William Vickrey – Premio Nobel de economía de 1996

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Subastando bienes singulares

Vickrey es el único laureado con el Nobel de economía que no pudo recoger su premio, pues falleció tres días después de que le comunicasen la noticia de que se lo habían otorgado.

Para ayudar a los desempleados y reducir el paro, y para que ambos objetivos fuesen compatibles, Vickrey proponía que  la cuantía de los subsidios y su duración debían ser suficientes, pero no tan generosos como para desincentivar la búsqueda activa de trabajo. Por otra parte, la progresividad de los impuestos no debe ser tan alta como para que al interesado no le convenga seguir trabajando y creando riqueza; sin embargo, al margen de estas consideraciones, que hoy están bastante más asumidas que cuando las formuló, su popularidad está definitivamente asociada a la subasta que lleva su nombre.

Cuando no hay precios de mercado

Si la oferta y la demanda son abundantes, y los productos comercializados son razonablemente homogéneos, podemos hablar de precios de mercado, pero no es lo mismo cuando nos encontramos con bienes singulares, como las obras de arte, la adjudicación de contratos de obras públicas, o el suministro de productos especiales. En estos, y en otros muchos casos, para el establecimiento de los precios se tiene que recurrir a alguno de los tres sistemas siguientes: las loterías, los llamados “concursos de belleza”, o las subastas.

Los sorteos son adecuados cuando los interesados no quieren especular con los bienes ofrecidos o demandados. Se establece un precio de tasación- para las viviendas de protección oficial, o los productos racionados, por ejemplo- y al que le toque, enhorabuena y a disfrutarlo.

“Los concursos de belleza” pretenden eliminar a los incompetentes y ahuyentar a los irresponsables. Para adjudicar un importante contrato de obra pública, los interesados tienen que demostrar primero su capacidad para llevarla a cabo con la calidad y en el tiempo requerido. Solo los que aporten mayores garantías serán “las bellezas” admitidas al selecto concurso que se propone.

Finalmente, el tercer sistema es el de las subastas, donde nos vamos a detener algo más, ya que uno de los cuatro modelos básicos es al que ha dado nombre el Nobel que comentamos.

El tipo de subasta más sencillo es el de pujas en sobre cerrado, que en general es el preferido por los vendedores. El miedo a quedarse fuera, y el hecho de no poder reaccionar al no estar presentes, hace que los interesados tiren para arriba sus ofertas.

Sin embargo, las más conocidas son las llamadas subastas inglesas o de pujas al alza. Aquí el precio de remate depende del segundo contrincante, pues el que se lleva el lote puede estar dispuesto a pagar más, pero si no es presionado por el otro competidor se ahorra una cantidad que puede ser significativa.

El tercer sistema es el de pujas a la baja. Lo popularizaron las cooperativas holandesas para vender sus productos y es muy utilizado también en las lonjas de pescado, donde un profesional va cantando de viva voz y a buen ritmo los precios del lote en forma descendente. Parece claro que en este caso el ganador es el más interesado, siempre que esté presente.

Por último,enla subasta de Vickrey, sobre la base del sistema de pujas en sobre cerrado, el ganador es el que ofrece el precio más alto, pero solo pagará lo ofrecido por el inmediato siguiente. Si por el contrario lo que está en juego es la contratación de una obra o la prestación de un servicio, el vencedor será el que haya presentado el precio más bajo, pero se le adjudicará por el montante ofrecido por el licitador cuya cuantía sea la inmediatamente superior.

Supone Vickrey que el sistema invita a que los participantes reflejen mejor el verdadero valor que tiene para ellos el producto subastado, evitando las pujas estratégicas y el temor de los licitadores a la llamada “maldición del ganador”, pues al afortunado vencedor le queda claro que es el más optimista de la profesión, y a nadie le gusta ser el que pague más que nadie, sobre todo si luego resulta que la cosa no era para tanto. Pagando lo ofrecido por el segundo, el equivocarse en compañía siempre es un consuelo. Este tipo de subasta reduce las reticencias a participar, estimulando la presencia de un mayor número de licitadores. De esta forma, el aumento de la competencia hace que el establecimiento de los precios resulte más auténtico.

