El Estado emprendedor: motor de la innovación pero vilipendiado

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El Estado emprendedor: motor de la innovación pero vilipendiado

04/08/2013 | Martin Wolf – Financial Times Español

El crecimiento del producto per cápita determina el nivel de vida. La innovación determina el crecimiento del producto per cápita. ¿Pero qué determina la innovación?

La economía convencional ofrece modelos abstractos; la Sabiduría convencional insiste en que la respuesta está en el emprendimiento privado. En este brillante libro, Mariana Mazzucato, profesora de economía, especialista en ciencia y tecnología, de la Universidad de Sussex, sostiene que la primera frase es inútil y la segunda es incompleta. Sí, la innovación depende del emprendimiento sólido. Pero la entidad que toma los riesgos más fuertes y logra los avances más sorprendentes no es el sector privado, es el vilipendiado Estado.

Mazzucato destaca que del “75 por ciento de las nuevas entidades moleculares [aprobadas por la Administración de Alimentos y Medicinas entre 1993 y 2004] se pueden rastrear sus orígenes en investigaciones… de laboratorios del Instituto Nacional de Salud (NIH) de los EE. UU financiados con fondos públicos. El Consejo de Investigación Médica del Reino Unido descubrió los anticuerpos monoclonales, que son la base de la biotecnología. Estos descubrimientos luego son trasladados a precios bajos a las empresas privadas que cosechan grandes beneficios.

Un ejemplo quizás más potente sea la revolución en información y comunicaciones. La Fundación Nacional de la Ciencia de los EE. UU. puso los fondos para el desarrollo del algoritmo que es la base el motor de búsqueda de Google. Los fondos iniciales para Apple salieron del Programa de Investigación e Innovación de las Pequeñas Empresas del gobierno de los EE. UU. Además, “Todas las tecnologías que hacen “inteligente” al iPhone también han sido financiadas por el Estado… Internet, las redes inalámbricas, el Sistema de Posicionamiento Global, la microelectrónica, las pantallas táctiles así como el más reciente asistente personal activado por voz SIRI”. Apple juntó todo esto, de manera brillante. Pero estaba uniendo el fruto de siete décadas de innovación financiada por el Estado.

¿Por qué es tan importante el papel del Estado? La respuesta está en las inmensas dudas, lapsos de tiempo y los costos asociados con la innovación fundamental basada en la ciencia. Las compañías privadas no pueden y no soportarán estos costos, en parte porque no están seguras de cosechar los frutos y en parte porque estos frutos quedan muy lejos en el futuro.

De hecho, mientras más competitiva y pro financiera sea la economía, menos propenso será el sector privado en asumir esos riesgos. Recomprar acciones es aparentemente una manera mucho más atractiva de utilizar el efectivo extra que gastarlo en innovación fundamental. Los días de los vanguardistas Laboratorios Bell de la AT&T han quedado atrás. De cualquier manera, el sector privado no hubiera podido crear Internet o el GPS. Solo el ejército de los EE. UU. tenía los recursos para hacerlo.

Se puede no estar de acuerdo con que uno de los mayores motores de la innovación de las últimas cinco décadas ha sido la Agencia de Investigación Avanzada del Departamento de Defensa de los EE. UU. y el NIH. Hoy en día, si el mundo requiere hacer innovaciones fundamentales en tecnologías de energía, los Estados jugarán un papel principal. De hecho, el gobierno de los EE. UU. ha ayudado incluso a dirigir el desarrollo de la fractura hidráulica en rocas de esquisto.

Mazzucato insiste en que esto implica no solo que el Estado apoye la investigación y el desarrollo, aunque es vital (en los EE. UU. el gobierno aporta casi un cuarto de los recursos para la I+D y casi el 60 por ciento de la investigación básica). Pero el Estado también es un emprendedor activo, asumiendo riesgos y, por supuesto, aceptando los inevitables fracasos. Los EE. UU. han sido un Estado desarrollista desde los días de Alexander Hamilton. De hecho, el reciente papel de la Nación como principal promotor de las innovaciones fundamentales debe tanto a su Estado como al espíritu de levantarse y actuar de sus emprendedores. El que Alemania falle en mantenerse a la vanguardia de las nuevas tecnologías, en contraste con lo que pasaba antes de la Segunda Guerra Mundial, se puede deber al limitado papel que se acordó dar ahora a su Estado.

Mazzucato ama desinflar mitos acerca de capitalistas de riesgo que aman el riesgo y burócratas que lo evitan. ¿Importa si el papel del Estado ha sido sacado de la trama? Ella dice que sí importa.

Primero, entre los legisladores aumenta la creencia en el mito de que el Estado solo es un obstáculo y, por lo tanto, priva a la innovación de su soporte y a la humanidad de las mejores perspectivas para su prosperidad. De hecho, el desdén hacia el gobierno también lo priva de su deseo y capacidad para emprender riesgos empresariales.

