Los ricos tienen que ceder su lugar para que los pobres salgan adelante
08/06/2016 | Financial Times – Financial Times Español
Comencemos en Florencia en 1427. Los individuos que están en el extremo superior de la escala socioeconómica son miembros de los gremios más poderosos de la ciudad, mientras que los que están en el extremo opuesto se dedican a lavar y preparar lana virgen.
Cuando avanzamos casi 600 años a través del tiempo, vemos que, aunque los empleos han cambiado, los protagonistas son los mismos. Las mismas familias siguen posicionadas en el nivel más alto de la escala social.
Los investigadores del banco de Italia han utilizado los apellidos (los cuales son generalmente específicos a cada región del país) para evaluar las fortunas de las familias florentinas desde el censo de 1427. Encontraron que los cinco apellidos con mayores ingresos en 2011 también eran élites hace seis siglos, cuando se dedicaban a ser abogados o eran miembros de los gremios de la lana, de la seda y la zapatería. Los investigadores también descubrieron que existían dinastías en algunas de las profesiones elitistas, como la banca y el derecho.
Esto no significa que no haya habido movilidad socioeconómica. Las clases bajas han tenido buenas oportunidades para alcanzar una posición más alta, pero parece que siempre ha existido una barrera que ha protegido a las clases altas, sosteniéndolas en la misma posición e impidiendo que se deslicen hacia abajo.
El caso de Florencia no es unívoco. Las investigaciones (que frecuentemente utilizan los apellidos inusuales para rastrear a las familias a través de las generaciones) han encontrado historias similares en países tan diversos como Suecia y China. En el Reino Unido, el efecto parece extenderse durante seis generaciones antes de extinguirse.
¿Y qué? ¿Por qué debería importarnos si hay una barrera que protege a los ricos de volverse pobres, siempre y cuando los pobres se puedan volver ricos? Hasta hace poco, no nos había parecido importante. Pero tal vez ahora tengamos que abordar el tema.
Existe una diferencia entre la movilidad relativa y la movilidad absoluta. La movilidad relativa indica si una persona alcanza un nivel diferente que la de sus padres en la escala socioeconómica. Es un caso de suma cero: si unos suben, otros tienen que bajar.
La movilidad absoluta simplemente indica si a una persona le va mejor que a sus padres, sin tomar en cuenta a los demás. A lo largo del siglo 20, hubo una mayor movilidad absoluta en un gran número de países, conforme se ampliaron las economías y aumentaron los ingresos familiares. La configuración de las economías desarrolladas también cambió: el incremento de puestos directivos y profesionales (junto con la expansión de la educación superior) creó más espacio en la cima de la escala social.
Marion Kimberley, una inglesa de 72 años fue una de las que aprovechó el cambio. Cuando era niña, su madre lloraba con angustia cuando llegaba el momento de pagar el alquiler. La Sra. Kimberley fue la primera en su familia en asistir a la universidad y recuerda la emoción de su padre cuando el salario de su primer empleo como académica resultó ser más alto que el suyo.
Pero las cosas están cambiando. El crecimiento global se ha ralentizado desde la crisis financiera. Hay evidencias que indican que la generación actual tal vez no sea más rica que la generación de sus padres. Si el “espacio en la cima” no está creciendo, la movilidad social se empieza a volver un juego de suma cero, en el que la movilidad social ascendente depende de la movilidad social descendente.
¿Qué factores afectan a la movilidad social descendente? Un estudio realizado el año pasado por el Centro para el Análisis de la Exclusión Social de la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres (LSE, por sus siglas en inglés) comparó las fortunas de niños británicos nacidos en 1970 que recibieron calificaciones altas o bajas en pruebas cognitivas cuando tenían cinco años. Los niños con bajas calificaciones provenientes de familias pudientes habían tenido más éxito en el mercado laboral como adultos de 42 años de edad que aquellos niños con bajas calificaciones provenientes de familias de bajos recursos de la misma edad. Además, los niños inteligentes de familias pudientes tuvieron más éxito que los niños inteligentes de bajos recursos. El estudio reveló que una poderosa combinación de factores estaba ayudando a los hijos de familias pudientes a salir adelante, desde el capital social y escuelas privadas hasta el acceso a la educación superior.
Para impulsar la movilidad relativa, tendríamos que restringir estos privilegios — o encontrar una manera de controlarlos — para que los más capaces puedan alcanzar los niveles más altos, independientemente de sus antecedentes personales.
