Las décadas ganadas y perdidas de la economía española

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Juan Antonio Vázquez García. Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Oviedo.

1.-La senda del desarrollo: las décadas ganadas.

La evolución de la economía española a lo largo del siglo XX ofrece un formidable balance de progreso, crecimiento y cambios. Esa progresión no ha seguido, desde luego, un comportamiento lineal. Para llegar a ese favorable balance el camino no ha sido sencillo ni rectilíneo y los avances y los retrocesos se han alternado durante ese complejo e intenso siglo, con “décadas ganadas y perdidas” a lo largo de esa trayectoria. De un modo muy sucinto, podrían distinguirse diez peldaños en ese recorrido tendencialmente ascendente que conduce desde los inicios de la industrialización hasta la crisis actual.

La primera de esas fases nos sitúa en un arranque industrializador a mediados del siglo XIX que, como el profesor García Delgado nos ha mostrado con maestría en muchos pasajes de su amplia obra, se produce con retraso respecto a otros países europeos y siguiendo una “pauta mediterránea” que alinea en su trayectoria a nuestra economía con las de Italia, Portugal y Grecia. Un grupo de países, por cierto, que como si la historia siempre llamase dos veces han vuelto a compartir destinos y protagonizar siglo y medio después los peores efectos de la actual crisis y de las amenazas de los rescates.

La segunda de las fases de evolución de la economía española transita en la segunda mitad del siglo XIX, en una etapa de equipamiento industrial y de mantenimiento de los ritmos de crecimiento europeos, especialmente a partir de la década de 1870, con un modelo de crecimiento “hacia afuera” sostenido por el impulso de la inversión externa, basado en la articulación de un mercado nacional al que contribuye destacadamente el desarrollo del ferrocarril, y traducido en una industrialización focalizada territorial y sectorialmente en actividades como el textil, el carbón y la siderurgia principalmente.

La década final del XIX contempla un escenario de moderación de la senda de crecimiento y adentra a la economía en una tercera fase que se desenvuelve por un camino contrapuesto, volcado hacia el proteccionismo, decantado ahora por un modelo de “crecimiento hacia adentro” y, por un “viraje proteccionista” al que conducen, más que convicciones doctrinales, tanto la confluencia de intereses sectoriales como los problemas de competencia de las principales actividades protagonistas de la incipiente industrialización española. El siglo XX se inaugura, pues, en nuestra economía con una orientación proteccionista que dejará huella profunda en su estructura, que conducirá secuencialmente por la senda de un proteccionismo español creciente, permanente e integral, y por lo tanto insostenible, hasta decantarse con el transcurso del tiempo en un intervencionismo extremo y una práctica eliminación de la competencia exterior.

Si de la apertura económica y de los recursos y factores del exterior han procedido frecuentemente impulsos decisivos para el crecimiento de la economía española a lo largo de toda su evolución histórica, también las etapas de cierre de la competencia externa han ocupado un protagonismo destacado en esa trayectoria y, en circunstancias excepcionales, han llegado a suponer un empujón decisivo en el avance de la economía española. Eso es lo que ocurre en la cuarta fase que se inaugura con el inicio de la I Guerra Mundial, cuyos efectos son bien conocidos gracias precisamente a las aportaciones del profesor García Delgado. El cese de la competencia externa y la neutralidad de nuestro país en el conflicto bélico, ofrecen extraordinarias oportunidades para la economía española y abren un período que, con altibajos, permite la diversificación industrial y el crecimiento de nuestra economía.

De la I a la II Guerra Mundial y con las penurias del final de la guerra civil española sumadas a las de la postguerra europea, se enmarca la quinta fase de nuestra evolución económica marcada por enormes dificultades, por la caída de los ritmos de crecimiento y por una divergencia pronunciada con la trayectoria de las economías europeas, que viene a certificar esta etapa como una de las “décadas perdidas” por la economía española en todo el siglo. Por un lado, los condicionamientos políticos, el aislamiento internacional y el cierre de las relaciones económicas externas de una España que queda al margen del “Plan Marshall” de ayuda americana a la reconstrucción de la Europa de la postguerra, conducen a nuestra economía a una excepcional fase de Autarquía que saca a España de la escena económica internacional y devuelve a una situación de retroceso en el camino hacia el crecimiento y la convergencia con las economías europeas. Por otro lado, el “modelo autárquico” de sustitución del mercado, de proliferación de regulaciones, de un proteccionismo secuencialmente reforzado convertido ahora en intervencionismo extremo, conducen inexorablemente a un estrangulamiento del sistema que exige finalmente el nuevo cambio de rumbo que supone el Plan de Estabilización de 1959.

