La «vida en tres etapas» plantea nuevos desafíos para todos04/12/2018 | Simon Kuper (Financial Times)
Imagina a un miembro de la Generación Z, nacido en 1997 (es decir, después de los millennials de la Generación Y). Espera vivir hasta los 100, especialmente teniendo en cuenta las futuras técnicas para regenerar el tejido. Pero también espera pasar gran parte de ese tiempo en un planeta que se ha calentado dos o tres grados. Además, probablemente alquilará vivienda y trabajará hasta los ochenta años, mientras que sus abuelos compraron casas con 20 años se jubilaron con 50 y le están dejando un legado de deuda pública que es prácticamente igual al producto interno bruto. No es de extrañar que esta generación esté disgustada. Por otro lado, imagina a un “baby boomer” (nacido entre 1946 y 1964). Fue expulsado de la fuerza laboral a los 59 años; sus décadas de experiencia fueron olvidadas al instante. Ahora es tratado con condescendencia o con desprecio por la gente más joven, si alguna vez se encuentra con alguien, dado que vive solo en un pueblo pequeño y viejo. No es de extrañar que esté descontento. El choque generacional en las sociedades occidentales puede ser más agudo que las divisiones económicas y raciales. Para sosegar el conflicto generacional, debemos poner fin a la segregación generacional, «una herida grave que nos hemos infligido a nosotros mismos», sostiene Marc Freedman, autor de How to Live Forever (Cómo vivir para siempre). Durante la mayor parte de la historia, las generaciones se mezclaron mucho más, explicó Freedman en el Foro de la Longevidad de este mes en Londres, donde escuché muchas de estas ideas. Los jóvenes rara vez asistían a la universidad, los adultos mayores rara vez se jubilaban, por lo que a menudo trabajaban juntos y compartían hogares multigeneracionales. Muchos no sabían cuántos años tenían. La edad cronológica importaba tan poco, señala el historiador de la Universidad Brown, Howard Chudacoff, que la canción de «Feliz cumpleaños» (publicada por primera vez en 1912) apenas se conocía antes de 1934. Pero después desarrollamos lo que Lynda Gratton y Andrew Scott, autores de The 100-Year Life (La vida de cien años), llaman la «vida en tres etapas»: los jóvenes estudian, los que tienen entre 20 y 60 años trabajan, mientras que los viejos se retiran, voluntariamente o no, a menudo segregados de todos los demás. (Mi suegro vive en una aislada “comunidad de jubilados” en Carolina del Sur, donde los residentes pueden tener mascotas, pero no niños). El día de Acción de Gracias de la semana pasada en EEUU es una excepción, un día en el que los estadounidenses de todas las generaciones se reúnen. Dado que las personas mayores han sido excluidas del trabajo, no es de extrañarse que hayan recurrido a la captura del estado de bienestar. (En Brasil, por citar un caso extremo, la mitad del presupuesto federal se destina a las pensiones). No es de extrañar, tampoco, que exista una sospecha intergeneracional: Freedman llama a las universidades «los últimos bastiones de la segregación por edad», lo que ayuda a explicar por qué los republicanos mayores de EEUU les tienen tanto recelo. Y no es de extrañar, en general, que las generaciones segregadas tengan visiones segregadas del mundo. Un ejemplo de esto: en la elección estadounidense de 2008, la comediante Sarah Silverman instó a los jóvenes judíos a volar a Florida para decirles a sus abuelos que votaran por Obama. Los millennials estadounidenses tienen aproximadamente el doble de probabilidades que los miembros de la «Generación Silenciosa» (nacidos en 1928-1945) de ser liberales, según Pew Research. La vejez está muy extendida pero privada de propósito. Esther Rantzen, la ex presentadora de televisión británica que inició la línea de ayuda para personas mayores The Silver Line, dijo en el Foro de la Longevidad que sus interlocutores estaban aterrorizados de ser una «carga» para los jóvenes ocupados. Una mujer le dijo a Rantzen: «Ahora soy optimista. Es la única manera de enfrentar otro día sin sentido cuando soy un desperdicio de espacio». Más de un millón de británicos mayores consiguen haber pasado más de un mes sin hablar con un amigo, vecino o familiar, según Age UK. Todavía me siento culpable por un domingo cercano por la tarde, cuando estaba sentado al lado de una mujer mayor en un banco del parque, medio viendo a mis hijos jugar. La mujer comenzó a charlar conmigo. Respondí con monosílabos, porque estaba deseando un momento de silencio, pero tal vez haya sido su única conversación del día. Nosotros, los de mediana edad, a menudo tenemos demasiadas relaciones, mientras que las personas mayores tienen muy pocas. Hay un comercio obvio aquí: deberíamos transferir algunas de nuestras relaciones hacia ellos. Todos se burlan de los adultos que viven con sus padres, pero yo envidio a un amigo cuyos padres se mudaron de EEUU a un apartamento en su edificio en París. Los nietos pueden ver a sus abuelos, mi amigo y su esposa tienen una niñera en el edificio, y los anciano se convirtieron de compañía. Freedman elogia el cambio actual en el diseño urbano hacia la vida intergeneracional: una instalación de Cleveland, por ejemplo, donde los jubilados y los estudiantes de posgrado viven juntos. Actualmente las personas mayores de sesenta años — que gozan de una salud sin precedentes — también deberían permanecer en la fuerza laboral. Japón, donde un trabajador de cada ocho tiene ahora más de 65 años, lidera el asunto. La combinación del conocimiento de vanguardia de los jóvenes y la experiencia de las personas de tercera edad (recientemente dramatizada en la película Pasante de Moda) es poderosa, señaló el británico David Willetts en el foro de Londres. Sólo requerirá que jóvenes y viejos se traten como iguales. Por otro lado, las universidades ahora ofrecen programas de “tercera edad” a las personas mayores. Si vamos a vivir 100 años, no podemos dejar de aprender a los 22 años. El modelo de jubilación masiva del siglo XX, que fue el primero en desarrollarse, fue un experimento que fracasó. Actualmente, si pudiéramos desagregar las generaciones, podríamos curar nuestras políticas. |
