Por qué el cambio climático perjudica más a los pobres

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Por qué el cambio climático perjudica más a los pobres

19/10/2017 | Martin Wolf (Financial Times)

«Tal como suceden las cosas en el mundo, el derecho es un tema del que tratan sólo los que son iguales entre sí por su poder, en tanto que los fuertes imponen su poder, tocándoles a los débiles padecer lo que deben padecer». Esta frase de la «Historia de la guerra del Peloponeso» de Tucídides es la filosofía de la administración de Donald Trump. Por lo tanto, dos de sus asesores, HR McMaster y Gary Cohn, escribieron en mayo que: «El mundo no es una comunidad global sino una arena donde las naciones, las figuras no gubernamentales y las empresas se enfrentan y compiten por obtener la ventaja». Esta perspectiva amoral acarrea serias implicaciones. En ningún otro área los efectos secundarios globales son más significativos y la cooperación más vital que en el clima. La inacción garantiza que los pobres, de hecho, sufrirán.

Ésta es la conclusión de un capítulo sobre el impacto económico de los cambios climáticos en la edición más reciente de las Perspectivas de la Economía Mundial (WEO, por sus siglas en inglés) del Fondo Monetario Internacional (FMI). Los impactos negativos más grandes de los cambios cuya frecuencia han aumentado debido al calentamiento global se sienten en los países tropicales. Casi todos los países con bajos ingresos son tropicales. Sin embargo, estos países son los menos capaces de protegerse a sí mismos. Por lo tanto, son víctimas inocentes de cambios por los cuales no tienen responsabilidad alguna.

Al evaluar estos riesgos, se debe partir de la proposición de que el calentamiento global antropogénico (causado por el hombre) es una realidad. La industria intelectual dedicada a negarla está bien financiada y es ruidosa. Pero sus argumentos son muy poco convincentes. La física subyacente es innegable. Además, la conexión empírica entre las crecientes concentraciones de gases de efecto invernadero y la temperatura es inequívoca. Si se toman pocas medidas, o ninguna, para finales de siglo las temperaturas medias podrían aumentar 4 grados centígrados, o más, por encima de los niveles preindustriales. Conscientes de los largos plazos de espera necesarios para tomar medidas efectivas, tanto para mitigar el cambio climático como para adaptarse a él (donde sea inevitable), las personas racionales actuarían de inmediato.

Los principales obstáculos para dicha acción son tres. Primero, los intereses económicos específicos, especialmente dentro de la industria de los combustibles fósiles, comprensiblemente se oponen a actuar y, no muy frecuentemente, a la ciencia que sugiere que es necesario. Segundo, los partidarios del libre mercado, quienes desprecian tanto a los gobiernos como a los ecologistas, rechazan la ciencia, debido a sus detestables (según ellos) implicaciones políticas. Tercero, pocos desean molestarse, y mucho menos perjudicar su nivel de vida, por el bien del futuro, o el de la gente en los países más pobres.

Entonces, ¿cuál es la evidencia del impacto de la inacción sobre los más pobres? Los autores del FMI comienzan diciendo que unas temperaturas más elevadas hacen que una variedad de desastres relacionados con el clima sean más probables porque habrá más energía en el sistema climático. Dichos efectos incluirán una mayor frecuencia, y un mayor daño, de ciclones, de inundaciones, de olas de calor y de incendios forestales.

Además, la mayor frecuencia de eventos climáticos extremos también causará relativamente más daño a los países más pobres. Esto ocurre por dos razones: estos países están ubicados en las regiones del mundo con mayor probabilidad de ser afectadas negativamente; y son menos capaces de protegerse contra el impacto o de manejarlo. Para el país en desarrollo con bajos ingresos medios, con una temperatura promedio de 25 grados centígrados, el efecto de un aumento en la temperatura de 1 grado centígrado es una disminución en el crecimiento de ese año en 1,2 puntos porcentuales.

Además, el impacto es duradero. Estos costes proceden de los efectos adversos del calor sobre la productividad, sobre la producción agrícola, sobre la salud e incluso sobre el conflicto. El calor extremo es costoso. La adaptación al clima extremo sigue siendo muy difícil para los países pobres. Este otoño hemos presenciado el impacto mucho más dañino de las grandes tormentas en los países más pobres, como los del Caribe, que en los mucho más ricos, como EEUU.

Es posible que las naciones bien gestionadas reduzcan estos impactos adversos. Los países con infraestructura superior, con mercados de capital mejor regulados, con tasas de cambio flexibles y con instituciones más responsables y democráticas se recuperan más rápido económicamente del impacto adverso de los impactos ocasionados por la temperatura que otros países. Las regiones cálidas de los países con elevados ingresos también combaten mejor con los efectos que las de los más pobres. Todo esto respalda la opinión de que es probable que los países más pobres sean los más afectados por el aumento de las temperaturas. Las poblaciones de esos países son más vulnerables porque están más cerca de la subsistencia.

Con los aumentos de temperatura proyectados para 2100 bajo un cambio climático sin perspectivas de mitigarse, los ingresos anuales reales per cápita de un país con bajos ingresos representativo serían un 9 por ciento más bajos de lo que habrían sido. Esto impondría grandes costes a sus grupos vulnerables. Además, dicho pronóstico ignora los riesgos e incertidumbres en torno a tales estimaciones. Un planeta 4 grados centígrados más cálido que la media preindustrial sería tan diferente de aquel al que estamos acostumbrados actualmente que las implicaciones son, en gran parte, irreconocilbes.

