El voto italiano, los recortes en los EE. UU. y ¿por qué fracasan los países?

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El voto italiano, los recortes en los EE. UU. y ¿por qué fracasan los países?

26/02/2013 | Gideon Rachman – Financial Times Español

El éxito de un libro puede en ocasiones decir tanto acerca de la época como del libro en sí mismo. Éste puede ser el caso de ¿Por qué fracasan los países?, que se ha publicado en 2012 obteniendo éxito de crítica y premios, incluso lo comparan con “La riqueza de las naciones” de Adam Smith.

El Libro, de los profesores Daron Acemoglu y James Robinson, ciertamente es erudito e interesante. Pero la calurosa recepción a “¿Por qué fracasan los países?” puede tener algo que ver con el hecho de que el mensaje resulta muy tranquilizador para algunos en el mundo occidental. Yo terminé el libro este fin de semana, rodeado de periódicos que predicen que los EE. UU. recortarán, esta semana, su presupuesto de manera tan profunda que pondrá en riesgo cientos de miles de empleos. Mientras tanto, las elecciones italianas amenazan con darle un nuevo impulso a la crisis de la eurozona.

Pero no desesperemos. Hagamos a un lado los periódicos – y ampliemos la perspectiva. Reuniendo variadas evidencias de muchos siglos, los autores de “¿Por qué fracasan los países?” concluyen que, a pesar de todos sus problemas, la democracia al estilo occidental es la clave para una prosperidad de larga duración. Los profesores argumentan que los países “como Gran Bretaña y los Estados Unidos se volvieron ricos porque sus ciudadanos derrocaron a las élites que controlaban el poder, y crearon una sociedad en la cual los derechos políticos estaban más ampliamente distribuidos”. El profesor Ian Morris, un crítico, resume el argumento de los autores así: “Es la libertad la que hace rico al mundo”.

En parte, la discrepancia entre los periódicos y la tesis de “¿Por qué fracasan los países?” es simplemente una cuestión de tiempo. El libro trata con la evolución de las sociedades a lo largo de los siglos. Esta semana las elecciones italianas y el “secuestro estadounidense” son, por comparación, solamente unos hilos más en el gran tapiz de la historia.

Pero esto no da suficiente seguridad. La situación política en Italia y los EE. UU. tienen similares, y preocupantes , implicaciones a largo plazo. Apuntan a la tendencia de las democracias modernas a acumular deudas haciendo promesas de gastos (inasumibles) a los votantes, que luego los políticos no pueden rechazar.

La confianza de los inversores en Italia ha sido restaurada a lo largo del año pasado por el gobierno liderado por Mario Monti, un tecnócrata que no fue elegido. Pero en las elecciones, el Sr. Monti parece filtrarse como un candidato extra. Sus reformas obtuvieron la aprobación de los mercados – pero no de los electores. De igual manera, en los EE. UU. la comisión bipartidista Simpson-Bowles propuso una manera más racional de control sobre el gasto gubernamental, que el simple hachazo del “secuestro”. Pero la solución de los tecnócratas no logró pasar la prueba política en Washington.

El sentimiento de que la democracia occidental no está funcionando bien se ha incrementado por el contra-ejemplo chino del rápido crecimiento económico. El éxito chino reta la sabiduría política convencional, formada después de la guerra fría acerca de la superioridad de la democracia como sistema económico. El ascenso chino también parece retar la insistencia de los Srs. Acemoglu y Robinson, en que la prosperidad puede ser asegurada sólo por las instituciones económicas “incluyentes”, basadas en el pluralismo político.

Los profesores emplean bastante tiempo en tratar el éxito chino en “¿Por qué fracasan los países?” y concluyen que “el crecimiento chino… es solo otra forma de crecimiento bajo instituciones políticas extractivas, que no es transformable en desarrollo económico sostenible”.

Éste, parece un veredicto que desprecia casi dos generaciones de crecimiento económico de dos dígitos, que ha sacado de la pobreza a cientos de millones de personas y ha transformado a China en la segunda economía mundial. Sin embargo, refleja una fuerte tendencia de los académicos estadounidenses por desdeñar el ascenso de China – y en resaltar las fortalezas del sistema de los EE. UU.

Todo esto puede no importar demasiado si los debates se limitaran al ámbito académico. Pero, de hecho, las versiones de los argumentos presentados en “¿Por qué fracasan los países?” dominan el debate político en occidente. Ninguna de las elecciones presidenciales en los EE. UU. está completa si los candidatos no se comprometen con la idea de que la “libertad” es moralmente superior – y además, lo que hace fuerte a los EE. UU.

Esta incuestionable aceptación de la superioridad del Sistema de vida estadounidense puede, de hecho, ser parte de lo que lastra a los EE. UU. Yo creo que “¿Por qué fracasan las países?” demuestra que, a la larga, hay una clara correlación entre la libertad política y el éxito económico. Pero, en los EE. UU., una fijación generalizada con la libertad se ha convertido en una veneración casi religiosa que no cuestiona la constitución.

Como resultado, los estadounidenses pueden ser incapaces de entender que su sistema político no está trabajando correctamente. Hay un problema parecido en Europa, donde la obligación de rendir homenaje al ideal europeísta evita que muchos políticos hagan las duras, pero necesarias, preguntas sobre la moneda única, el euro.

