Flexibilización Cuantitativa y el curioso caso de la tubería que gotea

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Flexibilización Cuantitativa y el curioso caso de la tubería que gotea

10/07/2013 | John Kay – Financial Times Español

La flexibilización cuantitativa (QE), un término ampliamente utilizado en Japón en los años 90, no tiene una definición precisa. Describe una política con la cual el banco central compra activos del sector financiero, y no necesariamente – como en una política monetaria convencional – confina esas actividades a la administración de la propia deuda soberana.

Aunque esta política fue seguida por Tokio con poco éxito, la Reserva Federal de los EE. UU., el Banco de Inglaterra y el Banco Central Europeo, adoptaron la QE después de la crisis financiera de 2008. Entre todo lo que se ha escrito de este tema, hay poco sobre cómo se supone que funciona, o si de hecho ha funcionado.

Cuando yo estudiaba, aprendí que si se suministraba una cantidad enorme de liquidez hacia el sistema financiero, habría facilidad para que hubiera crédito para las empresas y los hogares, lo que los impulsaría a gastar más. Nunca estuvo claro que este mecanismo funcionara bien durante las recesiones: empresas y hogares faltos de confianza estarían reacios a gastar e invertir, sin importar cuánta liquidez estuviera a su disposición. La conexión entre una política monetaria relajada y la inflación cuando la economía estuviera sobrecalentada era mucho más clara que la conexión entre una política monetaria laxa y el crecimiento cuando la economía estuviera en depresión.

Pero eso era entonces. Ahora hay mucha más liquidez en el sistema, la mayor parte apoyando el trading a corto plazo de las instituciones financieras. O por lo menos hay apariencia de liquidez: cuando la confianza se redujo a finales de 2008, también lo hizo la liquidez. La primera intención y efecto de la intervención de los bancos centrales desde 2008 ha sido restaurar dicha liquidez. La QE ha sido una manera de estimular las inversiones en las empresas y el gasto de los hogares a través de facilitar el crédito, lo que equivale a vaciar agua a través de un tubo perforado con la esperanza de que parte del líquido llegue a su destino. Los políticos y los banqueros se cuestionan acerca de si la disminución de los préstamos a las empresas y de los bajos niveles de consumo son el resultado de la falta de oferta o de la falta de demanda; de cualquier manera, la ausencia del consecuente estímulo económico es la misma.

En la economía financiera moderna, el principal efecto de la QE es potenciar el precio de los activos, como lo han demostrado en las semanas recientes los movimientos de los mercados. ¿Pero es la búsqueda de acciones con precios más altos un medio efectivo y deseable de promover el crecimiento? La distribución del impacto de esta política demanda atención; la única consecuencia cierta de potenciar el precio de las acciones es que aquellos que las poseen salen beneficiados con respecto a quienes no las tienen. Mucha gente posee casas – pero, aunque en el Reino Unido, por ejemplo, necesitamos más casas, no necesitamos otra burbuja inmobiliaria. La gente también posee activos financieros de manera indirecta, la mayoría a través de fondos de pensiones. Pero aquí ha habido un efecto paradójico: porque por la manera en que los fondos de pensiones están valorados, la QE ha incrementado de manera general las deudas de estos fondos más que sus activos.

Unos cuantos informes técnicos de los bancos centrales tratan de estimar los efectos macroeconómicos generales de las políticas monetarias post-2008. Pero hay escasa evidencia; estos estudios se enfocan en predecir los efectos de bajar las tasas de interés a largo plazo dentro de un modelo económico particular. La única certeza de esta política es que los países que se comprometieron tempranamente con una rectitud fiscal que estimularía el crecimiento no han salido de la crisis tan bien como aquellos que prontamente aplicaron un estímulo fiscal.

Esta relación entre políticas fiscales y monetarias revela otra paradoja. Muchas oportunidades para la inversión a largo plazo se encuentran en la infraestructura, tanto en el sector público como asociadas o financiadas por el sector público. Y lejos de tratar el deprimido estado de las economías occidentales como una oportunidad para realizar estas inversiones, y tomar ventaja de las oportunidades de obtener financiación a largo plazo a tasas de interés que son negativas en términos reales, los gobiernos que sólo piensan en medidas de austeridad han estado realizando recortes en el gasto y sus bancos centrales han estado comprando de manera agresiva deuda a largo plazo que emitieron y que estaba en manos de inversores privados.