El análisis del FMI conlleva una serie de graves implicaciones. La primera y más importante es que los países de bajos ingresos necesitan desarrollarse rápidamente con el fin de estar mejor capacitados para enfrentarse a los cambios climáticos. La segunda es que su desarrollo debe ser consistente con la reducción del aumento de las temperaturas globales. La tercera es que necesitamos rápidas mejoras en las tecnologías relevantes y en su rápida difusión. La cuarta es que también necesitamos ayudar a los países pobres a adaptarse a los cambios en el clima que seguramente sucederán. La quinta es que necesitamos desarrollar seguros contra los cambios relacionados con el clima en los países pobres. Por última, es que también existe un caso moral para compensar a los perdedores por los costes ocasionados por los cambios climáticos sin control impuestos por los países más ricos.

No debiéramos dejar que lo urgente nos impida pensar en lo importante. Los retos vinculados con el clima y el desarrollo marcarán el futuro de la humanidad.

Why climate change puts the poorest most at risk

19/10/2017 | Martin Wolf (Financial Times)

Right, as the world goes, is only in question between equals in power, while the strong do what they can and the weak suffer what they must.” This sentence from the History of the Peloponnesian War by Thucydides is the philosophy of Donald Trump’s administration. Thus, two of his advisers, HR McMaster and Gary Cohn, wrote in May that: “The world is not a ‘global community’ but an arena where nations, non-governmental actors and businesses engage and compete for advantage.” This amoral perspective has serious implications. In no area are global spillovers more significant and co-operation more vital than climate. The failure to act ensures that the poor would indeed suffer.

This is the conclusion of a chapter on the economic impact of weather shocks, in the International Monetary Fund’s latest World Economic Outlook. The largest negative impacts of the shocks being made more frequent by global warming are on tropical countries. Nearly all low-income countries are tropical. Yet these countries are the least able to protect themselves. Thus they are innocent victims of changes for which they bear no responsibility.

In assessing these risks, one has to start from the proposition that anthropogenic global warming is a reality. The intellectual industry devoted to denying this is well-funded and noisy. But its arguments are highly unconvincing. The underlying physics are undeniable. Furthermore, the empirical connection between rising concentrations of greenhouse gases and temperature is unambiguous. If little or no action is taken, average temperatures could rise by 4°C, or more, above pre-industrial levels by the end of the century. Aware of the lengthy lead times needed if effective action is to be taken, both to mitigate climate change and adapt to it (where inescapable), rational people would act now.

The main obstacles to such action are three. First, specific economic interests, notably in the fossil fuel industry, are understandably opposed to action and, not infrequently, to the science that suggests it is necessary. Second, free-marketeers, who despise both governments and environmentalists, reject the science, because of its (to them) detestable policy implications. Third, few wish to inconvenience themselves, let alone threaten their standard of living, for the sake of the future, or people in poorer countries.

So what is the evidence of the impact on the poorest of failure to act? The IMF authors start from our knowledge that higher temperatures make a range of weather-related disasters more likely because there will be more energy in the weather system. Such effects will include a greater frequency of — and greater damage done by — cyclones, floods, heatwaves and wildfires.

Furthermore, the increased frequency of extreme events will also do relatively more damage to the poorest countries. This is so for two reasons: these countries are located in the regions of the world most likely to be adversely affected; and they are least able to protect themselves against, or manage, the impact. For the median low-income developing country, with an average temperature of 25°C, the effect of a 1°C increase in temperature is to lower that year’s growth by 1.2 percentage points.

Moreover, the impact is long-lasting. These costs come from the adverse effects of heat on productivity, agricultural output, health and even conflict. Extreme heat is costly. Adaptation to extreme weather remains very hard for poor countries. We have witnessed this autumn the far more damaging impact of huge storms on poorer countries, such as those in the Caribbean, than on the much wealthier US.

It is possible for well-managed nations to reduce these adverse impacts. Countries with superior infrastructure, better-regulated capital markets, flexible exchange rates and more accountable and democratic institutions recover faster economically from the adverse impact of temperature shocks than others. Hot regions in high-income countries also cope better than those in poorer ones. All this supports the view that the poorest countries are likely to be the most damaged by rising temperatures. The populations of such countries are more vulnerable because they are closer to subsistence.

With the temperature increases projected by 2100 under unmitigated climate change, annual real incomes per head of a representative low-income country would be 9 per cent lower than they would otherwise be. This would impose large costs on their vulnerable groups. Moreover, such a forecast ignores the risks and uncertainties around any such estimates. A planet 4°C warmer than the pre-industrial average would be so different from the one we are now used to that the implications are in significant part unknowable.

The IMF’s analysis has a number of serious implications. First and most important, low-income countries need to develop quickly to be better able to cope with weather shocks. Second, their development needs to be consistent with mitigating the rise in global temperatures. Third, we need rapid improvements in the relevant technologies and their swift dissemination. Fourth, we also need to help poor countries adapt to the changes in climate already sure to happen. Fifth, we need to develop insurance against weather-related shocks to poor countries. Finally, a moral case also exists for compensating losers from the costs of the unmitigated climate changes being imposed by richer countries.

We should not let the urgent stop us from thinking about the important. The linked challenges of climate and development will shape humanity’s future.

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