El sistema chino tiene sus propios y evidentes grandes fallos, incluyendo la brutal y corrosiva corrupción. Pero también tiene la virtud de ser radicalmente pragmático, como lo demuestra el dicho de Deng Xiaoping: “no importa si el gato es negro o blanco, lo importante es que atrape ratones”.

En contraste, el debate político en los EE. UU. se ha hecho presa constantemente de procedimientos y principios que interfieren con las soluciones pragmáticas – ya sea el derecho a “poseer armas”, o la insistencia en el derecho del Congreso a vetar el aumento del techo de deuda.

Hay muchas razones por las que los países pueden fracasar. La adoración complaciente de un sistema político disfuncional puede ser una de ellas.

 

Italy’s vote, America’s cuts and why nations fail

26/02/2013 | Gideon Rachman – Financial Times English

The success of a book can sometimes tell you as much about the times as about the book itself. That may be the case with Why Nations Fail, which was published last yearto great acclaim from reviewers and prize juries, and even compared to Adam Smith’s Wealth of Nations.

The book, by Professors Daron Acemoglu and James Robinson, is certainly erudite and interesting. But the excited reception for Why Nations Fail may also have something to do with the fact that its message is deeply reassuring to many in the west. I finished the book this weekend, surrounded by newspapers predicting that the US will, this week, slash its budgetso deeply that it puts hundreds of thousands of jobs at risk. Meanwhile, the Italian elections threaten to reignite the eurozone crisis.

But do not despair. Hurl the newspapers to one side – and take the long view. Based on a magpie-like assembly of evidence from many centuries, the authors of Why Nations Fail have concluded that, for all its difficulties, western-style democracy is the key to long-term prosperity. The professors argue that countries “such as Great Britain and the United States became rich because their citizens overthrew the elites who controlled power and created a society where political rights were much more broadly distributed”. Professor Ian Morris, a reviewer, summarises their argument, thus: “It is freedom that makes the world rich.”

In part, the discrepancy between the newspapers and the thesis of Why Nations Fail is simply a question of time. The book deals with the evolution of societies over centuries. This week’s Italian elections and the US sequestration are, by comparison, mere stitches in the great tapestry of history.

But that is not quite reassurance enough. The political situations in Italy and the US have similar, and disturbing, long-term implications. They point to the tendency of modern democracies to pile up debt by making unaffordable spending promises to voters, that politicians then cannot wind back.

Investor confidence in Italy has been restored over the past year by a government led by Mario Monti, an unelected technocrat. But in the elections, Mr Monti looks likely to trail in an undistinguished fourth. His reforms won the approval of the markets – but not of the voters. Similarly, in the US, the bipartisan Simpson-Bowles commission offered a more rational way of controlling government spending than the meat axe of the sequestration. But the technocrats’ solution has failed to pass the political test in Washington.

The uneasy sense that western democracy is not working very well is heightened by the counter-example of China’s rapid economic progress. Chinese success challenges the conventional political wisdom formed after the cold war about the superiority of democracy as an economic system. China’s ascent also appears to challenge the insistence of Messrs Acemogulu and Robinson that prosperity can be secured only by “inclusive” economic institutions, rooted in political pluralism.

The professors spend some time grappling with Chinese success in Why Nations Fail and conclude that “Chinese growth … is just another form of growth under extractive political institutions, [and] unlikely to translate into sustained economic development”.

This seems a remarkably dismissive verdict on almost two generations of double-digit growth, which has dragged hundreds of millions of people out of poverty and transformed China into the second-largest economy in the world. Nonetheless, it reflects a strong tendency in American academia to talk down the rise of China – and to stress the enduring strengths of the US system.

All of this might not matter much if the arguments were confined to seminar rooms. But, in fact, versions of the argument made in Why Nations Fail dominate western political debate. No presidential election in the US is complete without all candidates paying obeisance to the idea that “freedom” is not just morally superior – it is also what makes America strong.

This unquestioning assumption of the superiority of the American way may, in fact, be part of what ails the US. I think that Why Nations Fail makes a strong case that, over the long term, there is a clear correlation between political freedom and economic success. But, in the US, a generalised attachment to liberty has somehow turned into an unquestioning veneration of the constitution that has become almost quasi-religious.

As a result, Americans may be unable really to address the fact that their political system is not working well. There is a similar problem in Europe, where the compulsion to pay homage to the European ideal stopped many politicians from asking hard, but necessary, questions about the continent’s single currency, the euro.

The Chinese system clearly has its own terrible flaws, including brutality and corrosive corruption. But it has also had the virtue of a radical pragmatism, captured in Deng Xiaoping’s maxim that “it doesn’t matter if a cat is black or white, so long as it catches mice”.

By contrast, political debate in the US is too often captive to procedures and principles that get in the way of pragmatic solutions – whether it is the “right to bear arms”, or an insistence on Congress’s right to veto a rise in the debt ceiling.

There are many reasons why nations can fail. The complacent worship of a dysfunctional political system could be one of them.

Copyright &copy «The Financial Times Limited«.
«FT» and «Financial Times» are trade marks of «The Financial Times Limited».
Translation for Finanzas para Mortales with the authorization of «Financial Times».
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