¿Por qué cuestan tanto las entradas a los conciertos?

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¿Te has dado cuenta que cada vez que alguna superestrella de la música viene a España a tocar, las entradas a su concierto se agotan nada más ponerse en venta? ¿O que los precios por ver el Boss, Rihana, los Rolling, Bob Dylan, Adele, o incluso para ver los únicos grupos españoles en la lista de los 40 principales, Estopa, Pablo López y Auyrn, están tan desorbitados que no te lo puedes permitir, ¡ni ahorrando!?

Estas circunstancias se describen en un campo de la economía relativamente nuevo llamado rockonomics. Lo que pretende hacer este campo de estudio es razonar y explicar los efectos que tiene la nueva revolución de la música que estamos viviendo actualmente y cómo nos afecta como amantes del cuarto arte (la música es la cuarta de las siete artes tradicionales).

Principalmente hay tres factores que influyen en la disponibilidad de las entradas y sus precios: la ley de oferta y demanda dentro del sistema capitalista, los propios artistas y la propia industria de la música.

Dime qué tal te va tu economía nacional y te diré el precio de tu entrada.
Los precios de las cosas que nos gustan suben siempre básicamente con el paso del tiempo. La comida, la bebida, los vicios, los viajes, la vivienda incluso la educación, son cosas que queremos y parece que siempre están subiendo poco a poco de precio (bueno, salvo aquel percance en el mercado inmobiliario de hace unos pocos años). Pero el coste de las entradas a los conciertos ha subido casi un 400% desde los años ochenta, más de tres veces de lo que lo ha hecho el IPC. ¿Por qué? Porque nuestra economía nacional también ha crecido. Y no sólo ésta, sino también nuestro poder adquisitivo.

Pero aquí viene el problema que muchos rockonomistas han detectado como causa de los precios tan altos de los grandes conciertos hoy en día: la creciente desigualdad entre las rentas más altas y las más bajas. Esto hace que el poder adquisitivo de unos pocos haya aumentado mucho más que los avances experimentados por la mayoría de gente. Si aplicamos esta circunstancia al mundo de los grandes conciertos de los rock-stars, vemos que aunque estos afortunados sean relativamente pocos pero suficientes como para llenar una plaza de toros, la ley de la oferta y la demanda dicta que sólo ellos pueden acceder a estos conciertos. Ellos lo saben y se aprovechan de su situación, tal y como predice la teoría, porque incluso con precios cada vez más altos, su demanda de ocio no se ve afectada gracias a su elevada renta y poder adquisitivo. Suena algo injusto, ¿no? Pues así funciona el mercado libre que hemos elegido como sociedad frente a las otras alternativas con las que habíamos vivido a lo largo de la historia.

Mira el siguiente comentario que se realiza desde un foro de conciertos sobre el capitalismo:
No veo cómo esto es distinto a cualquier otra industria que juega dentro de las reglas del capitalismo. Los precios suben cuando sube la demanda. Existen fans que se pueden permitir los precios más altos.

Si los promotores consiguieran mantener los precios bajos, no podrías ver los conciertos de todos modos porque las entradas se las compraría la gente con más tiempo libre que tú. Creo que esto me molestaría más que no poder permitírmelo en el primer lugar. Soplar y sorber no puede ser.

Y recuerda que los promotores crean beneficios para el consumidor también. Sus servicios permiten a los músicos hacer lo que realmente mejor hacen – tocar – y esto crea un efecto positivo para los fans y los consumidores.

¿Son nuestros artistas favoritos o simplemente empresarios como los demás?
Normalmente, la gente que haya ganado una gran cantidad de dinero sin ser expertos en las finanzas toma una sabia decisión: pedir ayuda a los profesionales para salvaguardar (y hacer crecer) su dinero. Los mega-artistas también lo hacen. Y ¿cuál suele ser el consejo de estos profesionales?: si tienes el poder suficiente para controlar las negociaciones, exige tu dinero de antemano antes de tocar ni una nota.