El tema de la asignación de bienes únicos o limitados, es de una importancia descomunal, y del diseño de cada procedimiento dependen resultados muy diferentes. Concretamente, en la adjudicación de las licencias 3G del espacio radioeléctrico, el gobierno británico obtuvo unos ingresos equivalentes a 642€ per cápita, mientras que en España solo se recaudaron del orden de 11€ por habitante. Mientras los ingleses establecieron un número de licencias superior al de operadores existentes en el país, en España se optó por “el concurso de bellezas”, adjudicando un número de licencias igual al de operadores ya establecidos en su territorio con infraestructuras adecuadas para cumplir los requisitos del pliego de condiciones. En el primer caso, el aliciente de conseguir entrar en el deseado mercado de las telecomunicaciones británicas, hizo creer a otras operadoras que se les ofrecía una oportunidad real de penetrar en ese mercado, y apostaron fuertemente por ello. Sin embargo, en el caso español, las licencias que salían a concurso solo se las podían llevar los ya establecidos, que pagaron por ellas lo mínimo indispensable. El ejemplo propuesto no quiere opinar sobre la bondad de uno u otro procedimiento, pues los objetivos perseguidos no tienen por qué ser solamente recaudatorios. En el caso español, se pretendía una rápida prestación del servicio, e incentivar las inversiones de las empresas adjudicatarias, para que, con el dinero que se habían ahorrado en la subasta, pudiesen cumplir con un pliego de condiciones muy exigente.

La evolución de este mundo que pretende establecer precios representativos a todas las cosas y en todos los momentos, ha abierto un campo fascinante a la imaginación y al ingenio. Hoy existen multitud de modelos para la compra de  billetes de avión o de plazas hoteleras con precios cambiantes en función del tiempo que quede para su utilización, sistemas para la adjudicación de dinero en el mercado interbancario, para establecer el precio de salida a Bolsa en una Oferta Pública de Venta, u otros modelos como la subasta japonesa, en la que los participantes en el momento en que se retiran no pueden volver a entrar,  la “Round Robin” o subasta con segunda vuelta y la sorprendente subasta americana. Describir todas y cada una de ellas tal vez nos desvíe demasiado del objetivo que persiguen estas líneas, pero sí que nos detendremos en comentar esta última.

Martin Shubik y la subasta del dólar  

Desgraciadamente Martin Shubik no podrá recibir el Nobel de Economía pues murió hace poco (agosto de 2018) pero se merece un recuerdo especial por haber ideado su “subasta del dólar”. En este caso se aplica el modelo de subasta americana, donde el que hace la oferta mayor se queda con el lote, pero todos los participantes tienen que pagar la máxima cantidad que hayan ofrecido. Una forma de apostar como en el juego del poker.

El subastador, que pretende adjudicar un billete de un dólar, trata de animar a los participantes, advirtiéndoles, eso sí, que todos deben pagar la cantidad máxima ofrecida. La dinámica prosigue hasta que las dos últimas pujas alcanzan, por ejemplo 0,95 y 0, 99 $ respectivamente. El argumento apela al coste de oportunidad, y al que ofreció 0,95 $ le compensa pagar el precio de mercado en lugar de perder sus 0,95 $, momento culminante de la subasta, en el que quien había ofrecido 0,99 $ puja, con toda racionalidad, una cantidad por encima del valor intrínseco del billete.

El experimento resulta divertido y se pueden alcanzar cifras muy elevadas; sin embargo, los participantes rechazan el ejercicio por considerarlo un supuesto irreal. Es aquí donde el ambiente alcanza su máximo expectación, cuando se anuncia que en este juego se están destinando, hoy mismo, miles de millones de dólares. Cuando lo que está en juego, nunca mejor dicho, es un bien único e indivisible, como es la supremacía mundial, los involucrados se enredan en una competición, que como en la carrera de armamentos, no es fácil poderse desenganchar. Cada uno de ellos trata de superar al contrario con nuevos gastos que el otro se verá obligado a replicar con creces. Los contendientes permanecerán atrapados en un atolladero, en las mismas posiciones de partida, pero habiendo despilfarrado por el camino cantidades ingentes de recursos.

La subasta del dólar nos ha apartado de la subasta de Vickrey, pero entiendo que ha servido para reforzar la importancia de los sistemas de formación de precios, y la mayor extensión de esta semblanza creo que ha merecido la pena, pues además de glosar las aportaciones de William Vickrey nos ha permitido recordar a Martin Shubik.             

Para conocer un poco más a fondo sobre cada uno de los galardonados recuerda que puedes consultarlo todo en el libro ‘Una corona de laurel naranja’ o entrando al siguiente blogJosé Carlos Gómez Borrero        

José Carlos Gómez Borrero

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