros, lo que nos lleva a ocupar el 9º puesto en el ranking de los países consumidores de flores, que lideran Alemania, Holanda y Austria.
Claveles, rosas, gerberas y crisantemos -procedentes de Colombia y Ecuador, Cataluña, Valencia, Canarias y Andalucía- son las más demandadas y las que suben de precio por estas fechas (un clavel que suele costar 1 euro, dobla su precio). La crisis ha obligado a elegir centros de 40 euros y no de 60, o a comprar una docena en lugar de dos, pero lo cierto es que seguimos comprando flores a nuestros muertos, sobre todo las personas entre 40 y 65 años.
Con el tiempo, la fecha se ha convertido en un día de celebración…de la vida! Es una buena ocasión para que las familias se reúnan en torno a postres típicos de la época del año como buñuelos de viento, huesos de santo o panellets (es habitual ver colas en las pastelerías) o asisten a tradiciones y espectáculos ad hoc que varían según las regiones o las comunidades autónomas. Si además cae en puente, muchos aprovechan para hacer algún viaje.
Sea como fuere, el día de los muertos trae otras preguntas: ¿Cuánto cuesta morirse? ¿Incineración o entierro? ¿Merece la pena un seguro de deceso? Las respuestas han variado con los años.
Morirse en España cuesta alrededor de 3.500 euros, entre el velatorio, el ataúd (una media de 750 euros), las flores (entre los 110 de una corona hasta los 20 de un ramo), las esquelas (12 euros si es online; si es en papel, la más tradicional, a partir de 250 euros y hasta 20.000 si se publica en un diario nacional), los papeleos y la tumba (un nicho a 10 años, vale de media entre 900 y 1.800 euros). Teniendo en cuenta que en España se mueren casi 400.000 personas al año, no es de extrañar que, en torno a la muerte, se haya generado un negocio que mueve millones de euros. El sector de los servicios funerarios está liberalizado y, aunque las comunidades autónomas tienen capacidad de regulación, no parece que la ejerzan, a tenor de algunas asociaciones que han surgido contra los abusos en los seguros de decesos, como AFEALE (Afectados Seguros Decesos Alianza Española).
En España, las ciudades más caras a la hora de realizar un sepelio son Barcelona (6.441 euros) y Tarragona (5.323 euros); las más baratas, Cuenca (2.261 euros), Santa Cruz de Tenerife (2.397 euros) o Las Palmas de Gran Canaria (2.662 euros).
No es de extrañar, pues, que las incineraciones hayan escalado puestos a la hora de buscar acomodo en la otra vida. Con un precio medio de 600 euros, la opción de la cremación ha crecido un 35% en los últimos años. En capitales como Madrid o Barcelona, llega hasta el 50%, según un estudio de la Confederación de Consumidores y Usuarios (CECU).
Otra opción, muy tradicional en España, es la contratación de un seguro de deceso que suele heredarse de padres a hijos. Consiste en contratar un seguro que cubre todos los gastos en el caso de fallecimiento de uno de los miembros de la familia. Dependiendo de los servicios que se contraten, el pago de la póliza oscila entre los 7 y los 12 euros al año y por persona. Según la Asociación Empresarial del Seguro, UNESPA, 20 millones de españoles tienen contratado este tipo de seguro que abarca diversos servicios: desde la recogida del difunto, la información a la familia, la práctica de higiene del cadáver y el ataúd, pasando por la contratación del velatorio y el entierro o incineración. La opinión en la calle es muy diversa: para algunos es un alivio en momentos de gran dolor; para otros, una práctica acuñada en los tiempos de gran pobreza que hoy en día ya no es necesaria; y para otros, un negocio que se aprovecha del momento de confusión, al ofrecer catálogos B, más baratos que los generales.
Comparado con el resto de Europa, España vive en la época de don Quijote o la pandereta. Las administraciones regionales y locales permiten, y no controlan, los abusos del sector. Frente a los 3.500 euros que cuesta morirse en España, están los 700 ó 1.000 de Alemania, o los 850-1.200 de Francia. En Europa no funcionan los seguros de decesos. Tampoco hay tanatorios. La ley obliga a los hospitales a tener cámaras de frío donde mantener los cadáveres durante una semana para que la familia organice, con tiempo, la despedida del difunto. En España, todos es más rápido… ¡y más caro!
Autora: Elvira Calvo (24 octubre de 2016)