Pero es difícil separar de manera equitativa el “talento puro” de un individuo de las ventajas que ha adquirido. Algunas universidades y empresas están intentando hacerlo. Rare, una compañía en el Reino Unido, tiene un producto que utiliza el análisis de datos para evaluar los logros de los candidatos en el contexto de sus antecedentes personales.
Además es peligroso desde el punto de vista político. Cuando la administración pública del Reino Unido anunció este mes que iba a tomar en cuenta las escuelas y los antecedentes de los candidatos, Lord Waldegrave, el rector de Eton College, declaró que renunciaría a su puesto en el partido Conservador para protestar lo que él describe como una actitud discriminatoria en contra de aquellos con acceso a la educación superior.
Estas escaramuzas marcan el inicio de una batalla sobre la mejor manera de dividir un “pastel” que ha dejado de crecer. Si no encontramos una manera de impulsar la productividad y el crecimiento, entonces tendremos que aceptar la alternativa: si queremos que avancen más niños pobres, algunos niños ricos tendrán que bajar de nivel. |
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For poor children to succeed, rich ones must fail
08/06/2016 | Financial Times – Financial Times English
Florence in 1427. The people at the top of the ladder are members of the city’s powerful guilds, while those at the bottom are beating, cleaning and washing raw wool.
Fast-forward almost 600 years and while the jobs may have changed, the people have not. The very same families are still on top.
Researchers at the bank of Italy have used surnames (which are relatively region-specific) as a proxy toinspect the fortunes of Florentine families since the 1427 census. They found the top-five earning surnames in 2011 were also the elites six centuries ago, when they were lawyers or members of the wool, silk and shoemaker guilds. The researchers found evidence of dynasties in some elite professions, such as banking and law.
That is not to say there was no mobility. Lower-class people had a fairly good chance of rising to a higher position, but there seemed to be a “glass floor” that stopped the upper classes from sliding to the bottom.
Florence is not unique. Studies (often using rare surnames to track families through generations) have found similar stories in countries as varied as Sweden and China. In the UK, the effect seems to last about six generations before finally petering out.
So what? Why should we care if a “glass floor” protects the rich from becoming poor, so long as the poor can become rich? Until recently, we have not cared very much. But now we might not have a choice.
There is a difference between relative and absolute mobility. Relative mobility measures whether you end up on a different rung of the income or social ladder from your parents. It is a zero-sum game: if someone moves up, someone else has to move down.
Absolute mobility simply measures whether you end up better off than your parents, regardless of what happens to everyone else. Over the course of the 20th century, absolute mobility increased in many countries as economies expanded and household incomes rose. The shape of developed economies also changed: an increase in professional and managerial roles (which happened alongside the expansion of higher education) created extra room at the top.
Marion Kimberley, a 72-year-old Brit I interviewed last year, was one of many to ride this wave. Her mother would cry with worry when the rent was due. Ms Kimberley was the first in her family to go to university, and remembers her father´s excitement when her first job as an academic came with a higher salary than his.
But times are changing. Global growth has slowed sharply since the financial crisis. There is evidence that the latest generation may not be richer than their parents. If “room at the top” is no longer growing, social mobility starts to look more like that zero-sum game, in which upward mobility requires downward mobility too.
What stops people moving down? A study by the LSE’s Centre for Analysis of Social Exclusion last year compared the fortunes of British children born in 1970 who had performed well or badly on cognitive tests when they were five years old. The low-attaining children with rich parents were doing better in the labour market by the age of 42 than those with poor parents. The rich bright kids did better than the poor bright kids, too. The study concluded that a powerful mix of factors was helping children of the wealthy to succeed, from social capital to private school and access to higher education.
To boost relative mobility, you would need to unpick those privileges — or find a way to control for them — so the brightest could rise to the top, regardless of their backgrounds.
That is tricky. It is hard to disentangle someone’s “pure talent” from their acquired advantages in a fair way. Some universities and employers are trying. UK company Rare has a product that uses data analysis to put candidates’ achievements in the context of their backgrounds.
It is also politically treacherous. When the UK civil service suggested this month it would take into account candidates’ schools and backgrounds, Lord Waldegrave, the provost of Eton College, threatened to resign the Conservative party whip in protest at what he saw as discrimination against the privately educated.
These are early skirmishes in a fight over how to divide a cake that is barely growing. Either we find a way to revive productivity and growth, or we accept the alternative: that if we want more poor kids to climb up, we need more rich kids to slide down. |