Otras voces, otros ámbitos: Cuentas y Cuentos, Juan A. Vázquez García

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Victoria González Quintana, con autorización para publicarlo en FxM.

Tal vez sea en el ámbito académico donde su nombre es más conocido, pero todos los que nos interesamos por la divulgación financiera conocemos uno de sus logros más recientes: un proyecto de factura universitaria que responde al afortunado nombre de Finanzas para Mortales.
Juan Vázquez ha sido muchas cosas, prácticamente todas relacionadas con lo que más le apasiona: la educación en su más amplia dimensión. Es una persona que tiene valor en sí misma, por su trayectoria, su compromiso, su riqueza intelectual y su firme convicción de que aprender y enseñar es la más rentable de todas las inversiones. Los numerosos cargos y actividades que refleja su biografía dan cumplida cuenta de su excepcional contribución.
¿Qué es la educación para Juan Antonio Vázquez, una persona que le ha dedicado su vida?
Para mí es una vocación (que supongo me inculcó desde pequeño mi madre maestra) y una parte fundamental de mi vida. Pero a la vez es mucho más. Educación es lo que nos hace libres, nos convierte en personas, nos permite razonar y elegir, nos invita a pensar, a decir en vez de callar, a atreverse, a hablar y a saber escuchar. La utopía que es posible se llama educación. La desigualdad más fundamental que nos acecha es la del conocimiento, la de la educación. La igualdad más preciada que se nos ofrece se llama igualdad de oportunidades y lleva el apellido de educación. Hay un ascensor social a nuestro alcance, que nos espera, y se llama también educación. El cemento que puede unirnos en la diversidad es el de la educación. Educación tiene que ser la gran palabra de nuestros días, porque ya dejó dicho uno de los mejores pensadores españoles, Francisco Giner de los Ríos, que «educación es llegar a dirigir con sentido la propia vida».
Dice que se hizo economista como podría haber sido otra cosa. Sin embargo, ¿qué fue lo que le convirtió en un verdadero y convencido economista?
Sí, y no solo por mi desconcierto en ese momento crucial de la elección de carrera, sino porque yo creo que la de economista es una profesión a la que llega más por exclusión que por devoción, en la que se desemboca pero no se nace. Me explico. Si de pequeño te preguntan qué quieres ser, es raro que digas que «economista», pero de mayores encontramos a muchos economistas. Seguramente el principal valor de la profesión de economista es su polivalencia y, para quien como yo tenía muchas dudas, esa elección era una forma de abrir y no de cerrar puertas, de apuntar un rumbo sin fijar necesariamente una trayectoria, de optar por un perfil que permite ir definiendo posteriormente muchos otros perfiles. Quizá se debió también a que tengo algo de esos espíritus en continuo movimiento que, como decía Valentín Andrés Álvarez, siempre están dejando y empezando a ser algo. Y, desde luego, lo que siempre me ha mantenido en esta profesión es la convicción de que la economía, aunque a veces parezca una disciplina árida, puede cambiar la vida de las gentes, buscar su bienestar y prosperidad y eliminar la pobreza. Y ése es su mayor atractivo y su mejor potencial.
¿Qué ha echado en falta en el momento actual para llevar a cabo la dirección académica de un proyecto como «Finanzas para Mortales»?
Debo decir, ante todo, que lo que he encontrado han sido facilidades y a un grupo muy capaz e ilusionado con el proyecto, innovador y con mucha imaginación para tratar de hacer asequible el tratamiento de los temas económicos y financieros. Más allá de ese estupendo equipo, seguramente me habría gustado encontrar mayor receptividad para entender que la comunicación financiera hay que hacerla con nuevas pautas, con nuevos soportes y lenguajes, que hay que asumir riesgos y contar con actitudes muy renovadas para poder acercarse a la gente. Pero quizá lo que más haya echado en falta es una mayor conciencia social y ciudadana de la importancia de la educación financiera y de la necesidad de ampliarla y de disponer de más cauces para hacerlo.
