La beta como forma de evitar o de buscar emociones fuertes
Es difícil que en el mismo año se conceda el premio Nobel al profesor y al alumno. Este es el caso de 1990, donde obtuvieron idéntico galardón Harry Markowitz y su discípulo más directo William Sharpe, que simplificó y complementó el modelo de su maestro sobre la selección de carteras. A ellos se les unió Merton Miller para completar una prestigiosa terna, distinguida por sus trabajos pioneros en la teoría de la economía financiera.
El CAPM y la revolución beta
El modelo de Markowitz selecciona los títulos que integran una cartera en función de dos variables: rentabilidad y riesgo. Para determinar el riesgo de cada título que se pretende incorporar a la cartera, se calcula su volatilidad comparándola con la del resto de valores. De forma más asequible podríamos decir que la volatilidad es la dispersión de los precios de esas acciones. A mayor dispersión mayor incertidumbre y mayor riesgo.
Sharpe introduce un elemento de referencia, al que llama “cartera de mercado”, para comparar la volatilidad de cada título con la de dicha cartera. Veamos el ejemplo del índice bursátil norteamericano Standard & Poor´s 500, que como su nombre indica incorpora quinientos destacados valores que cotizan en el mercado de Wall Street. Las comparaciones entre todos ellos darían lugar a 125.250 cálculos de covarianzas, mientras que las comparaciones con el propio índice solo serían quinientas.
Sharpe construye su modelo, conocido como CAPM por sus siglas en inglés Capital Asset Pricing Model, en el que se determina cómo contribuye cada elemento de la cartera al riesgo total de la misma. A partir de ahí, el interesado elegirá la combinación de riesgo y rentabilidad que prefiera.
El segundo elemento fundamental que introduce Sharpe es el del coeficiente “beta” de cada título. Así, si la beta de un activo es mayor de uno quiere decir que ese título variará más de lo que lo haga el mercado. Si éste sube, nuestro título subirá más y si el mercado baja, también descenderá más. Por el contrario, una beta menor de uno indica que el título en cuestión será más tranquilo, sus cotizaciones serán más estables y fluctuarán en un rango más estrecho que el del mercado. En consecuencia, una beta superior a uno representa un título apropiado para una estrategia agresiva y valores con una beta inferior a uno se elegirán para estrategias defensivas ante incertidumbres o expectativas negativas del mercado. Finalmente, una beta negativa indica una correlación contraria con la tendencia del mercado; si este sube el valor en cuestión bajará y si baja subirá.
El riesgo sistemático y algunos ejemplos
Todo lo dicho anteriormente se refiere al riesgo que puede ser imputable a cada título y que por lo tanto puede ser gestionado. Sin embargo, el riesgo sistemático afecta a todo el mercado y por lo tanto no es diversificable. Quizá la mejor manera de acercarnos a estos conceptos sea por medio de algunos ejemplos.
Un riesgo sistemático puede ser provocado por una decisión política que eleva el tipo de tributación para los patrimonios mobiliarios, si aumenta el porcentaje impositivo sobre el reparto de dividendos, si existe un clima de inestabilidad institucional, o si se produce una subida de los tipos de interés. En todos estos casos, las acciones, cualquiera de ellas, habrían perdido parte de su atractivo. Unas más que otras, según su riesgo diversificable, pero el impacto sería general para todo el mercado.
Respecto al coeficiente beta, valores agresivos con beta superior a la unidad serían aquellos muy dependientes de la coyuntura: compañías aéreas, fabricantes de automóviles, o empresas relacionadas con el consumo y la construcción. Entre los títulos más conservadores, con betas menores de uno se encuentran las llamadas empresas de contador, como las eléctricas o las suministradoras de agua y gas, cuyas demandas son muy estables.
En cuanto a las correlaciones negativas un ejemplo clásico es el existente ante los movimientos de los tipos de interés, pues al margen del riesgo sistemático que ya hemos comentado, una bajada de tipos favorecerá a las empresas muy endeudadas, mientras puede afectar negativamente a los bancos, especialmente si su cartera de préstamos está indexada a tipos variables y si están financiados básicamente con depósitos y bonos a largo plazo y a tipo fijo. La recíproca, cuando los tipos suben, también es cierta, pero al revés.
La gestión de activos
Desde la irrupción de los modelos de Markowitz y Sharpe el análisis de valores y la actividad de la gestión de patrimonios ha adquirido perfiles mucho más técnicos y se ha generalizado la inclusión de términos como volatilidades, covarianzas, coeficientes beta, riesgos sistemáticos o correlaciones como parte de la jerga habitual de los gestores de carteras o de los administradores de fondos de pensiones o de inversión. Además, la sofisticación financiera ha conducido a la utilización creciente de instrumentos derivados, como los futuros y las opciones, que son utilizados como fuente de apalancamiento especulativo o de cobertura, en un proceso de innovación y de ingeniería financiera. Otros, como Merton, Black, o Scholes, recogerán el testigo de los Nobel de 1990, para llevar la economía financiera a cotas de una alta complejidad.
Por el contrario, Sharpe, que además de teórico trabajó en el sector, e incluso fundó su propia empresa de asesoramiento financiero, propuso evitar la dependencia de los gestores de inversión y propició la llamada gestión pasiva, es decir, invertir en reproducir exactamente la composición de un índice determinado, o replicar un mercado concreto, renunciando a batir al mercado de referencia, pero asegurándose obtener sus mismos rendimientos.
Puede decirse con propiedad que Markowitz y Sharpe son los padres de la nueva gestión de carteras, aunque podríamos señalar al primero como al patriarca de la misma y a Sharpe como su hijo más aventajado.
Para conocer un poco más a fondo sobre cada uno de los galardonados recuerda que puedes consultarlo todo en el libro ‘Una corona de laurel naranja’ o entrando al siguiente blog. José Carlos Gómez Borrero