Segundo, el gobierno ha aceptado cada vez más que financia los riesgos, mientras que el sector privado “cosecha” los resultados. Lo que está surgiendo, entonces, no es un verdadero ecosistema simbiótico de innovación, sino uno parasitario, en el cual los elementos deficitarios son socializados, mientras que los elementos rentables en su mayor parte son privatizados. ¿Sabrá el contribuyente común que sus impuestos pagan las innovaciones que impulsan a su economía?

Este libro mantiene una tesis controvertida. Pero es básicamente correcto. La falta de reconocimiento del papel del gobierno en el impulso de la innovación puede ser la mayor amenaza para el aumento de la prosperidad.

The Entrepreneurial State: A much-maligned engine of innovation

08/04/2013 | Martin Wolf – Financial Times English

Growth of output per head determines living standards. Innovation determines the growth of output per head. But what determines innovation?

Conventional economics offers abstract models; conventional wisdom insists the answer lies with private entrepreneurship. In this brilliant book, Mariana Mazzucato, a Sussex University professor of economics who specialises in science and technology, argues that the former is useless and the latter incomplete. Yes, innovation depends on bold entrepreneurship. But the entity that takes the boldest risks and achieves the biggest breakthroughs is not the private sector; it is the much-maligned state.

Mazzucato notes that «75 per cent of the new molecular entities [approved by the Food and Drug Administration between 1993 and 2004] trace their research …to publicly funded National Institutes of Health (NIH) labs in the US». The UK´s Medical Research Council discovered monoclonal antibodies, which are the foundation of biotechnology. Such discoveries are then handed cheaply to private companies that reap huge profits.

A perhaps even more potent example is the information and communications revolution. The US National Science Foundation funded the algorithm that drove Google´s search engine. Early funding for Apple came from the US government´s Small Business Innovation Research Program. Moreover, «All the technologies which make the iPhone “smart” are also state-funded …the internet, wireless networks, the global positioning system, microelectronics, touchscreen displays and the latest voice-activated SIRI personal assistant.» Apple put this together, brilliantly. But it was gathering the fruit of seven decades of state-supported innovation.

Why is the state´s role so important? The answer lies in the huge uncertainties, time spans and costs associated with fundamental, science-based innovation. Private companies cannot and will not bear these costs, partly because they cannot be sure to reap the fruits and partly because these fruits lie so far in the future.

Indeed, the more competitive and finance-driven the economy, the less the private sector will be willing to bear such risks. Buying back shares is apparently a far more attractive way of using surplus cash than spending on fundamental innovation. The days of AT&T´s path-breaking Bell Labs are long gone. In any case, the private sector could not have created the internet or GPS. Only the US military had the resources to do so.

Arguably, the most important engines of innovation in the past five decades have been the US Defense Advanced Research Projects Agency and the NIH. Today, if the world is to make fundamental breakthroughs in energy technologies, states will play a big role. Indeed, the US government even helped drive the development of the hydraulic fracturing of shale rock.

Mazzucato insists this involves more than state support of research and development, vital though that is (in the US, the government funds a quarter of R&D and nearly 60 per cent of basic research). But the state is also an active entrepreneur, taking risks and, of course, accepting the inevitable failures. America has been a developmental state since the days of Alexander Hamilton. Indeed, the nation´s recent role as the premier promoter of fundamental innovations owes as much to its state as to the get-up-and-go of its entrepreneurs. Germany´s failure to remain at the forefront of today´s new technologies, in contrast to before the Second World War, may be down to the limited role now accorded its state.

Mazzucato loves puncturing myths about risk-loving venture capital and risk-avoiding bureaucrats. Does it matter that the role of the state has been written out of the story? She argues that it does.

First, policy makers increasingly believe the myth that the state is only an obstacle, thereby depriving innovation of support and humanity of its best prospects for prosperity. Indeed, the scorn heaped on government also deprives it of the will and capacity to take entrepreneurial risks.

Second, government has also increasingly accepted that it funds the risks, while the private sector reaps the rewards. What is emerging, then, is not a truly symbiotic ecosystem of innovation, but a parasitic one, in which the most lossmaking elements are socialised, while the profitmaking ones are largely privatised. Do ordinary taxpayers understand that their taxes fund the fundamental innovations that drive their economy?

This book has a controversial thesis. But it is basically right. The failure to recognise the role of the government in driving innovation may well be the greatest threat to rising prosperity.

Copyright &copy «The Financial Times Limited«.
«FT» and «Financial Times» are trade marks of «The Financial Times Limited».
Translation for Finanzas para Mortales with the authorization of «Financial Times».
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