Las historias pertenecen a la Biblia y las novelas, no al mundo corporativo

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Las historias pertenecen a la Biblia y las novelas, no al mundo corporativo

07/12/2015 | Lucy Kellaway (Financial Times) – Financial Times Español

¿Cuál es la propiedad más valiosa que uno posee?

Si asumimos la pregunta en términos monetarios, la respuesta probablemente es nuestro hogar. Igualmente, se podría decir que es nuestra salud, nuestra familia, nuestro tiempo — o mente. Sin embargo, según un nuevo libro por Carmine Gallo, ex periodista, la propiedad más valiosa no es ninguna de estas cosas. Es nuestra historia personal.

Aunque tengo el mayor respeto por mi propia historia, ya que la utilizo con bastante frecuencia en mis columnas, verla como mi propiedad más valiosa es una idiotez. Muestra que la moda de contar historias ha ido demasiado lejos.

Escribí por primera vez sobre esta moda hace una década. Recuerdo ridiculizar a una estadounidense inocente que había escrito un libro, “Around the Corporate Campfire”, en el cual ella instaba a las personas a “desarrollar historias incandescentes, basadas en valores que se puedan propagar rápidamente como un incendio forestal y las impulsen hacia su visión”.

Ella tenía razón sobre la propagación del fuego. En realidad, la fogata corporativa se ha propagado tan peligrosamente que es hora de llamar a los bomberos.

Algo sé sobre las historias ya que soy una narradora profesional. Es decir, soy periodista, y lo que producimos son relatos e historias. Pero ahora todo el mundo es narrador. Los doctores ya no existen sólo para diagnosticar tumores cerebrales; se supone que también tienen que desarrollar historias. Igual en el caso de los arquitectos. Esto me irrita personalmente, ya que vivo en una casa diseñada por un arquitecto visionario que gotea cada vez que llueve, haciéndome añorar un menor enfoque en los relatos, y más en diseñar estructuras impermeables.

Hasta a los matemáticos y los científicos se les insta ahora a que presenten su trabajo como una historia. Lo más absurdo de todo es que ahora esta locura se ha propagado entre los auditores.

El director de Recursos Humanos en KPMG escribió recientemente un blog en el cual él describe con orgullo la “iniciativa de mayor propósito” de su firma — que ha tenido como resultado que los empleados hayan enviado 42.000 historias personales sobre cómo están cambiando el mundo. Se podría decir que esto es enternecedor, aunque ya que KPMG fue la firma que hizo las auditorías de HBOS, Countrywide Financial y Quindell, uno se preocupa si se están distrayendo del menor propósito de hacer su trabajo diario competentemente.

Pero lo que más me angustia es que algunos novelistas de gran renombre están apoyando la moda. Si unos pocos escritores empobrecidos les sacan dinero a las corporaciones enloquecidas por las historias, está bien. Pero la semana pasada leí en Fast Company que Mohsin Hamid ha sido nombrado jefe ejecutivo de narración en la consultoría de imagen Wolff Olins. Esto es tan triste como inexplicable. ¿Cómo puede ser que el hombre que escribió el brillante y cómico “Cómo hacerse asquerosamente rico en el Asia emergente”, acepte tal ostentoso y ridículo título? Los narradores nunca pueden ser jefes de nada, mucho menos funcionarios. No tienen lugar en el mundo corporativo.

Existe una relación inversa entre la frecuencia con la que las empresas hablan de la narración y su competencia lingüística. Los anuncios de empleos rutinariamente especifican “sobresalientes habilidades narrativas”, mientras que en LinkedIn una empresa llamada DialogTech busca un jefe de narración que “creará material de mercadotecnia creativo e innovador que resuene con nuestro público objetivo y los obligue a comprometerse con nuestras marcas a través de múltiples puntos de contacto”. ¡Excelente: 14 lugares comunes en una frase!

Las historias en el lugar correcto son algo excelente. La Biblia tiene algunas bastante buenas. Todo periodista sabe que si hay que escribir un artículo aburrido sobre cambios en los impuestos hay que sazonarlo buscando una persona real que se emocione sobre cómo el cambio va a hacer su vida imposible o fantástica.

A todos nos gustan las historias porque nos gusta la emoción, y porque son fáciles de seguir con nuestros atontados cerebros. Animan las cosas. Nos ponen de buen humor. Nos inspiran.

Esto es afirmar lo obvio. No tiene magia alguna. No hay necesidad de una moda — o del Sr. Gallo en “The Storyteller’s Secret” — para vendernos teorías tontas sobre como “la narración magistral dispara neuroquímicos en nuestros cerebros que nos hacen prestar atención (hidrocortisona) y sentir empatía (oxitocina)”.

El problema con las historias es que para tener efecto tienen que ser buenas, y la mayoría de las personas no sirven como narradores. Otro problema es que cuanto más interesante sean las historias, menos probabilidad tienen de ser verdad.