«Los lenguajes nunca son inocentes», dijo Angel Gabilondo en la presentación del proyecto en diciembre de 2013. ¿Ha encontrado la economía su lenguaje? ¿O tal vez ha llegado el momento de mudar la forma?
Estoy muy de acuerdo con mi amigo Ángel Gabilondo. Los lenguajes son barreras que se abren o se cierran para unir o para separar, para acercar o para alejar. El lenguaje debe servir para comunicar y a veces lo que hace es incomunicarnos. Es curioso cómo en la economía y las Finanzas muchos términos se han hecho enormemente conocidos y populares y simultáneamente cómo se ha implantado un lenguaje para iniciados, incomprensible, opaco, como si estuviese construido con la finalidad de que justamente no se pueda entender. A veces todo parece cosa de expertos, para divinos y no para humanos y de ahí el nombre de «Finanzas para mortales». Pero precisamente por eso hay que hacer comprensibles esos lenguajes crípticos para que la gente pueda saber, entender, decidir, salir de la perplejidad; para ayudar a los ciudadanos en la adopción de decisiones informadas; para difundir los nuevos procesos y paradigmas que emergen en el mundo de la economía; para fomentar la transparencia, la confianza, que tanto necesitamos, y promover los valores, la ética y la responsabilidad social en los negocios.
¿Existe alguna experiencia internacional en materia de educación económico-financiera que le parezca reseñable?
Quizá en Australia es donde hay algún modelo que a mí me ha parecido más interesante e innovador, pero también hay iniciativas muy reseñables en la Unión Europea, el Reino Unido, Francia, Canadá, México, Brasil o Chile, entre otros países. Pero lo que me parece más importante es que en estos últimos años se hayan ido extendiendo las experiencias internacionales en materia de educación financiera, que hayan prendido y se hayan ampliado, impulsadas por organizaciones como la OCDE, hasta el punto de que sean ya muchos los países que tienen programas nacionales de formación económica y financiera, que muchos bancos y entidades por todo el mundo hayan puesto en marcha iniciativas y proyectos con esa misma finalidad.
Como catedrático de economía aplicada en la Universidad de Oviedo, ¿por qué cree que no hemos conseguido aplicar los hallazgos de la ciencia económica a la vida real con mayor éxito?
Seguramente por la confluencia de muchas razones. Porque la realidad no se deja domesticar y las ciencias sociales son imprevisibles y difíciles de moldear. Porque la economía se ha hecho más ingeniería que ciencia social. Porque hemos puesto más atención en la economía financiera que en la economía real. Porque los instrumentos de la economía se han quedado obsoletos ante las nuevas realidades de nuestro tiempo. Porque la economía se ha empeñado muchas veces en los hallazgos que tienen poco que ver con la realidad y, como decía Veblen, «los economistas mejor considerados en vida han sido siempre los que han sabido limitarse a la especulación abstracta, depurada de toda finalidad». Por todo eso, y probablemente por algunas cosas más, es urgente que empecemos a cambiar.
Nos encontramos en un momento en el que el ciudadano de a pie siente que el sistema ha dejado de atender algunas de sus necesidades fundamentales. Tantos informes hablando de estabilidad financiera y tanta inestabilidad en la vida de las personas. ¿Qué consejo daría a todos aquellos que se enfrentan al reto de entender un mundo complejo y adquirir sus primeros conocimientos económico- financieros?
Que hay que atreverse con el conocimiento, porque es lo único que nos puede hacer salir de la perplejidad. Que aunque no sepamos las respuestas, no hay que dejar nunca de hacerse preguntas. Y que incluso en tiempos de incertidumbre no perdamos la certeza de nuestra capacidad para promover el cambio que está por venir.
Las ciencias, alejadas en demasía de las letras, no parecen haber llegado a buen puerto. Tal vez debamos acomodarlas en el mismo barco, mantener firme el rumbo y confiar en que ambas, combinadas, logren esclarecer el horizonte.
Sin duda. Ciencias y letras juntas. En efecto, acomodadas en el mismo barco: casco para flotar, timón para orientar el rumbo.

Fuente: Newsletter “La economía en busca de sentido”.

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