A partir de ahí se inicia la sexta fase de evolución de la economía española que se extiende a lo largo de los años sesenta y la primera parte de la década de los setenta y que, como contrapunto, se erige en un período de intenso y continuado crecimiento, de significativa convergencia con las economías europeas y de modernización y profundos cambios en nuestra estructura económica. La ruptura del aislamiento y la reanudación de las relaciones económicas internacionales, la apertura externa y al comercio exterior, la liberalización económica y el retorno a la lógica y el funcionamiento de mercados antes férreamente intervenidos, permiten a la economía española aprovechar la “renta de situación” del crecimiento europeo, que se materializa en la llegada de capitales e inversiones externas y un creciente flujo de rentas asociadas a la eclosión del turismo que contribuyen decisivamente a la financiación del crecimiento. A ello se suman las reasignaciones de mano de obra, con una emigración exterior que suma con sus remesas una nueva fuente de recursos y libera presiones sobre el empleo y con una emigración interior que arrastra la crisis de la agricultura tradicional e impulsa el crecimiento urbano y de la industria y de los servicios. Y todo ello se traduce en unas elevadas y continuadas tasas de crecimiento, con unos ritmos de expansión económica inéditos hasta entonces, y en profundos cambios estructurales que consolidan uno de los principales impulsos de normalización y modernización y de convergencia europea y una de las “décadas ganadas” de la economía española en todo el siglo XX, bien que en un marco de ausencia de libertades políticas, sindicales y sociales.

Crisis, caída del crecimiento, divergencia con Europa y necesidades de reestructuración económica caracterizan una séptima fase de la trayectoria económica de nuestro país, que se inicia hacia mediados de los años setenta, en la que se dan cita tanto los problemas derivados de la crisis monetaria del sistema de Bretton Woods, de la crisis energética y el aumento de los precios del petróleo y de la inflación de demanda y la espiral precios-salarios, como de las incertidumbres del complejo marco de la transición política a la democracia que vive la sociedad española en esa época. La respuesta de la política económica se materializa en los “Pactos de La Moncloa” que ponen en marcha medidas destinadas al control de la inflación desbocada, a una política de rentas moderadora de los crecimientos salariales, al equilibrio presupuestario, a la estabilización del sector exterior, a la reestructuración de los obsoletos sectores tradicionales mediante un proceso de reconversión industrial y a reformas institucionales de indudable calado, entre las que destaca la reforma fiscal.

La octava fase se inaugura a mediados de los años ochenta con la incorporación plena de España a la Unión Europea. Por un lado, con ella se certifica la definitiva normalización, homologación y convergencia de la economía española con nuestro entorno europeo. Por otro lado, se avanzan nuevos y decisivos pasos hacia la culminación de los procesos de desagrarización y terciarización de nuestra economía, de ampliación de la apertura externa y la inserción internacional y de instauración de un Estado de Bienestar, que constituyen algunos de los más fundamentales cambios estructurales operados en la economía española en la segunda mitad del siglo XX. Por lo demás, el crecimiento económico pierde fuelle a medida que avanza este período hasta desembocar en la breve pero intensa crisis del 92-94 que lleva a registros record en las tasas de desempleo.

Los años finales del siglo XX y buena parte de la primera década del siglo XXI, hasta 2008, configuran la novena de las fases de evolución de la economía española, que se ha caracterizado como un ciclo expansivo de tan elevada intensidad y amplia duración como de frágiles fundamentos, basado en la expansión inmobiliaria, la financiación exterior y el endeudamiento como base de un fortísimo crecimiento de la demanda interna que, con la atracción de unas intensas corrientes inmigratorias, ha permitido nuevos y sustanciales incrementos de la renta y del PIB y un nuevo acercamiento y convergencia con las economías de nuestro entorno.

