Por qué un banquero infeliz es un mejor banquero11/08/2015 | Gary Silverman (Financial Times) – Financial Times Español
Tal vez toda la regulación en EEUU ha fortalecido a nuestros intermediarios financieros, ayudándolos a concentrarse. Los grandes artistas sufren. Ludwig Van Beethoven perdió la capacidad de oír. Fiódor Dostoyevsky soportó la epilepsia, la pobreza y el exilio siberiano. Vincent Van Gogh se cortó una sección de su oreja izquierda y unos años más tarde se suicidó usando una pistola. Los banqueros, por el contrario, rara vez se asocian con este tipo de vicisitudes. Su sueldo es demasiado alto y sus beneficios — que van desde rondas de golf en Augusta hasta paseos en fabulosos aviones privados — son exorbitantes. Pero nuestros intermediarios financieros también sienten dolor, y en la actualidad existen razones para creer que los banqueros infelices son mejores banqueros — de la misma manera que los compositores, novelistas y pintores desdichados producen increíbles obras de arte. La evidencia está representada por las contrastantes fortunas mundiales de los grandes bancos de Nueva York y Londres. En la actualidad, los grupos financieros estadounidenses claramente imperan. Incluso John McFarlane, presidente ejecutivo deBarclays, reconoció hace unos días: «Cuando nos referimos a los bancos de inversión dominantes, son los norteamericanos». Esto representa un curioso giro de los acontecimientos debido a que, no hace mucho tiempo, la opinión popular en el mundo empresarial mantenía que la estrategia de «poca regulación» en el sector financiero del Reino Unido conduciría a una migración de la actividad mercantil a Londres, teniendo como resultados inevitablemente los beneficios para sus bancos. Los miembros de la élite de Nueva York estaban tan temerosos que en 2007, Michael Bloomberg — alcalde de la ciudad en aquel entonces — y Charles Schumer — en su misma capacidad de senador del estado de Nueva York en aquel entonces como ahora — dieron a conocer un informe de McKinsey que documentaba las dificultades de conducir negocios bancarios en EEUU. Las dificultades incluían la existencia de autoridades duplicadas a nivel local y federal; la propensión nacional hacia el litigio; la paranoia regulatoria en relación con los derivados; y los costes de la aplicación de la Ley Sarbanes-Oxley de 2002, la cual requiere que los directores certifiquen la eficacia de sus controles internos y de los procedimientos de presentación de informes financieros. «Para muchos ejecutivos, Londres cuenta con un mejor Este tipo de conversación se redujo en gran medida con la posterior crisis financiera mundial, la cual expuso al Reino Unido como un punto débil en el régimen regulatorio global y convirtió al pueblo británico y a sus representantes en verdaderos opositores bancarios. Pero el dolor y el sufrimiento de los banqueros en EEUU se intensificaron todavía más. Las multas de miles de millones de dólares por mala conducta se volvieron comunes — con el Bank of America pagando 75,5 mil millones de dólares solamente en acuerdos extrajudiciales hipotecarios, según Thomson Reuters. La ley de la reforma financiera Dodd-Frank de 2010 prohibió la negociación por cuenta propia por parte de los bancos y estableció la Oficina para la Protección Financiera del consumidor, descrita por Jeb Hensarling, un miembro republicano de la Cámara de Representantes, como posiblemente «la agencia federal más poderosa y menos responsable de rendir cuentas en la historia de nuestra nación». Fue doloroso. Los resultados se podían observar en los rostros de los banqueros. Lloyd Blankfein, director ejecutivo de Goldman Sachs, escondió su dolor detrás de su barba. Jamie Dimon, director ejecutivo de JPMorgan Chase, se convirtió en el “Rebelde sin Causa” de los servicios financieros — como James Dean en su famosa película — asegurando con frecuencia que los banqueros estaban siendo incomprendidos. «Los bancos están siendo atacados», declaró a los periodistas este año. Pero estos tristes e incompetentes individuos del sector bancario estadounidense no están exactamente declarándose en quiebra… y esto presenta interesantes posibilidades. Tal vez toda esta regulación en EEUU ha fortalecido a nuestros banqueros, concentrando sus mentes de una manera que hubiera sido poco probable en regímenes más permisivos. Este tipo de escenario se ha dado antes. Durante la Depresión de la década de 1930, el New Deal del presidente Franklin Roosevelt atacó los problemas del sector financiero de la nación, separando por completo la banca de inversión de la banca comercial con la aprobación de la Ley Glass-Steagall. El sector de valores resultante se convirtió en la envidia del mundo. Es posible que pudiera ocurrir lo mismo en la actualidad. El 21 de julio de 2010, el día en que el presidente Barack Obama firmó la Ley Dodd-Frank, las acciones de JPMorgan cerraron a 38,42 dólares. Al final de la semana pasada el precio era de 68,05 dólares. Durante el mismo período, el precio de las acciones de Goldman aumentó desde los 146,99 hasta los 203,44. Tanto el Sr. Blankfein como el Sr. Dimon son grandes accionistas de sus compañías, lo cual significa que ahora son mucho más ricos. Todo esto me recuerda a la letra del viejo éxito musical de John Cougar Mellencamp de la década de 1980. «A veces el amor no se siente como debiera», decía la canción. «El dolor que me causas vale la pena». |
