El fin de la doctrina de los Arcos Dorados

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El fin de la doctrina de los Arcos Dorados

11/05/2015 | Edward Luce – Financial Times Español

Hace casi dos décadas, Thomas Friedman publicó su “Golden Arches Theory of Conflict Prevention” (Teoría de los Arcos Dorados de la prevención de conflictos). Si dos países tienen restaurantes McDonald’s no se enfrentaran en una guerra. Esta idea concordaba con la época post guerra fría de los años 1990 cuando la gente pensaba que la humanidad se enfocaría en objetivos post ideológicos, como el terminar con el hambre. Ofrecía la opción del “homo economicus” reemplazando su apetito por la guerra con una Big Mac con patatas. ¡Sorpresa! La guerra está de vuelta en el menú y McDonald’s está en problemas. ¿Puede que la era de la globalización vaya hacia atrás?

La respuesta segura es no. McDonald’s y otros iconos del consumo de los EE. UU., como Coca-Cola y Kraft, ciertamente están estancados. Sus ventas en casa y en el extranjero han descendido. McDonald’s sufrió una fuerte caída en sus beneficios en Asia el año pasado después de que se encontró que utilizaba carne caducada en China mientras que en Japón se halló un diente humano en una hamburguesa. Pero los gustos también están cambiando. El rey de la comida rápida ahora está jugando con sándwiches artesanales y kale (col verde). Lo llama “recuperación de marca”.

Pero los problemas de los antiguos iconos de consumo de los EE. UU. difícilmente pueden calificarse como un retroceso de la globalización. Nuevas marcas estadounidenses, como Apple, Uber y Starbucks, están avanzando. El Sr. Friedman también pone al día su (auto reconocido divertido) aforismo de la “Teoría Dell de prevención de conflicto”. Dos países que formen parte de la misma cadena global de suministros no combatirán entre sí: la penalización económica sería sencillamente demasiado alta. Desgraciadamente, los hechos están rebatiendo sus versiones actualizadas. Por muy informado que esté el Sr. Friedman, ninguna de las teorías ha salido intacta de lo que algunos llaman el mundo post-post Guerra Fría.

Incluso cuando las sociedades se convierten en clase media, el conflicto es endémico en nuestra especie. El regreso de la rivalidad de grandes poderes en el siglo 21 nos recuerda que no somos sólo animales económicos. Si ese fuera el caso, hace tiempo que habríamos reducido los costes de transacción mediante la abolición de las naciones-estados y las divisas.

El hecho de que diferentes culturas compartan malos hábitos y utilicen la misma tecnología no debería sobre-interpretarse. El politburó chino ha estado vistiendo trajes de negocios durante años. Los guerreros de la Jihad visten vaqueros y navegan por la red con sus iPhones (sin duda algunos tienen debilidad por los McNuggets). Aun así repudian la hegemonía global. La presencia de cientos de puntos de venta de McDonald’s en Rusia no detuvo a Vladimir Putin el año pasado para anexionar a Crimea, que también tenía restaurantes McDonald’s. Desde entonces la cadena se ha retirado de la península pero no del resto de Ucrania. Tampoco la presencia de McDonald’s parece que evitará una quinta guerra entre India y Paquistán. Mientras tanto la integración global china no parece haber revisado su sentido de nacionalismo.

La geopolítica claramente está de vuelta. También hay señales de que la economía global se está integrando de una manera más lenta que antes. En algunos casos está avanzando en la dirección contraria. En las décadas anteriores al colapso financiero de 2008, el comercio internacional se expandió a un ritmo que casi duplicaba el ritmo del crecimiento económico global, de acuerdo con la Oficina de Análisis de Política Económica de Holanda. Desde entonces el comercio se ha ralentizado al mismo ritmo que el crecimiento. Parte de esto se debe a factores estructurales, principalmente el cambio del modelo chino de crecimiento orientado a la exportación hacia uno basado más en el consumo interno.

La tecnología también juega un papel. La automatización permite a los fabricantes acercarse a los clientes sin incurrir en altos costes salariales o ingentes costes de transporte. Si la impresión en 3D despega, esta tendencia se intensifica.

Pero parte de esta ralentización también es por elección. Las elecciones británicas de la semana pasada siguieron la campaña electoral más introvertida de la cual se tenga memoria. El internacionalismo británico no puede darse ya por hecho. Tampoco debería ignorarse su mensaje: El Reino Unido sigue siendo un barómetro democrático. El aumento de políticas más nacionalistas en Occidente parece que seguirá siendo un problema durante más tiempo.

Los salarios en los países en desarrollo están alcanzando a los Occidente, en algunos casos a costa de la clase media occidental. Por lo menos, es así como se percibe por algunos electores. Después de décadas de estar de acuerdo en reducir las barreras globales, parece que ahora queremos levantar unas nuevas. Esto afecta a las regulaciones financieras, reglas sobre cómo gobernar internet, tolerancia con los inmigrantes y barreras comerciales no tarifarias. El mayor banco del Reino Unido, HSBC, incluso está pensando en devolver su sede a Hong Kong.