La fragilidad de las bases de ese crecimiento se ponen de manifiesto en la décima fase, con la que culmina esta trayectoria, la de la crisis que estamos viviendo en estos últimos años, a partir de 2008, y que, como es bien conocido, ha supuesto una grave y doble recesión de la economía española, una progresión desconocida de los niveles de desempleo y de caída de actividad y una nueva divergencia respecto de una Unión Europea que ha sufrido igualmente esta crisis en su conjunto pero no con la intensidad registrada en nuestro país. A algunas de las principales características y efectos de esta más reciente fase de crisis y recesión se dedicarán los comentarios del apartado siguiente.

Si, tras este sucinto recorrido, realizamos una visión de conjunto de los resultados de esas fases a través de sencillos indicadores como las tasas de crecimiento del PIB y de los niveles de renta y su convergencia con Europa, podemos cobrar una perspectiva de conjunto de las “décadas ganadas y perdidas” de la economía española en ese recorrido, es decir de los avances y de los retrocesos experimentados por nuestra economía a lo largo de más de un siglo.

En su evolución histórica a lo largo del siglo XX, como se comprueba en los cuadros adjuntos, la economía española ha registrado progresos muy considerables y, aunque con altibajos, ha seguido una trayectoria claramente ascendente y un proceso de convergencia con la UE, que sólo se rompe durante la década del período autárquico posterior a la guerra civil española y en la etapa de crisis que se inicia a mediados de los años 70, y que certifica los notables avances registrados en el resto de períodos, que he denominado las “décadas ganadas” de nuestra economía.

Como se aprecia en el cuadro 1, el PIB crece casi continuamente a lo largo de toda la serie. Se duplica de 1850 a 1900 y casi vuelve a hacerlo entre 1990 y 1930. La guerra y postguerra española detienen esa progresión, con tasas incluso negativas y muy bajas que no comienzan a recuperarse hasta que avanzan los años 50. Entre 1960 y 1975 se consigue casi triplicar el PIB español que, con el paréntesis de las dificultades de finales de los años setenta y comienzos de los ochenta y la breve recesión del primer lustro de los noventa, prosigue un avance que se refuerza muy significativamente, hasta más que duplicarse de nuevo, en el ciclo expansivo anterior a la crisis que se inicia en 2008.

El resultado en términos de convergencia con Europa, como se muestra igualmente en el Cuadro 1, es muy notable. En 1960 el PIB por habitante de España tan solo se situaba por delante de Portugal y era el 53% del de Alemania y Francia, el 68% de Italia y el 59% de la media de los países comunitarios y ese porcentaje progresa en medio siglo hasta alcanzar casi el 95% de la UEM al cabo de la primera década del siglo XXI.

Esa misma idea de los avances de la economía española y de sus “décadas ganadas” se constata igualmente en los datos de evolución del PIB por habitante recogidos en el cuadro 2. Tanto en la segunda mitad del siglo XIX como en las tres primeras décadas del siglo XX se consiguen avances de los niveles de renta per cápita, que (expresadas en pesetas de 1995) pasan de 146 mil a 245 mil pesetas entre 1850 y llegan a 357 mil en 1930. Esa progresión se ve interrumpida en las décadas entorno a la guerra civil, de modo que hasta 1955 no se recuperan los niveles existentes a finales de los años veinte para situarse en un nivel ya próximo a las 440 mil pesetas en 1960. La etapa de crecimiento de los años 60 y comienzos de los 70 se traduce en un muy intenso impulso que permite casi triplicar esa cifra y situarla por encima de 1,1 millones en 1975, de modo que en tan solo quince años se consiguen aumentos de renta por habitante superiores a los de los cien años anteriores. Tras el paréntesis de la crisis de la segunda mitad de los 70 y los inicios de los 80 y a partir de la integración europea ese avance continúa hasta volver a duplicarse en el transcurso de dos décadas y situarse ya por encima de los 21.000 euros en el año 2000 y acercarse a los 24.000 euros en los momentos anteriores a la crisis económica.
CUADRO 1