Exigir el pago garantizado de antemano es el as en la manga de los grandes artistas y esto tiene un claro efecto en el precio de las entradas. Los organizadores de conciertos que aceptan esta manera de negociar tienen que rentabilizar el evento, sea como sea. Y para los que hayamos asistido a un par de conciertos sabemos que hay costes variables (comida, bebida, camisetas, etc.) y un gran coste fijo que es la entrada. Los organizadores y promotores saben que cuanto menos dependen de lo variable más fácil les resulta controlar la parte fija. Esto significa que el beneficio obtenido de las entradas es el factor que mejor les rentabiliza el evento.

La música ya no es lo que era…
Todos los expertos en rockonomics coinciden en la causa principal de por qué los precios cada vez son más altos y las entradas más difíciles de comprar. Y esa causa somos nosotros, ¡los consumidores! Suena surrealista, pero es verdad. Nuestras tendencias y hábitos de consumo es lo que suele afectar al mercado en mayor proporción, y más constantemente que un invento revolucionario. Todo empezó con querer llevarnos la música a casa y adónde quisiéramos. El gramófono, los vinilos, las casetes y los CDs empujaron a la música dentro de nuestras casas e incluso nuestros bolsillos (¿te acuerdas del Walk-Man?). Y entonces nos adentramos en la era digital, y la industria de la música ya nunca fue igual.

Hemos cambiado la industria de la música en nuestro propio beneficio. Primero con Nabster y luego con eMule, hemos podido olvidarnos de tener que comprar álbumes (si estabas dispuesto a infringir la ley) porque sólo teníamos que bajar un programa informático y descargar casi toda la música que quisiéramos. Hubo un boom en nuestro consumo de música. Y cuando las descargas ya no satisficieron nuestra demanda, empezamos a buscar opciones más rápidas y menos arriesgadas. En un mercado libre, el mercado suele dar respuesta a la demanda, y ésta fue los servicios online de streaming como GrooveShark y Spotify. Ahora tienes toda la música que quieras en todo momento en tu móvil o PC. Durante un momento pareció que casi habíamos ganado al mercado. Pero toda acción tiene una reacción.

Estos servicios digitales que tanto anhelamos cambió por completo la industria de la música moderna. Su antiguo modelo de negocio se basó en la producción y venta de algo tangible. Pero eso ya es muy del siglo XX. Entonces, como muchas industrias que han mantenido el control del mercado, la industria de la música se adaptó. No le quedaba otro remedio. Todos los jugadores en la industria se dieron cuenta casi a la vez de que ellos todavía tenían el control de algo muy importante – el proceso artístico de crear y tocar la música. No hay nada como una cuenta bancaria vacía para despertarte y hacerte pensar.

Los artistas, organizadores, promotores y servicios de venta se dieron cuenta que (con tanto nuevo poder adquisitivo) la elasticidad de nuestra demanda había cambiado y estábamos dispuestos a pagar mucho más por uno de sus servicios tradicionales: los conciertos. El control de las entradas, la reventa, los varios niveles de precios según la cercanía al escenario y los «servicios» incluidos automáticamente en el precio de venta, todos estos factores han devuelto el control a la industria sobre la música.

La moraleja
La ley de oferta y demanda es difícil de burlar. Nuestra propia ansia de consumir música cambió las reglas del mercado de la música moderna (y algunos dirían que casi acabamos con ella). Pero al final no ganamos la batalla. ¿Por qué? En este caso, el coste de oportunidad de poder disponer de una gran cantidad de música en todo momento es la menor disponibilidad de entradas a precios más altos.

No es fácil estar un paso por delante del mercado, subir la renta media para que más gente pueda disfrutar de la música en directo y además apoyar a los artistas en un mercado cada vez más globalizado y saturado. Pero, por el amor al arte, debemos intentarlo.

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