Mientras tanto, lo que más conecta al mundo – el ciberespacio – se convierte en su campo de batalla preferido. Los poderes emergentes no se inclinan como la antigua Unión Soviética por el uso de armas nucleares, o por desplegar ejércitos convencionales, contra los EE. UU. Pero la doctrina de mutua destrucción masiva tiene poca relevancia en la guerra cibernética. La disuasión funciona cuando se puede identificar la amenaza. En lugar de una guerra fría, el anonimato alimenta una “guerra tibia”, la cual se entibia un poco más cada año. La distribución del ciber armamento – y el deseo de China y Rusia para desplegarlo – representa un tipo diferente de desafío al concepto de “Arcos dorados”. La esperanza era que los intereses económicos mutuos nos persuadirían a dejar de lado nuestras armas. En la práctica, las ambiciones geopolíticas divergentes nos llevan en la otra dirección. Los beligerantes jugadores pueden lanzar ataques con un coste trivial y negarlos. En un sentido, esto pudiera ser una forma superior de globalización. Pero es algo lejano a lo que alguna vez alegremente anticipamos.

 

The end of the Golden Arches doctrine

05/11/2015 | Edward Luce – Financial Times English

Nearly two decades ago, Thomas Friedman came up with his “Golden Arches Theory of Conflict Prevention”. No two countries that had McDonald’s restaurants would go to war. The idea suited the heady post-cold war 1990s when people thought humanity would turn to post-ideological goals, like ending hunger. It offered the prospect of ‘homo economicus’ replacing its appetite for war with a Big Mac and fries. Alas, war is now back on the menu and McDonald’s is in trouble. Could the age of globalisation be going into reverse?

The safe answer is no. McDonald’s and other US consumer icons, such as Coca-Cola and Kraft, are certainly stagnating. Their sales at home and abroad have been heading downwards. McDonald’s suffered a big drop in Asian revenues last year after it was found using expired meat in China while a human tooth turned up in a burger in Japan. But tastes are also changing. The king of fast food is now toying with artisanal sandwiches and kale. It calls this “brand recovery”.

But the woes of old-fashioned US consumer icons hardly qualify as a retreat from globalisation. Newer American brands, such as Apple, Uber and Starbucks, are powering ahead. Mr Friedman also updated his (self-admittedly playful) aphorism to the “Dell Theory of Conflict Prevention”. No two countries that are part of the same global supply chain will fight each other: the economic penalty would be simply too high. Unfortunately, events are challenging the updated version as well. Insightful though Mr Friedman is, neither theory has emerged intact from what some call the post- post-Cold War world.

Even when societies turn middle class, conflict is endemic to our species. The return of great power rivalry in the 21st century reminds us that we are not purely economic animals. Were that the case, we would long ago have lowered transaction costs by abolishing nation states and currencies.

The fact that diverse cultures share bad habits and use the same technology should not be over-interpreted. China’s politburo has been dressing in business suits for years. Jihadi fighters wear jeans and surf on their iPhones (doubtless some have a weakness for chicken McNuggets). They still revile the global hegemon. The presence of hundreds of McDonald’s outlets in Russia did not stopVladimir Putin last year from annexing Crimea, which also had McDonald’s outlets. The chain has since withdrawn from the peninsula but not from the rest of Ukraine. Nor is McDonald’s presence likely to prevent a fifth war between India and Pakistan. Meanwhile China’s global integration does not seem to have checked its sense of nationalism.

Geopolitics is clearly back. There are also signs the global economy is integrating more slowly than before. In some respects it is going in the opposite direction. In the decades before the 2008 financial meltdown, world trade expanded at roughly twice the pace of global economic growth, according to the Netherlands Bureau of economic policy Analysis. Since then trade has slowed to the same pace as growth. Some of this is due to structural factors, chiefly China’s shift from an export-led growth model to one based more on internal consumption.

Technology is also playing a role. Automation enables manufacturers to move closer to customers without incurring high wage bills and exorbitant shipping costs. If 3D printing takes off, that trend will deepen.

But some of the slowdown is also happening by choice. Last week’s election in the UK followed the most inward looking campaign in memory. Britain’s internationalism can no longer be taken for granted. Nor should its message be ignored: Britain remains a democratic bellwether. The rise of more nationalistic politics in the west is likely to remain a problem for some time to come.

Incomes in the developing world are catching up with those in the west, in some cases at the expense of the west’s middle class. At least, that is how many voters perceive it. After decades of agreeing to lower global barriers, we are as likely to put up new ones nowadays. This affects financial regulations, rules on how to govern the internet, tolerance of immigrants and non-tariff trade barriers. Britain’s largest bank, HSBC, is even thinking of returning its headquarters to Hong Kong.

Meanwhile, that which most connects the world – cyberspace – is turning into its battlefield of choice. Rising powers are no likelier than the old Soviet Union to use nuclear weapons, or to deploy conventional armies, against the US. But the doctrine of mutually assured destruction has scant relevance to cyber warfare. Deterrence works when the culprit can be identified. Instead of a cold war, anonymity is fuelling a “cool war”, which gets a little less cool every year. The spread of cyber weapons – and the willingness of China and Russia to deploy them – presents a different kind of challenge to the “Golden Arches” concept. The hope was that mutual economic interests would persuade us to lay down our arms. In practice, diverging geopolitical ambitions are pulling in the other direction. Belligerent players can launch deniable attacks at a trivial economic cost. In a sense, this may be an elevated form of globalisation. But it is a far cry from what we once so cheerfully anticipated.

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«FT» and «Financial Times» are trade marks of «The Financial Times Limited».
Translation for Finanzas para Mortales with the authorization of «Financial Times».
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