Evolución DEL PIB EN ESPAÑA
PIB pm (1) PIB pm (2) PIB España/UEM (3)
precios ctes. precios corr.
Año Mills. Pts 95 Millon Euros Incremento Año Mill. Euros Año UEM=100
1850 2.172.334 13.139 1995 447.205 1950 46,9
1900 4.537.252 27.234 107,3 2000 630.263 1960 59,5
1930 8.370.706 50.244 84,5 2005 908.792 1975 84,1
1940 7.232.338 43.412 -13,6 2008 1.087.788 1985 73,8
1950 8.434.878 50.630 16,6 2009 1.053.914 2000 86,7
1960 13.070.965 78.457 54,9 2010 1.045.620 2005 93,4
1975 40.451.383 242.805 209,5 2011 1.046.327 2009 94,8
1985 51.281.470 307.812 26,8 2012 1.029.002 2010 90,9
2000 87.580.872 525.696 70,8 2013 1.015.625 2012 90,5

(1) A. Carreras y X. Tafunell (eds). Estadisticas históricas de España. Siglos XIX y XX

(2) INE

(3) Banco de España

CUADRO 2

Evolución DEL PIB POR HABITANTES EN ESPAÑA
PIB por habitante (1) PIB por habitante PPC (2)
Año Mills. Pts 95 Euros Incremento Año Euros 2005 Incremento
1850 145,9 876 1970 9.800
1900 244,4 1.467 67,5 1980 12.600 28,6
1930 357 2.143 46,1 1990 16.200 28,5
1940 280,8 1.685 -21,3 2000 21.100 30,2
1950 302,7 1.817 7,9 2005 22.900 7,9
1960 438,5 2.632 44,8 2010 22.500 -1,7
1975 1133,5 6.804 158,5 2012 22.300 -0,9

(1) A. Carreras y X. Tafunell (eds). Estadisticas históricas de España. Siglos XIX y XX

(2) Banco de España

2.-La crisis: una década perdida
Tras esos avances alcanzados por la economía española a lo largo del siglo XX y en la década inicial del siglo XXI, la llegada de la crisis, como es bien conocido, ha conducido a nuestra economía a una etapa de recesión y graves dificultades, a un freno del proceso de convergencia europea y parece abocar a una “década perdida” de la economía española en términos del retroceso de la gran mayoría de los indicadores.

A partir de 2008 se desata esa crisis que encierra varias crisis en sus fases y desarrollo, en su incidencia diversa en las distintas áreas de la economía mundial y en la propia respuesta de las políticas económicas. En su naturaleza y características, ya hemos podido comprobar que las cosas son al final muy distintas a como lo fueron al comienzo de una crisis que ha transitado de la crisis financiera provocada tras la caída de Lehman Brothers, a la de la economía real y a la de la deuda soberana.

En su incidencia, el calado de la crisis ha sido muy diferenciado según las áreas de la economía mundial y, en un escenario muy heterogéneo y cambiante de la geografía del crecimiento, ha dibujado un mundo a tres velocidades, sostenido principalmente por los países emergentes, ralentizado en las economías avanzadas y sumido en la recesión en la UE y particularmente en las economías del sur de Europa.

Y han sido muy diversas igualmente las respuestas de unas políticas económicas que, apenas sobrepuestas al desconcierto y con unos instrumentos que han mostrado sus insuficiencias para hacer frente a nuevas realidades, han estado sometidas a continuos vaivenes y han ido pasando de procurar “evitar el derrumbe” (con los rescates bancarios), a tratar de “retirar los escombros” (con las políticas de estímulos monetarios), a “comenzar la reconstrucción” (con las políticas de estímulo), y a afrontar las consecuencias del paso del endeudamiento privado al endeudamiento público y la crisis de la deuda soberana, mediante las políticas de austeridad y de consolidación presupuestaria.

