Los Rothschild son los “últimos mohicanos” de la banca de inversión. Un ejemplo único de supervivencia de una empresa estrictamente familiar, dentro del competitivo sector bancario, donde priman las grandes corporaciones. Desde el punto de la empresa familiar es también un caso insólito, puesto que no solo han sobrevivido en el negocio a lo largo de siete generaciones, sin perder el control de la entidad, sino que cien años después de separarse ha vuelto a aglutinar los activos de las dos ramas familiares más importantes, en una sola entidad.
De los elementos que ayudaron con más fuerza a consolidar su liderazgo y asegurar su continuidad destaca su capacidad para ir incorporándose a nuevas vías de negocio y renunciar a otras donde fueron perdiendo ventajas comparativas. De esta manera, tras liderar el negocio de la financiación pública a inicios del siglo XIX, generaron buena parte de las inversiones ferroviarias en Europa, parta terminar derivando sus intereses hacia negocios industriales como la minería. Recientemente, los Rothschild han sabido adaptarse nuevamente al mercado, abandonando sus negocios tradicionales, para centrase en el ámbito de las fusiones y adquisiciones y la banca privada.
Para remontarnos a los orígenes de la Casa Rothschild hay que retrotraerse al Frankfurt & Main de finales del siglo XV. Mayer Amshel Rothschild, el fundador de la casa, regentaba entonces un negocio de intercambio de moneda, en el gueto judío, extramuros de la ciudad vieja. Fue él el que adoptó ese apellido inventado, en honor al blasón rojo que decoraba el frontal de la casa familiar, abandonando el de Bauer.
En 1798 Mayer Amshel tomó la decisión más importante de su vida: enviar a Nathan Mayer, el tercero de sus cinco vástagos varones, a Manchester, para organizar el negocio de exportación de telas de la familia al continente. Por aquel entonces, los Rothschild habían mejorado substancialmente su posición en el gueto judío de Frankfurt y, aunque es cierto que no pasaban de ser meros intermediarios financieros en la corte del príncipe elector de Hesse-Kassel, Guillermo IX, ya contaban con recursos suficientes para complementar sus incipientes operaciones financieras con el negocio de importación de manufacturas británicas. El negocio del joven Rothschild prosperó y entró en una considerable dinámica de acumulación de capital, que consolidó decisivamente en 1806, al casarse con Hannah, la hija del comerciante londinense Levi Barent Cohen; lo que introdujo a Nathan en el pequeño y cerrado círculo de los banqueros judíos de la capital británica.
En 1809 la suerte de los Rothschild dio un nuevo giro cualitativo. El príncipe de Hesse, buscando salida a la tremenda liquidez que le reportaba alquilar sus tropas en las campañas centroeuropeas, les encargó que organizaran una serie de compras de consols británicos para los años siguientes. Fue entonces cuando Nathan Rothschild abandonó Manchester y se trasladó a Londres, instalándose en un local de New Court, a pocos metros del Banco de Inglaterra y del Stock Exchange. Un privilegiado emplazamiento, en pleno corazón de la City londinense, de donde ya no se volvería a mover la sede británica de la familia.
En concordancia con el buen momento que se presentaba, la familia Rothschild decidió, a pesar de los riesgos, reformar sus actividades para dar mayor escala a su negocio, en pleno bloqueo del Reino Unido, en guerra con Napoleón. Por esa razón, se decidió enviar al pequeño de la familia, con solo 19 años, a París, con el encargo de servir de puente para una mejor circulación del papel con las otras plazas europeas. Allí James se dedicó a recoger letras de cambio depreciadas sobre Londres y recepcionar otras que le enviaban desde Hamburgo y Frankfurt sus hermanos Anselm, Karl y Salomon, con el objeto de reintroducirlas en Inglaterra, donde Nathan las cobraba con la mayor prontitud para comprar guineas, con las que continuar las operaciones. Esta red llegó a su plenitud cuando los Rothschild decidieron adaptarla a partir de 1811 para financiar indirectamente al duque de Wellington, que estaba aislado en Portugal por las tropas francesas.
Gracias a este primer gran negocio, la familia Rothschild se congració con el gobierno británico y con el resto de la alianza anti-bonapartista en general, que les premiaron generosamente en los años siguientes por los servicios prestados a través de un trato preferente en la financiación de la operaciones militares de 1814 y 1815 y en la organización de los empréstitos europeos de reconstrucción.
