La ventaja de abordar el cambio climático28/10/2015 | Martin Wolf (Financial Times) – Financial Times Español
La conferencia intergubernamental sobre el clima que se va a realizar en París en diciembre ¿representará un cambio decisivo en los esfuerzos mundiales para frenar los riesgos de un catastrófico cambio climático? Hoy en día esto es muy improbable, pero no inconcebible. Definitivamente, no será suficiente por sí sola. Pero una combinación de nuevas oportunidades tecnológicas y de nuevos enfoques en relación con un acuerdo facilita novedosas posibilidades. La conferencia pudiera marcar el final del principio; el punto en el cual comienzan los verdaderos esfuerzos para cambiar nuestra trayectoria. En su libro Why Are We Waiting? (¿Por qué estamos esperando?), Nicholas Stern, autor del informe Stern sobre la economía del cambio climático, establece los retos y las oportunidades con claridad y pasión. El autor presenta tres proposiciones. En primer lugar, las metas primordiales de la humanidad para el siglo XXI deben ser la eliminación de la pobreza masiva y del riesgo de un catastrófico cambio climático. En segundo lugar, estas metas son complementarias. En tercer lugar, el argumento a favor de tomar una acción temprana es abrumador, tanto por el hecho de que los gases de efecto invernadero permanecen en la atmósfera durante siglos y porque las inversiones en la infraestructura energética, de transporte y urbana determinarán la intensa necesidad del carbono de nuestras economías. Estos argumentos se basan en el punto de vista de que los riesgos climáticos son significativos y que los costes de abordarlos son llevaderos. El no hacer nada insinúa que los riesgos son insignificantes. Tal posición implica un grado absurdo de certeza. En relación con los costes, nunca obtendremos una respuesta si no intentamos hacer algo. Pero la evidencia es cada vez mayor en cuanto a que, lo que el profesor Stern llama una «revolución industrial energética», está a nuestro alcance. Si es así, los costes económicos a largo plazo de abordar los riesgos climáticos podrían ser bastante modestos: quizás tan poco como la pérdida de un año de crecimiento de consumo para el 2050. Sin embargo, la solución en cuestión de emisiones que se necesita para brindar una posibilidad del 50 por ciento de limitar el aumento de la temperatura a 2 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales también es radicalmente diferente a la del pasado. Hasta ahora, las emisiones globales de dióxido de carbono per cápita han aumentado, no disminuido — a pesar de todas las c Afortunadamente, están surgiendo nuevas oportunidades tecnológicas. Existe la posibilidad de una revolución en la generación y almacenamiento de energía, en el ahorro energético, en el transporte y en la captura y almacenamiento de carbono. Algunos claman por el equivalente del programa espacial Apolo de la década de 1960, pero dirigido hacia la investigación y el desarrollo de energía baja en carbono. También existe una oportunidad en el campo de la inversión: elegir tecnologías con altos niveles de emisiones de carbono para la infraestructura energética, de transporte y urbana fijaría un peligroso futuro. Pero para lograr la meta, las emisiones por unidad de producción deben reducirse en un equivalente a siete u ocho veces para el año 2050. El reto es abrumador. Esta revolución no sucederá sin el apoyo gubernamental; se beneficiaría de la eliminación de subsidios a los combustibles fósiles, los cuales el Fondo Monetario Internacional estima alcanzarán 5,3 billones de dólares en 2015 (el 6,5 por ciento de la producción mundial), con la inclusión de efectos colaterales, tales como la contaminación del aire. Estos subsidios son tres órdenes de magnitud mayores que el gasto estatal en investigación y desarrollo de fuentes de energía renovable. En la actualidad se ha tomado la decisión de evitar los obstáculos para alcanzar un acuerdo global vinculante que determine un precio para el carbono. Esto tiene sentido. Llegar a un acuerdo sobre la asignación de derechos de contaminación negociables a través de las fronteras es imposible. Y el acordar una tasa impositiva común es casi tan difícil. Además, si se les pide a los países asumir compromisos vinculantes, ellos limitarán sus promesas a lo que saben que pueden cumplir. En lugar de ello, se está alentando a los países a presentar «contribuciones determinadas a nivel nacional». Aunque estas medidas están muy lejos de ser lo que realmente se necesita, se están encaminando hacia la dirección correcta, sobre todo ahora que China y EEUU están participando activamente. Por otra parte, los analistas son optimistas con respecto a que, con el impulso adecuado por parte de los gobiernos, un círculo virtuoso de innovación tecnológica — combinada con la reducción de la contaminación local y otros beneficios — pudiera volverse beneficiosa la rápida adopción de te Los planes nacionales también tienen más probabilidades de triunfar sobre los intereses nacionales particulares si se desarrollan paralelamente. Pero la necesidad de una rápida difusión transfronteriza de innovación y de ayuda a los países más pobres para invertir en nuevos sistemas de energía y de transporte continúa. Los países más ricos deberán contribuir. Para aquellos convencidos de la importancia del tamaño y de la irreversible naturaleza del riesgo que la humanidad está tomando con el clima, las noticias son malas y buenas. La mala noticia es que la próxima Conferencia de París no presentará una solución creíble que nos aleje del potencial desastre. A lo sumo, retrasará el ritmo al que nos acercamos a tal punto. La buena noticia es que, a largo plazo, el enfoque relativamente pragmático que actualmente se está adoptando — combinado con la posibilidad de un acelerado cambio tecnológico — hace que el cambio hacia una solución que nos aleje del desastre sea más probable. Es incierto si, en la práctica, esto será suficiente para cambiar drásticamente el futuro de las emisiones energéticas a nivel mundial. Pero es posible. También será necesario mucho más esfuerzo y determinación durante la próxima década. Ese esfuerzo debe comenzar, al menos, con el mejor acuerdo posible en París. |
