Por qué tiene sentido preocuparse por la basura espacial28/12/2016 | Anjana Ahuja – Financial Times Español A finales del año que entra, el primer laboratorio espacial chino caerá sobre la Tierra. La mayor parte de Tiangong-1, que significa “palacio celestial”, se quemará al entrar en la atmósfera. La agencia espacial de China ha afirmado que avisará cuando se acerque el momento si se piensa que el anticuado palacio cósmico de 8,5 toneladas pueda amenazar a otros satélites. Tiangong-1 es uno de 18.000 objetos originados por el hombre, que se pueden monitorizar, que vuelan alrededor de la Tierra a una velocidad de 28.000 km/h. Sólo unos cuantos siguen funcionando; más del 90 por ciento, incluyendo satélites obsoletos e impulsores descartados, se consideran basura espacial. Algunos satélites son dirigidos hacia nuevas órbitas conocidas como órbitas cementerio cuando dejan de ser viables; otros se han quedado sin energía y están fuera de control, destinados a rodear la Tierra como reliquias fantasmagóricas hasta que un impacto o el roce de la atmósfera alteren su rumbo. Los investigadores estiman que hay 700.000 objetos de al menos 1 cm de largo, que son demasiado pequeños para ser monitorizados por la Red de Vigilancia del Espacio (SSN, por sus siglas en inglés) pero que tienen la capacidad de chocar con otros objetos, incluyendo con la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés). Cuanta más basura espacial haya, mayores posibilidades hay de que haya una colisión, lo cual creará aún más cantidades de basura. Existen peligros adicionales que pueden ser causados por la caída de basura espacial sobre la Tierra. Se sospecha que en noviembre cayeron los restos de un satélite chino sobre una mina de jade en Myanmar. Al parecer no hubo heridos. El año que entra se realizarán varios esfuerzos independientes para solucionar el problema de la basura espacial. El Centro Espacial de Surrey, con base en la Universidad de Surrey en el Reino Unido, probará su tecnología RemoveDEBRIS, diseñada para ser un servicio de bajo coste para recoger la basura extraterrestre. Una tecnología que se está explorando se trata básicamente de una red de pesca diseñada para capturar la basura espacial y dirigirla hacia la Tierra, permitiendo que se queme en la atmósfera. La misión de Surrey también probará una “vela de arrastre” que se conectará con las piezas más grandes de basura espacial. La vela será impulsada por la radiación solar que empujará el objeto conectado hacia la Tierra, y a un final similarmente ardiente. La agencia espacial de Japón también está abordando el tema de la basura espacial. Este mes lanzó un “anclaje electrodinámico” de 700 metros diseñado para impulsarse a través del campo magnético de la Tierra. Las fuerzas generadas por el anclaje están diseñadas para empujar la basura hacia la Tierra, donde la atmósfera nuevamente deberá carbonizar la chatarra. Mientras tanto, la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés) ha iniciado una iniciativa llamada Clean Space, cuyo objetivo principal es lanzar una misión en 2023 para capturar un satélite caduco y conducirlo hacia la atmósfera para que se desintegre. La ESA es propietaria de algunas de las mayores piezas de basura espacial: un antiguo satélite de control llamado Envisat que es del tamaño de un autobús escolar. Si no se realiza una limpieza del espacio, el pasado amenazará el futuro. El próximo año se celebrará el 60 aniversario del inicio de la era espacial, que comenzó con el lanzamiento soviético de Sputnik I, el primer satélite artificial. Actualmente alrededor de nuestro planeta orbitan multitud de satélites diseñados para comunicaciones, navegación, teledifusión, pronósticos meteorológicos, vigilancia del clima y propósitos militares. La vida moderna depende de ellos. Recientemente Boeing y SpaceX solicitaron un permiso para lanzar “mega constelaciones” de miles de satélites que volarían alrededor de la Tierra en una órbita terrestre baja para suministrar banda ancha por satélite. Pero lo viejo no está cediendo su lugar para acomodar a lo nuevo: los nuevos satélites vuelan entre los cadáveres y las piezas descartadas de sus predecesores. Las reglas recomiendan que los satélites que orbitan a alturas inferiores a 2.000 km (es decir órbita terrestre baja) deben ser desorbitados 25 años después de que dejen de funcionar, pero hay un vacío donde debería de existir un organismo regulador espacial. Varias agencias — la ESA, NASA, el Mando Espacial de la Fuerza Aérea, la Autoridad Federal de Aviación y la Unión Internacional de Telecomunicaciones — están preocupadas por el problema pero hay una falta de claridad legal sobre quién tiene la responsabilidad por el daño causado por la basura espacial. China empeoró el problema cuando llevó a cabo un ensayo de armamentos durante el cual disparó un misil hacia uno de sus satélites caducos. El blanco se fragmentó formando una enorme nube detectable de basura que ondeaba en una órbita terrestre baja, amenazando la seguridad de los astronautas en la ISS. El principal experto sobre basura espacial de la NASA dijo que el ensayo antisatélite había sido “la fragmentación más seria y prolífica que había habido en 50 años de operaciones espaciales”. Ese mismo año, la Asamblea General de la ONU transfirió las directrices de mitigación de basura espacial escritas por su comité para el uso pacífico del espacio ultraterrestre. La mayoría de agencias espaciales nacionales las han aceptado pero el cumplimiento es voluntario. Hay una conciencia cada vez mayor de que no sólo somos responsables por nuestro planeta sino por lo que hay sobre él. Por eso nos debemos replantear el tema de la basura espacial como una tragedia de los comunes. En lugar de ser un problema de nadie, se debe convertir en un problema de todos, o nuestro planeta tal vez deje de existir en el espacio. |