¿Por qué se ha prestado tanta atención a estas políticas monetarias sin ninguna explicación clara de cómo se puede esperar que funcionen y con poca evidencia de su efectividad? La propia frase “ Pero la respuesta verdadera, me temo, es demasiado familiar: estas políticas pueden no ser benéficas para la economía no financiera, pero benefician al sector de los servicios financieros y a quienes trabajan en ellos.

Quantitative easing and the curious case of the leaky bucket

07/10/2013 | John Kay – Financial Times English

Quantitative Easing, a term first widely used in Japan in the 1990s, does not have an agreed precise definition. It describes a policy in which the central bank buys assets from the financial sector, and does not necessarily – as in conventional monetary policy – confine such activities to the management of the government’s own debt.

Though this policy had been pursued by Tokyo with little success, the US Federal Reserve, Bank of England and European Central Bank all adopted QE after the financial crisis of 2008. Amid all that has been written on this subject, there is very little about how it is supposed to work, or whether it has in fact worked.

When I was a student, I learnt that if there was a plentiful supply of liquidity to the banking system, there would be easy credit for businesses and households, which would encourage them to spend more. It was never clear that this mechanism worked well in recessions: nervous businesses and households might be reluctant to spend and invest, however much liquidity was available to them. The connection between lax monetary policy and inflation when the economy was overheated was much clearer than the connection between loose monetary policy and growth when the economy was depressed.

But that was then. Now there is far more liquidity in the system, most of it supporting the short-term trading of financial institutions. Or at least there is the appearance of liquidity: when confidence dried up towards the end of 2008, so did liquidity. The primary intention and effect of central bank interventions since 2008 has been to restore such liquidity. As a means of stimulating business investment and household spending through easier credit, this has been like pouring water into a leaking conduit in the hope that some will dribble through. Politicians and bankers argue about whether low business lending and consumer credit levels are the result of lack of supply or lack of demand; either way, the absence of consequential economic stimulus is the same.

In the modern financial economy, the main effect of QE is to boost asset prices, as market gyrations of recent weeks have clearly illustrated. But is the pursuit of higher asset prices an effective or desirable means of promoting economic growth? The distributional impact of the policy demands attention; the one certain consequence of boosting asset prices is that those with assets benefit relative to those without. Many people own houses – but, although in the UK, for example, we need more houses, we do not need another housing boom. The public also holds financial assets indirectly, largely through pension funds. But here there has been a paradoxical effect: because of the way pension funds are valued, QE has generally increased pension funds’ liabilities more than their assets.

A few technical papers from central banks try to estimate the overall macroeconomic effects of post-2008 monetary policies. But there is almost no direct evidence; these studies focus on the predicted effects of lower long-term interest rates within a particular economic model. The one policy certainty is that countries that claimed an early commitment to fiscal rectitude would encourage growth have not come through the crisis as well as those readier to adopt fiscal stimulus.

This relationship of monetary and fiscal policy reveals another paradox. Most opportunities for long-term investment are found in infrastructure, either in the public sector, or associated with or financed by the public sector. Yet far from treating the depressed state of western economies as an opportunity to make such investment, and taking advantage of opportunities to raise long-term finance at interest rates that are negative in real terms, austerity-minded governments have been cutting capital expenditure and their central banks have been aggressively buying long-term debt back from its private holders.

Why has so much attention been given to these monetary policies with no clear explanation of how they might be expected to work and little evidence of effectiveness? The very phrase “Quantitative Easing” seems designed to discourage non-technical discussion. But the real answer, I fear, is all too familiar: these policies may not benefit the non-financial economy much, but they are helpful to the financial services sector and those who work in it.

Copyright &copy «The Financial Times Limited«.
«FT» and «Financial Times» are trade marks of «The Financial Times Limited».
Translation for Finanzas para Mortales with the authorization of «Financial Times».
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