The upside of addressing climate change10/28/2015 | Martin Wolf (Financial Times) – Financial Times English
Will the inter-governmental climate conference in Paris in December be a decisive turn in the world’s efforts to curb risks of catastrophic climate change? At present this is highly unlikely but not inconceivable. It will certainly not be enough of itself. But a combination of new technological opportunities and new approaches to a deal opens up fresh opportunities. The conference might mark the end of the beginning, the point at which serious efforts to change our trajectory begin. In his book Why Are We Waiting? , Nicholas Stern, author of the Stern Review on the economics of climate change, lays out the challenges and opportunities with clarity and passion. He advances three propositions. First, humanity’s overriding goals for the 21st century should be the elimination of mass poverty and risk of catastrophic climate change. Second, these goals are complementary. Third, the case for early action is overwhelming, both because greenhouse gases stay in the atmosphere for centuries and because investments in energy, transport and urban infrastructure will lock in the carbon intensity of our economies. These arguments rest on the view that climate risks are large and the costs of addressing them bearable. Doing nothing implies that risks are negligible. That position implies an absurd degree of certainty. On the costs, we will never know if we do not try. But the evidence is ever greater that what Professor Stern calls an “energy industrial revolution” is within our grasp. If so, the long-run economic costs of addressing climate risk could be quite modest: maybe as little as the loss of one year’s growth of consumption by 2050. Yet the path for emissions that is needed to deliver a 50 per cent chance of limiting the increase in temperature to 2C above pre-industrial levels is also radically different from that of the past. Hitherto, global emissions of carbon dioxide per head have risen, not fallen — despite all the global conferences — as the rapid growth of emerging economies, notably China, has swamped feeble efforts to curb emissions elsewhere. On anything like our present path the necessary declines in emissions will not occur. Humanity will have made an irreversible gamble on the chance that sceptics are, in fact, right. Fortunately, new technological opportunities are opening up. Potential exists for a revolution in energy generation and storage, in energy savings, in transport, and in carbon capture and storage. Some call for the equivalent of the Apollo space programme of the 1960s, but for research and development in low-carbon energy. The opportunity is also in investment: choosing carbon-intensive technologies for energy, transport and urban infrastructure would lock in a perilous future. But to achieve the target, emissions per unit of output need to fall seven- or eightfold by 2050. The challenge is daunting. This revolution will not happen without state support. It would be helped by eliminating subsidies for fossil fuels, estimated by the International Monetary Fund at $5.3tn for 2015 (6.5 per cent of global output), with the inclusion of spillover effects, such as air pollution. This is three orders of magnitude larger than state spending on research and development in renewable energy. The decision has now been made to sidestep the obstacles to reaching a binding agreement that delivers a global price of carbon. This makes sense. Reaching agreement on the allocation of tradeable pollution rights across border is impossible. Agreeing on a common tax rate is almost as difficult. Furthermore, if countries are asked to make binding commitments, they will limit th Moreover, analysts are optimistic that, with the right push from governments, a virtuous cycle of technological innovation combined with reduced local pollution and other benefits might make the rapid adoption of low-carbon technologies and ways of living beneficial to national economies, without taking account of the impact on the climate. If so, reliance on national plans would make yet more sense. National plans are also more likely to overcome domestic vested interests if developed in parallel. But the need for rapid cross-border dissemination of innovation and for assistance to poorer countries in making investments in new energy and transport systems remains. Richer countries will have to contribute. For those persuaded of the size and irreversible nature of the gamble humanity is taking with the climate, the news is both bad and good. The bad news is that the coming Paris conference will not deliver a credible path away from the potential disaster. At best, it will slow the pace at which we approach such a point. The good news is that in the longer term the relatively pragmatic approach now being adopted, combined with the likelihood of accelerating technological change, makes movement on to a path away from disaster more likely. Whether this will in practice be enough to turn around the supertanker of global energy-related emissions in time is uncertain. But it is possible. It will also need a great deal more effort and determination in the coming decade. That effort must at least begin with the best possible agreement in Paris. |
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