Superados los efectos del impacto de la crisis financiera desatada en 2008 con la caída de Lehman Brothers, casi podría decirse que desde comienzos de la segunda década del actual siglo la crisis ha sido una cuestión fundamentalmente europea, y más en particular de los países del sur de Europa como España, y que se ha concretado en una crisis de deuda soberana, en la que si antes podían quebrar los bancos se ha pasado al riesgo de quiebra de los países.
Ello ha sido la consecuencia de muchos factores, pero de dos principalmente: de los pecados originales del euro y la construcción de la zona monetaria europea, por un lado; y de una situación, por otro lado, que permite el flujo de ahorro y financiación y los desequilibrios externos y el endeudamiento de economías como la española que, sometidas a “shocks asimétricos” y a falta del instrumento de las devaluaciones monetarias, se ven sometidas a un proceso de “devaluación interna” y a férreas políticas de austeridad como mecanismo para recuperar la competitividad y restaurar los equilibrios perdidos.
Unas políticas, por lo demás, que han provocado una profunda depresión de la demanda interna, que han conducido a una sucesión de recortes y sacrificios y llevado a una intensa fase de recesión que, en medio de ataques especulativos y de un imparable ascenso de la prima de riesgo y de endurecimiento de las condiciones de financiación en los mercados, ha tenido graves consecuencias en la economía real, con tasas negativas de crecimiento del PIB encadenadas en un doble ciclo de crisis (en forma de W) y un recrudecimiento de las dificultades a partir de 2010, así como con un insostenible ascenso de los niveles de desempleo, como ha ocurrido en nuestro país.
Una crisis que, por momentos, ha llegado incluso a comprometer la propia supervivencia del euro (esa moneda sin Estado y al borde de un permanente ataque de nervios en esos años) y en la que parece que lo peor ha pasado ya: para el euro tras la intervención del Banco Central Europeo en auxilio de la moneda; y para la economía tras haber tocado fondo y con los atisbos de un lenta y compleja recuperación.
Aun en ese escenario de lenta recuperación que se perfila, resulta difícil sustraerse a la evidencia de que el balance para la economía española será muy posiblemente el de una “década perdida” para recuperar los niveles de PIB existentes antes de la crisis y un período indudablemente más largo para retornar a niveles más tolerables de desempleo.

Como se comprueba en el cuadro 3, con la crisis se inicia un proceso de retroceso del PIB que ha supuesto una pérdida cercana a los siete puntos y que, de confiar en que se consolide en los próximos años la senda de recuperación que se abre paso en 2014 (y con previsiones como las establecidas en los escenarios intermedios de crecimiento para el área euro por el FMI), sería difícil de recuperar al menos hasta el ejercicio de 2017, esto es, diez años después del inicio de la crisis. Economías como las de Alemania, Francia, y Bélgica, tras reducciones de 2 ó 3 puntos de su PIB, han conseguido retornar a los niveles previos a la crisis ya en 2011. Por contra, economías como las de Grecia, Portugal e incluso Italia, necesitarán diez o más años para recuperar esos niveles. Y un escenario similar es el que el FMI ha dibujado para la economía española.
CUADRO 3

ÍNDICE DE Evolución DEL PIB EN ESPAÑA
Año 2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014 2017
Tasa de crecimiento -0,7 -4,5 -0,5 -0,1 -1,7 -1,3 prev 0,8 prev 15-17 1,5/2
Índice 100 96,2 96,1 96,2 94,4 93,3 94,1 100

INE y previsiones FMI

Las predicciones no dejan de ser eso, especialmente en un mundo cada vez más complejo e impredecible, pero perfilan un panorama en que la economía española parece desgraciadamente abocada a completar esa “década perdida” como consecuencia de la crisis.
Frente a eso, me gustaría contraponer la confianza en las capacidades que hicieron posible en el pasado las “décadas ganadas” por nuestra economía y la necesidad de que, junto a lo urgente, no dejemos de ocuparnos de lo importante de la crisis, de los fundamentos de nuestro sistema productivo y del reto de construir unas bases sólidas para el crecimiento de futuro.
Esa es la cuestión de fondo que enfrenta a tareas decisivas e inaplazables tanto a la economía española como a la europea. Para el conjunto de Europa en la medida en que la crisis de fondo es la que se refleja en un recortado potencial de crecimiento de la economía y del empleo, en el alejamiento de los nuevos centros de la economía mundial, en los bajos niveles de innovación y el retroceso en los mercados o en la pérdida de liderazgo empresarial. Y para la economía española por esas mismas circunstancias a las que suma la debilidad de importantes segmentos de nuestro sistema productivo y la necesidad de reponer los puntos de PIB y la actividad perdida en sectores protagonistas hasta ahora del crecimiento de nuestra economía.
¿Pero cómo responder a esos retos para garantizar un sólido crecimiento? La apelación a la necesidad de cambio hacia un nuevo modelo productivo no deja de ser cierta por más que resulte tópica, que sea más fácil de recetar que de alcanzar y que nos lleve incluso a veces a caer en ensoñaciones como la de pensar que se puede pasar de la noche a la mañana de los ladrillos a la biotecnología, por ejemplo.