En los años siguientes, cada uno de los hermanos tuvo individualmente que ingeniárselas para descollar en sus respectivas plazas. La de Frankfurt siguió siendo un punto de encuentro en la primera generación, aunque fue decayendo en actividad; la efímera sede de Nápoles, donde Carl Mayer von Rothschild instaló la firma C.M. de Rothschild & Figli, le seguía en importancia por la cola, tomando como clientes a buena parte de la nobleza del sur de Italia y el papado; mientras tanto, en Viena, Salomon Rothschild consiguió hacerse con buena parte de las finanzas públicas del Imperio Austro-húngaro. No obstante, las que más destacaron fueron las sedes de Londres, donde Nathan Mayer y sus herederos crearon en la firma N.M. Rothschild & Sons, una de las más prestigiosas casas de banca de la City y la de París, que James de Rothschild convirtió en la casa privada de banca más importante de Europa hasta su muerte, acaecida en 1868.
Esta multiplicación de sedes y razones sociales no entrañó una desvinculación entre los distintos miembros de la familia y, de hecho, la causa fundamental del éxito de la famosa Casa de banca, a lo largo de todo el siglo XIX, residió precisamente en su sentido de la coordinación y la solidaridad mutua en los negocios; unos compromisos mutuos que quedaban institucionalizados periódicamente a través de pactos internos, que funcionaron desde 1814 hasta, al menos, 1905.
Los Rothschild, además, poseían una amplia red de agentes y corresponsales a lo largo de toda Europa y América que, a pesar de sus limitaciones, fue capaz de perdurar con un nivel de eficiencia muy superior al de otras entidades de responsabilidad limitada contemporáneas y con una alta cota de intervención en los mercados internacionales financieros.
No obstante, aparte de la efectividad de esta red, la clave para entender la extensión del éxito de la familia Rothschild, más allá de Waterloo, residió en las innovaciones que introdujeron en el ámbito de las finanzas públicas. Concretamente, en la gestación de una nueva forma de empréstito, emitido siempre desde Londres, aunque se podía adquirir y cobrar en cualquiera de las principales plazas europeas, pero siempre en libras, a un cambio fijo con otras divisas, lo cual reducía considerablemente el riesgo. El sistema se experimentará con éxito en el empréstito prusiano de 1818, que pasaría a ser considerado como el primer empréstito moderno. De tal manera que la famosa red Rothschild, hija de contrabando de las guerras napoleónicas, serviría para establecer la primera red internacional de pagos y de deuda pública del mundo.
En consecuencia, durante la siguiente década la emisión de empréstitos a los distintos gobiernos europeos pasó a ser el gran negocio de la familia. Un campo donde se mostraron intratables. Sólo en Londres, los Rothschild emitieron desde 1815 a 1859 bonos por un valor de 250 millones de libras, muy por delante de los 66 millones de Baring, el segundo emisor en importancia. En París las cifras son algo más reducidas, pero igualmente espectaculares, ya que James pudo emitir del orden de los 1.100 millones de francos en empréstitos extranjeros desde 1813 a 1830.
Los Rothschild simultanearon estas emisiones de deuda negocios mercantiles (tabaco, algodón, azúcar y metales no ferrosos), el descuento de letras y los seguros, al más puro estilo del resto de los Merchant Banks ingleses y la Haute Banque parisina. La venta de metales preciosos era la otra gran especialidad de la Casa Rothschild. Para consolidar sus operaciones en este campo la casa de Londres tuvo arrendado el servicio del Royal Mint (Casa de la Moneda de Londres) desde 1852 a 1967, en tanto que James llegó a acuerdo en Francia con los principales fundidores y refinadores; lo cual les concedió un predominio absoluto en el arbitraje internacional de monedas y bullones en toda Europa. Esa es la razón por la cual los Rothschild lucharon y consiguieron hacerse desde 1830 con la contrata de comercialización del mercurio de las minas de Almadén, lo que les permitió durante décadas ejercer el monopolio mundial de un elemento esencial para la obtención de la plata y oro por amalgama.
James Rothschild amplió el radio de los negocios familiares al ámbito de los ferrocarriles desde la década de 1840. En los próximos años, la familia fundaría el Chemin de Fer du Nord (1845), el Madrid-Zaragoza-Alicante (1857) o el Chemins de fer du sud de Vauhichetux (lombardos) (1859), entre otros, así como una serie de bancos estrechamente relacionados con los financiación ferroviaria, como el Creditanstalt (1855) o la Sociedad Española Mercantil e Industrial (1856). Estas iniciativas, sin embargo, no fueron sino una maniobra defensiva frente a los proyectos de los hermanos Pereire y su Crédit Mobilier, que fueron poniendo en peligro la posición de los Rothschild en los países emergentes de Europa del sur y del este. Además, estas operaciones tuvieron una motivación más financiera que empresarial. De hecho, los Rothschild siempre estuvieron dispuestos a delegar la gestión diaria de las empresas ferroviarias mientras se reservaban para sí las relaciones políticas y, por supuesto, la gestión financiera; por lo que se aseguraban un flujo fijo de capital y una influencia continua entre las clases políticas y empresariales de cada país, que incluían en sus consejos de administración.
Miguel A. López-Morell (Universidad de Murcia) y miembro de la Asociación Española de Historia Económica.