Why an unhappy banker makes a better banker11/08/2015 | Gary Silverman (Financial Times) – Financial Times English
Maybe all this US regulation has toughened up our financial intermediaries, helping them focus. Great artists suffer. Ludwig Van Beethoven lost his hearing. Fyodor Dostoyevsky endured epilepsy, poverty and Siberian exile. Vincent Van Gogh sliced off a section of his left ear and then killed himself a few years later with a pistol. Bankers, by contrast, are rarely associated with these sorts of trials and tribulations. Their pay is too high and their perks — ranging from rounds of golf at Augusta to rides on well-appointed private jets — are too grand. But our financial intermediaries feel pain too, and there are now reasons to believe that unhappy bankers make better bankers — in much the same way as miserable composers, novelists and painters produce great works of art. The evidence comes in the form of the contrasting global fortunes of big banks in New York and London. The US financial groups now clearly reign supreme. Even John McFarlane, executive chairman of Barclays, acknowledged a few days ago: “When you look at the dominant investment banks, they are North American.” It is a curious turn of events because not so long ago the conventional wisdom in the business world held that the UK’s “light-touch” approach to financial regulation would lead to a migration of market activity to London, with inevitable benefits to its home town banks. So fearful were the great and the good of New York that in 2007, Michael Bloomberg, then mayor of the city, and Charles Schumer, then as now the senior senator of the state of New York, released a McKinsey report documenting the difficulties of doing banking business in the US. They included overlapping authorities at the local and federal level, a national propensity towards litigation, regulatory paranoia about derivatives and the costs of implementing the 2002 Sarbanes-Oxley Act, which required managements to attest to the effectiveness of their internal controls and financial reporting procedures. “For many executives, London has a better regulatory model,” it said. “It is easier to conduct business there, there is a more open dialogue with practitioners, and the market benefits from high-level, principles-based standards set by a single regulator.” This kind of talk largely died down with the ensuing global financial crisis, which exposed the UK as a weak point in the global regulatory regime and turned the British people and their representatives into bona fide bank bashers. But the pain and suffering of bankers in the US only grew worse. Billion-dollar fines for misbehaviour grew commonplace — with Bank of America handing over $75.5bn in mortgage settlements alone, according to Thomson Reuters. The dodd-frank financial reform law of 2010 barred proprietary trading by banks and set up the Consumer Financial Protection Bureau, described by Jeb Hensarling, a Republican member of the House of Representatives, as arguably “the single most powerful and least accountable federal agency in the history of our nation”. It hurt. You could see the results on bankers’ faces. Lloyd Blankfein, chief executive of Goldman Sachs, hid his behind a beard. Jamie Dimon, chief executive of JPMorgan Chase, turned into the financial services’ equivalent of James Dean in the film Rebel Without a Cause, regularly making the case that bankers were being misunderstood. “Banks are under assault,” he told reporters this year. But these sad sacks of the US banking sector are not exactly going out of business and that raises interesting possibilities. Maybe all this US regulation has toughened up our bankers, focusing their minds in ways that would have been unlikely in more permissive regimes. This sort of thing has happened before. During the depression of the 1930s, the forces of president Franklin Roosevelt’s New Deal took a machete to the nation’s financial sector, separating investment and commercial banking with the passage of the Glass-Steagall Act. The resulting securities sector proved to be the envy of the world. So it might be today. On July 21 2010, the day President Barack Obama signed dodd-frank, JPMorgan’s share price closed at $38.42. It ended last week at $68.05. Goldman’s stock rose in the same time from $146.99 to $203.44. Mr Blankfein and Mr Dimon are big shareholders of their companies so that means they are now far richer men. I am reminded of the old John Cougar Mellencamp hit song of the 1980s. “Sometimes love don’t feel like it should,” it goes. “You make it hurt so good.” |
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