Rational reasons to worry about space junk28/12/2016 | Anjana Ahuja – Financial Times English At some point late next year, China’s first space lab will fall to Earth. Most of Tiangong-1, which means “heavenly palace”, will burn up when it re-enters the atmosphere. China’s space agency has said it will issue warnings closer to the time if the defunct 8.5 tonne cosmic château threatens other satellites. Tiangong-1 is one of an estimated 18,000 tracked man-made objects that fly around the Earth at speeds of 28,000km/h. Only a fraction of them are functional; more than 90 per cent, including expired satellites and discarded boosters, constitute space junk. Some satellites are shifted to so-called graveyard orbits when they are no longer required; others are out of power and beyond control, destined to circle the Earth like ghostly relics until impact or atmospheric drag alters their course. Researchers estimate there are a further 700,000 objects of at least 1cm long, too small to be tracked by the Space Surveillance Network but capable of smashing into other objects, including the International Space Station. The more tumbling junk there is, the greater the chance of collision, which creates further cascades of debris. Added dangers come from rubbish raining down on Earth: in November the suspected remnant of a Chinese satellite launch crashed down in a jade mine in Myanmar. No injuries were reported. Next year there will be several independent attempts at tackling space junk. Surrey Space Centre, based at the University of Surrey in the UK, will test its RemoveDEBRIStechnology, designed to be a low-cost, extraterrestrial litter-picking service. One technology under study is essentially a fishing net designed to capture space junk and pull it back towards Earth, allowing it to burn up in the atmosphere. The Surrey mission will also test a “drag sail”, to be attached to larger pieces of junk. The sail will be jolted by solar radiation, pushing the attached object towards Earth, and towards a similar fiery doom. Japan’s space agency is also prioritising junk. This month it launched a 700- metre “electrodynamic tether” designed to swing through the Earth’s magnetic field. The forces generated by a tether are designed to nudge junk towards Earth where, again, the atmosphere should be able to fry the detritus. Meanwhile, the European Space Agency has started the Clean Space Initiative, the centrepiece of which is a 2023 mission to capture a derelict satellite and manoeuvre it into the atmosphere to burn up. The ESA owns one of the largest pieces of space rubbish: an old environmental-monitoring satellite called Envisat, the size of a school bus. Without a clean-up, the past threatens the future. Next year is the 60th anniversary of the dawn of the space age, which began with the Soviet launch of Sputnik I, the first artificial satellite. Our planet is now encircled by satellites designed for communications, navigation, television broadcasting, weather forecasting, climate monitoring and military purposes. Modern life depends on them. Both Boeing and SpaceX recently applied for permission to launch “mega-constellations” of thousands of satellites in low Earth orbit to provide satellite broadband. But the old is not making way for the new: fresh satellites fly among the corpses and body parts of their predecessors. Guidelines recommend that satellites in orbits lower than 2,000km (in other words, low Earth orbit) should be deorbited 25 years after they cease operation — but there is a vacuum where space governance should be. Various agencies — the ESA, Nasa, the US Air Force Space Command, the Federal Aviation Authority and the International Telecommunications Union — are concerned with the problem but there is a lack of legal clarity on liability for damage caused by space debris. China added to the problem in a 2007 weapons test, shooting a missile into one of its defunct satellites. The target broke into a huge, trackable debris cloud fluttering throughout low Earth orbit, posing a risk to astronauts on the ISS. Nasa’s chief scientist on debris called the anti-satellite test “the most prolific and serious fragmentation in the course of 50 years of space operations”. Later that year, the UN General Assembly endorsed space debris mitigation guidelines drawn up by its committee on the peaceful uses of outer space. Most national space agencies have signed up to them but compliance remains voluntary. There is a growing realisation that we are custodians not just of our planet but also of what lies above. That is why space junk must be urgently reframed as a tragedy of the commons. Instead of being a problem for no one, it must become a problem for everyone — or our days as a spacefaring planet may be numbered. |
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