Leonid Kantoróvich- Premio Nobel de Economía de 1975

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Kantoróvich es el único ciudadano ruso, o con más precisión soviético, que ha recibido el premio Nobel de Economía. Fue en 1975 y en compañía del holandés Tjalling Koopmans. El resto de los galardonados con dicho premio, originariamente ciudadanos de la Unión Soviética o del llamado bloque del Este, como Kuznets (1971), Leontief (1973), Harsanyi (1994) o Hurwicz (2007), emigraron y se nacionalizaron estadounidenses.

Kantoróvich fue el único que permaneció toda su vida en el llamado segundo mundo, colaborando con los diferentes gobiernos de la U.R.S.S., donde ocupó cargos relevantes en el aparato de la planificación centralizada. No obstante, pese a su probada lealtad al régimen socialista, se vio en dificultades en algunos momentos de su carrera, pues se le llegó a acusar de que sus trabajos tenían demasiada semejanza con los de la economía burguesa de orientación capitalista.

La planificación centralizada

La concesión del Nobel se debió a su contribución a la teoría de la asignación óptima de los recursos. En una economía socialista de planificación centralizada, la tarea de determinar la producción, el consumo y la inversión de una zona de 22 millones y medio de kilómetros cuadrados –dos veces los Estados Unidos de América- y con cerca de 300 millones de personas, era una labor apasionante y de una responsabilidad gigantesca.

Esta fue la tarea que emprendió Kantoróvich, apoyándose en el algoritmo matemático de la programación lineal, pero teniendo que resolver no sólo los sistemas de ecuaciones e inecuaciones relativas al ámbito económico, sino teniendo que lidiar con las prioridades políticas que establecía el gobierno, empeñado en mantener un pulso continuado con las democracias occidentales.

La carrera aeroespacial, la escalada nuclear y el mantenimiento del liderazgo en su área de influencia, condicionaban decisivamente la asignación de los recursos y los objetivos preferentes determinados por la cúpula del partido.

Un trabajo de alto riesgo

Las ocupaciones de un eminente matemático encerrado en un despacho pueden parecer un trabajo aburrido; sin embargo, Kantoróvich estuvo a punto de ser enviado a Siberia en un par de ocasiones. Le salvaron en última instancia sus colegas científicos que adujeron que necesitaban su colaboración si se quería llegar a igualar la superioridad americana en el campo de la energía atómica.

Las dos observaciones que casi le cuestan su internamiento en el Gulag tuvieron que ver con la importancia que daba a la escasez como factor determinante de la valoración de un producto, así como la introducción de “precios sombra” para incorporar a su análisis elementos inmateriales o servicios no comercializables.

La ortodoxia marxista preconizaba la teoría del valor trabajo y no podía consentir la introducción de conceptos capitalistas. La escasez no era una variable relevante en la formación de los precios y, en cuanto a los factores inmateriales, no resultaba ético mercantilizar conceptos espirituales. También tuvo problemas por defender la función de los precios como orientadores de la producción y por las críticas que señaló respecto a los métodos empleados en el sector metalúrgico, razones por las que se le consideró como poco afecto al régimen y demasiado occidentalizado.

Pese a todo, Kantoróvich mantuvo su lealtad a la Unión Soviética hasta su muerte en 1986, a los 74 años, y apenas tres antes de que se derrumbara un régimen que había durado setenta y dos años; prácticamente toda la vida de este extraordinario matemático.

Después de Kantoróvich nadie perteneciente al segundo mundo ha recibido este premio y sólo dos representantes del tercero, los bengalíes Amartya Sen (1998) y Abhijit Banerjee (2019) y otras dos mujeres, Elinor Ostrom (2009) y Esther Duflo (2019) destacan en la abrumadora mayoría masculina y occidental de sus receptores.  

Para conocer un poco más a fondo sobre cada uno de los galardonados recuerda que puedes consultarlo todo en el libro ‘Una corona de laurel naranja’ o entrando al siguiente blog.

José Carlos Gómez Borrero

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