Lo que la economía nos ha enseñado al respecto es que las fuentes de crecimiento se encuentran en la dotación y combinación de los factores productivos (capital físico, humano y recursos) y en la productividad total de esos factores. Si durante un tiempo pareció que lo decisivo para el crecimiento económico radicaba en la abundancia relativa de los factores, ahora ya sabemos que lo que importa verdaderamente es su productividad. La productividad es, pues, la clave y cómo mejorarla permanentemente se convierte así en la cuestión más relevante.

Para conseguir esas mejoras de productividad resultan imprescindibles, desde luego, ajustes en las condiciones productivas, costes, salarios y reformas organizativas, por un lado. Por otro lado, será imprescindible alcanzar y mantener unos adecuados niveles de competitividad, entendida como la capacidad de hacer las cosas más baratas, o hacerlas mejor, o hacer cosas distintas. Y habrá, además, que acertar a engarzar con los profundos cambios y las nuevas tendencias que se aprecian en la economía mundial y que genera la eclosión de las nuevas tecnologías en una nueva economía que rompe con paradigmas hasta ahora firmemente asentados.

No existen recetas para una tarea como ésta que lo que requiere son amplias reformas y sostenidos esfuerzos. Pero si tuviera que quedarme con alguna receta sería la de Paul Romer que se resume en tres principios: “educa a los de dentro, aprende de los de fuera y, vengan de donde vengan, apoya a los que tienen ideas”. Hasta ahora hemos sido demasiado arriesgados en lo financiero y a partir de ahora el riesgo que verdaderamente hemos de correr es el de las ideas y el de la innovación.

Esa debiera ser, a mi modo de ver, una de las lecciones de la crisis, que lo principal que nos enseña es que nada puede ser igual, que no hay que hacer las mismas cosas sino cosas distintas, que no hay que hacerlas del mismo modo sino de modos diferentes. Quizá así, al cabo de la “década perdida” por la crisis y tras estos años de graves dificultades, puedan cumplirse las palabras de María Zambrano: “una catástrofe solo es catastrófica si de ella no nace nada que la redima”.

 
Referencias bibliográficas
-Banco de España. Síntesis de indicadores, septiembre 2013
-Banco de Bilbao. Renta Nacional de España. Serie Homogénea 1955-1975
-Carreras A. y Tafunell X. (eds). “Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX”. Fundación BBVA, 2005
-Fusi, J.P., Juliá, S., Jiménez, J.C., García Delgado, J.L. La España del siglo XX. Marcial Pons, 2007
-García Delgado, J.L. y Jiménez, J.C.: «El proceso de modernización económica: perspectiva histórica y comparada». España, economía: ante el siglo XXI. Espasa Calpe, 1999.
-García Delgado, J.L., Jiménez, J. C. Un siglo de España. La Economía. Marcial Pons, 2ª edición, 2001.
-García Delgado, J.L., Myro, R. Lecciones de economía española. Thomson-Cívitas, 11ª edición, 2013
-García Delgado, J.L., Sánchez Ron, J.M., Fusi, J.P. Historia de España (Vol XI): España y Europa. Crítica, 2008.
-INE. Contabilidad Regional de España Base 2000. Serie homogénea 1995-2010
-Prados de la Escosura, L. El progreso económico de España, 1850-2000. Fundación BBVA. 2003

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