The «three-stage life» poses new challenges to us all04/12/2018 | Simon Kuper (Financial Times)
Imagine a member of Generation Z, born in 1997 (ie, after the millennials of Generation Y). She expects to live to 100, especially given future techniques to regenerate tissue. But she also expects to spend much of that time on a planet that has warmed by two or three degrees. Moreover, she may well rent and work into her eighties, whereas her grandparents bought homes in their twenties, retired in their fifties, and are bequeathing her a legacy of government debt broadly equal to gross domestic product. No wonder she is angry. On the other hand, imagine a baby boomer. He was shoved out of the workforce aged 59, his decades of experience instantly forgotten. Now he feels patronised or treated with contempt by younger people — if he ever meets any, given that he lives alone in an ageing small town. No wonder he is angry. The generational clash in western societies may be sharper than the economic and racial divides with which it overlaps. The UK in particular is now headed for a confrontation between older Leavers and younger Remainers over Brexit. To defuse generational conflict, we need to end generational segregation — “a grievous wound that we have inflicted on ourselves”, argues Marc Freedman, author of How to Live Forever. For most of history, the generations mixed much more, explained Freedman at this month’s Longevity Forum in London, where I picked up many of these ideas. Young people rarely attended university, older people rarely retired, and so they often worked together and shared multigenerational households. Many didn’t know how old they were. Chronological age mattered so little, notes Brown University historian Howard Chudacoff, that the “Happy Birthday” song (first published in 1912) was barely known until 1934. But then we developed what Lynda Gratton and Andrew Scott, authors of The 100-Year Life, call the “three-stage life”: young people study, those from their twenties through 60 work, while the old are retired, voluntarily or not, and often segregated from everyone else. (My father-in-law lives in an isolated “retirement community” in South Carolina, where residents can keep pets but not children.) Thanksgiving this week is a rare day when Americans of all generations will meet. Given that old people have been excluded from work, it’s no wonder they have resorted to capturing the welfare state. (In Brazil, to cite an extreme case, half the federal budget goes on pensions.) No wonder, too, that there is intergenerational suspicion: Freedman calls universities “the last bastions of age segregation”, which helps explain why older US Republicans tend to dislike them. And no wonder, more generally, that segregated generations have segregated world views. One example of this: in the US election of 2008, the comedian Sarah Silverman urged young Jews to fly to Florida to tell their grandparents to vote Obama. American millennials are about twice as likely as members of the “Silent Generation” (born 1928-1945) to be liberals, says Pew Research. Old age has been extended but deprived of purpose. Esther Rantzen, the former British TV presenter who started the older people’s helpline The Silver Line, told the Longevity Forum that her callers were terrified of being a “burden” on the busy young. One woman told Rantzen: “I’m an optimist now. That’s how I can face another pointless day when I’m a waste of space.” Over a million older Britons report going more than a month without speaking to a friend, neighbour or relative, according to Age UK. I still feel guilty about the recent Sunday afternoon when I was sitting beside an older woman on a park bench, half-watching my children play. The woman began chatting to me. I answered monosyllabically, because I was craving a moment alone. But it may have been her only conversation of the day. We mid-lifers often have too many relationships, while older people have too few. There’s an obvious trade here: we should transfer some of our relationships to them. Everyone mocks adults who live with their parents but I envied a friend whose parents moved from the US to an apartment in his building in Paris. The grandchildren got to see their grandparents, my friend and his wife got babysitting and the old got company. Freedman raves about the current shift in urban design towards intergenerational living: a Cleveland facility, for instance, where retirees and graduate students live together. Today’s over-sixties — who are unprecedentedly healthy — should stay in the workplace too. Japan, where one worker in eight is now over 65, leads the way. The combination of young people’s cutting-edge knowledge and old people’s experience (recently dramatised in the film The Intern) is powerful, noted the British Conservative peer David Willetts at the London forum. It will just require young and old to treat each other as equals. Meanwhile, universities now offer older people “third-age” programmes. If we are going to live 100 years, we can’t stop learning aged 22. The late 20th-century model of mass retirement, the first ever developed, was an experiment that failed. Now if we can desegregate the generations, we could heal our politics.
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