El triángulo de la incompatibilidad
Durante muchos años se ha considerado como una prueba de la fortaleza económica de un país el mantenimiento de un cambio fijo para su moneda. Un auténtico oxímoron que Mundell discutía abiertamente, pues como su propio nombre indica un cambio debería ser variable. Sin embargo, haciendo un poco de historia, después de la Segunda Guerra Mundial sólo los Estados Unidos estaban en condiciones de ayudar a la reconstrucción de una Europa devastada,
Ante esta tesitura, la conferencia reunida en Bretton Woods, establece el patrón de seguridad y disciplina financiera que reclamaba el mundo. Una moneda de referencia sólida, que solo podía ser el dólar, anclada al valor del oro, un Banco Mundial para prestar a los países que necesitaban rehabilitarse, y un Fondo Monetario Internacional, que sacaría de apuros a los que pasasen malos ratos, pero que impusiese condiciones a sus ayudas para evitar que cada país anduviese por su cuenta.
Este sistema aguanta veintisiete años, hasta que otra guerra, la de Vietnam, dio lugar a lo que se conoce como el Shock de Nixon. En 1971, el presidente norteamericano decreta la no convertibilidad del dólar en oro, pues los gastos y los déficits originados por esta guerra no los querían pagar el resto de países, aceptando un dólar sobrevalorado.
Los problemas monetarios siempre son difíciles de entender, pues, en definitiva, el que te puedas comprar un coche a cambio de una serie de papeles, indica un gran acto de fe y una confianza extrema por parte del vendedor que acepta semejante compensación. La inflación americana de los años de Vietnam obligó a un cambio de criterio y a estimar que las monedas, incluso el dólar, podían comprar – valer — algo diferente cada día y deberían flotar según la ley de la oferta y la demanda de cada divisa.
Esto ya lo había propuesto Mundell bastante antes, formulando lo que se conoce como “El triángulo de la incompatibilidad de Mundell”, o también “La trinidad incompatible”, que viene a decir que en la trilogía: libre circulación de capitales, tipos de cambio fijos para la moneda, y política monetaria independiente, una de las tres variables tiene que ser sacrificada, pues las tres no pueden existir de forma simultánea.
Zonas monetarias óptimas. Maastricht y el nacimiento del euro
A Mundell se le adjudica, si no la paternidad, al menos el ser uno de los padrinos más notables del euro. En ese sentido especula sobre la posibilidad de que se hubiesen establecido cincuenta monedas en Norteamérica, con nombres tan sugerentes como el californio, el arizónico o el floridio, algo que puede parecer grotesco, pero que, trasladado al espacio europeo, resulta que ha sido la cruda realidad que ha prevalecido en Europa hasta la entrada en vigor del euro.
¿Es Europa una zona monetaria óptima? Éste es el ensayo al que estamos asistiendo en estos momentos. De acuerdo con la mencionada trinidad incompatible, los países adheridos a la moneda única han tenido que renunciar a su soberanía monetaria. Se acabaron las devaluaciones competitivas y el ir por libre en cuanto a los gastos excesivos
Para entrar a formar parte de la unión monetaria del euro, los interesados tienen que demostrar que están a la altura de las circunstancias. El tratado de Maastricht estableció esas condiciones de convergencia entre sus miembros. Los candidatos tienen que comprometerse a presentar un presupuesto anual equilibrado, o como mucho con un déficit del 3%, su deuda pública no debía superar el 60% de su PIB, la inflación no debía ser más de punto y medio superior, ni los tipos de interés a largo plazo más del 2% superior a los de los tres países miembros con mejor estabilidad de precios, y tipos de interés más bajos respectivamente. También debían comprometerse a permitir el libre comercio, y la libertad para el movimiento de capitales y personas, incluyendo entre estas por supuesto a los trabajadores.
La pandemia derivada del Covid 19 ha relajado transitoriamente estas exigencias, pero la disciplina fiscal y monetaria, antes que después volverá a imponerse.
Por otra parte, Laffer, inspirándose en los trabajos de Mundell, desarrolló lo que éste insinuaba en sus escritos. La conocida como curva de Laffer expone que, así como durante un cierto tramo de esta curva el aumento de los impuestos se traduce en un incremento de la recaudación fiscal, a partir de una determinada presión tributaria “el impuesto mata al impuesto”. Si la fiscalidad supera un cierto límite, los ingresos del Estado pueden disminuir, al perder incentivos los contribuyentes para trabajar más, incurriendo en un coste adicional que no compensa los ingresos suplementarios de su esfuerzo.
Para conocer un poco más a fondo sobre cada uno de los galardonados recuerda que puedes consultarlo todo en el libro ‘Una corona de laurel naranja’ o entrando al siguiente blog. José Carlos Gómez Borrero