Al principio de esta columna dije que todo el mundo es narrador. Eso resulta ser falso. Después de una infatigable investigación en Google, he encontrado dos ocupaciones que no tienen relación con la narrativa — fontaneros y dentistas.

Esto tiene sentido. Si necesitas una operación del conducto radicular, no quieres una historia; quieres a alguien con maestría de uno de esos súper finos taladros dentales. Igual con la fontanería. Los fontaneros no cuentan historias porque están demasiado ocupados desatascando el inodoro.

Que el mundo corporativo esté tan necesitado de narradores es una muy mala señal. Muestra que no pensamos que nuestros trabajos son suficientemente importantes sin ellos.

 

Stories are best for the Bible and in novels, not the C-suite

07/12/2015 | Lucy Kellaway (Financial Times) – Financial Times English

What is your most valuable asset?

If you take the question in monetary terms, the answer is probably your house. Equally, you could say it was your health, family, time — or your brain. Yet according to a new book by Carmine Gallo, a former journalist, your most valuable asset is none of the above. It is your story.

Although I have the greatest respect for my own story, as I plunder it often enough in my columns, to see it as my most valuable asset is idiotic. It shows the storytelling craze has gone too far.

I first wrote about the fad more than a decade ago. I remember ridiculing an earnest American who had written a book, Around the Corporate Campfire, in which she urged people to “develop red-hot, value-based stories that spread like wildfire and propel them toward their vision”.

She was right about the wildfire. Indeed, the corporate campfire has spread so dangerously, it is time to call the fire brigade.

I know a bit about stories as I’m a storyteller by profession. That is to say, I am a journalist, and stories are what we produce. Yet now everyone is a storyteller. Doctors no longer exist merely to diagnose brain tumours; they are meant to tell stories too. Architects are supposed to be doing the same. The latter is particularly irritating to me, as I live in a house designed by a visionary architect that leaks every time it rains — making me long for less focus on stories, and more on designing structures that are watertight.

Even mathematicians and scientists are now urged to present their work as stories. Most preposterous of all, the craze has spread to auditors.

The head of HR at KPMG recently wrote a blog in which he proudly described his firm’s ‘higher purpose initiative’ — which has resulted in employees sending in 42,000 personal stories about how they are changing the world. You could say this was heart-warming, though as KPMG was the firm that did the audits on HBOS, Countrywide Financial and Quindell, one worries that it is being distracted from the lower purpose of doing the day job competently.

Yet what distresses me most is that big name novelists are getting behind the fad. If a few impoverished writers are fleecing story-crazed corporates, that is fine. But last week I read in Fast Company that Mohsin Hamid, author of The Reluctant Fundamentalist, has become chief storytelling officer at the image consultancy Wolff Olins. This is as sad as it is inexplicable. How could the man who wrote the brilliantly funny How to Get Filthy Rich in Rising Asia accept such a pompous, ludicrous title? Storytellers can never be a chief anything, let alone an officer. They have no place in the C-suite.

There is an inverse relationship between how often companies talk about storytelling and their ability to use words nicely. Job advertisements now routinely specify “outstanding storytelling skillsets”, while on LinkedIn a company called DialogTech is looking for a chief storyteller who “will create creative and innovative marketing material that resonates with our target audience and compels them to engage with our brand across multiple touchpoints”. Bingo: 14 clichéd words in one sentence.

Stories in the right place are an excellent thing. The Bible has some pretty good ones. Every journalist knows that if you have to write a dull article about tax changes you must leaven it by finding a real person to emote about how the change will render their life impossible/fantastic.

We all like stories because we like emotion, and because they are easy for our befuddled brains to follow. They liven things up. They cheer us up. They can inspire us.

This is to state the obvious. There is nothing magic about it. There is no need for a fad, or for Gallo in The Storyteller’s Secret to peddle the standard neurological guff about how “masterful storytelling triggers neurochemicals in our brains to pay attention (cortisol) and to feel empathy (oxytocin)”.

The trouble with stories is that to have any effect they have to be good ones — and most people are rubbish at telling them. A further problem is that the more interesting you make them, the less likely they are to be true.

At the start of this column I said everyone was a storyteller. That turns out to be a tall story. After tireless work on Google I have found two occupations that are still strangers to storytelling — plumbers and dentists.

This stands to reason. If you need a root canal you most emphatically do not want a story; you want someone who can master one of those super-skinny dental drills. Ditto with plumbing. Plumbers don’t tell stories because they are too busy unblocking your toilet.

That the corporate world is so very badly in need of storytellers is a very bad sign. It shows that we don’t think our jobs are enough without them.

Copyright &copy «The Financial Times Limited«.
«FT» and «Financial Times» are trade marks of «The Financial Times Limited».
Translation for Finanzas para Mortales with the authorization of «Financial Times».
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