Reinhard Selten – Premio Nobel de economía de 1994

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Eliminando soluciones increíbles

Selten, junto a Robert Aumann, premio Nobel de 2005, son los únicos alemanes que han recibido el Nobel de Economía hasta la fecha. Sin embargo, la vida de un huérfano de origen judío en la Alemania nazi no fue fácil. Aunque pudo evitar el holocausto no pudo iniciar su carrera académica hasta terminada la guerra. Antes, en su exilio forzoso en un pueblo perdido de Austria, tenía que caminar tres horas y media de ida y otras tantas de vuelta para acudir a la escuela. Un ejemplo de disciplina y de continuidad en el esfuerzo que se refleja en su vida y en su obra.

Selten recibe el Nobel en 1994 junto al norteamericano John Nash y al húngaro John Harsanyi   por su contribución al desarrollo de la Teoría de Juegos. Nash, el más mediático de los tres, estableció su célebre equilibrio para juegos no cooperativos, y sus dos compañeros de candidatura completaron su análisis. Selten depurando aquellas soluciones teóricas carentes de credibilidad y Harsanyi ampliando el estudio para aquellos casos en los que los participantes disponen de diferente información.

La Teoría de Juegos

Aunque el nombre pueda inducir a engaño, el libro de Morgenstern y von Neumann: “Teoría de juegos y del comportamiento económico” ha dado lugar a toda una fuente de análisis, cuya principal característica consiste en que las decisiones de cada individuo no responden sólo a la lógica de su interés particular, sino que han de tener en cuenta las mismas consideraciones de sus contrincantes. El ejemplo más sencillo lo proporciona el ajedrez, donde un buen jugador no solo debe concentrarse en su estrategia, sino que tiene que contemplar las posibles reacciones y estrategias de sus oponentes.

Las variantes de los posibles juegos pasan desde los de suma cero, donde lo que gana uno lo pierde otro, los de suma positiva, en el que los participantes terminan en una posición mejor a la de la que empezaron, o los de suma negativa, en los que los participantes se perjudican mutuamente, como puede ocurrir en la dinámica competitiva de una guerra de precios, o una carrera de armamentos.

La diversidad afecta también a la posibilidad de que exista comunicación entre las partes, o que no pueda haberla, a que se permita la colaboración o que solo se admita la competición, a que las decisiones tengan que ser simultáneas o sucesivas y a si el juego se va a realizar más veces o solo se plantea una única partida.

La gran aportación de Nash –esa mente maravillosa- fue demostrar que, en todo juego no cooperativo con información perfecta, siempre había una solución de equilibrio, es decir, una situación en la que a ninguno de los participantes le convenía cambiar de decisión, pues estaría en peores condiciones que las que disfrutaba en el punto de equilibrio. El problema consistía en que podía haber más de uno de estos puntos, con lo que la solución definitiva resultaba ambigua. Las aportaciones de Selten vienen precisamente a eliminar aquellos puntos que resultan irracionales.

El Gallina, El Cortés y Alcoa

En la película “El halcón maltés”, Humphrey Bogart se resiste a las amenazas de muerte si no revela donde se encuentra el microfilm, porque es evidente que, si le matan, el gordo Greenstreet se queda sin saber dónde se esconde la preciada información. Se trata de una amenaza que no es creíble y, aunque esta situación pueda representar un equilibrio de Nash, debe descartarse por falta de consistencia racional.

Sin embargo, “el juego del gallina” sí que tiene una solución teórica indiscutible. La variante que vamos a plantear aquí se refiere al desafío de dos conductores que se dirigen a toda velocidad el uno contra el otro. El primero que desvía su automóvil de la trayectoria mortal es el cobarde, “el gallina”. En este caso la solución convencional consiste en arrancar el volante y tirarlo ostensiblemente al aire para que el otro conductor lo vea y comprenda que su adversario, aunque quisiera, no podría apartarse. A partir de ahí es de esperar que el adversario no desee inmolarse.

Un caso parecido es “El Cortés”, en recuerdo de la quema de sus naves que realizó el conquistador español ante el acoso del ejército azteca. Con su decisión, no sólo estaba indicando a los suyos que no había marcha atrás ni rendición posible, sino que también mandaba un mensaje a sus atacantes, advirtiéndoles de que pelearían a muerte y que tal vez les convenía retirarse y buscar una ocasión más propicia para conseguir sus objetivos.

Un caso interesante de amenaza empresarial creíble es el diseñado durante la primera mitad del siglo XX por Alcoa, la multinacional americana y líder mundial del aluminio por aquella época. Su manera de desanimar a la competencia consistía en mantener, de forma permanente, una capacidad de producción bastante superior a la que demandaba el mercado en cada momento. Las instalaciones necesarias para la producción del aluminio son muy costosas, de tal forma que, ante cualquier subida de precios o aumento de la demanda, Alcoa podía reaccionar inmediatamente poniendo en marcha parte de la capacidad que mantenía ociosa en alguna de sus fábricas. Ante este panorama, todo aquel que quisiera entrar en esta industria se lo tenía que pensar dos veces, pues Alcoa no es que amenazase con incrementar su producción, es que ya tenía las inversiones realizadas.

El coste de mantener esta inversión paralizada era una forma sutil de desincentivar a la competencia y de evitar una guerra de precios que hubiera resultado mucho más cara. Se trataba de una amenaza creíble, como puede ser la respuesta automática a un ataque nuclear, confiado a una máquina que no admite negociaciones ni componendas diplomáticas. La película de Stanley Kubrick “Doctor Strangelove”, “Teléfono rojo, volamos hacia Moscú” en su versión española, expone de forma magistral esta situación.

Selten falleció en 2016 a los 86 años, pero hasta poco antes de morir mantuvo su laboratorio de economía experimental en la Universidad de Bonn, donde se dedicó a plantear juegos de estrategia a una serie de grupos. A veces se lamentaba de que en no pocas ocasiones operaban más los sentimientos que los intereses objetivos. Demasiadas veces los participantes respondían a las invitaciones a colaborar con planteamientos competitivos, como si su pretendida victoria exigiese la derrota de su compañero de juego. Algo que solía corregirse cuando se establecía un diálogo entre ellos y se les descubría la existencia de juegos de suma positiva. Los “jugadores” de Bonn entendían estas sutilezas, pero demasiadas veces nuestros políticos y empresarios se empecinan en guerras de supervivencia o de desgaste que no benefician a ninguna de las partes. 

Para conocer un poco más a fondo sobre cada uno de los galardonados recuerda que puedes consultarlo todo en el libro ‘Una corona de laurel naranja’ o entrando al siguiente blogJosé Carlos Gómez Borrero

José Carlos Gómez Borrero

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