Falsa democracia

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Falsa democracia

01/09/2014 | Stumbling and Mumbling

Ayer por la mañana estando en el gimnasio vi un poco de un programa en la tele en el que se discutía “¿es el fracking la energía del futuro?“. ¿Y quiénes podían discutir este tema con conocimiento de causa: geólogos, economistas de la energía? No. Estaban ahí los interesados de siempre: Vivienne Westwood, diseñadora de modas; y James Delingpole, cuyo campo de conocimiento está todavía por ser descubierto.

Lo que sucedía en la tele era otro ejemplo de la trivialización de los medios. Lo que importa no es el conocimiento, el intelecto o la sabiduría sino el narcisismo de la mera opinión. Y la “buena” TV (o radio) consiste no en educar sino en el fuerte y acalorado intercambio de opiniones. Esto lo vemos en el programa Question Time, en las llamadas a la radio y en las secciones de comentarios de las webs de los periódicos.

Aquí hay una paradoja. Esto puede verse como un avance democrático; la opinión de todos vale lo mismo, sin tomar en cuenta su conocimiento. Y, a la vez que los medios se han vuelto más “democráticos” en este sentido, el poder de las élites se ha reforzado.

Una razón para esto, supongo, es que restarle valor a la opinión de los expertos puede tener una función reaccionaria. Desde por lo menos la época de Galileo, el conocimiento científico ha tendido a socavar a los poderosos. Históricamente esto ha sido cierto en la economía. David Ricardo era un radical miembro del parlamento inglés; Alfred Marshall, uno de los fundadores de la economía neoclásica, simpatizaba con los socialistas; la “ciencia triste” tomó ese nombre al oponerse a la esclavitud; y la hipótesis de la eficiencia de los mercados nos dice que los administradores de fondos millonarios son en su mayoría ladrones y parásitos.

Sin embargo, en un mundo en el que los expertos son ignorados, porque “se trata de opiniones, ¿o no?” es un mundo en el cual se contribuye a callar estos retos. El dejar de lado el conocimiento de los expertos en política fiscal e inmigración ha contribuido a la caída de los salarios reales y al racismo.

Se puede pensar que esto no es del todo irrazonable, porque los expertos – no solo en economía – a menudo se equivocan. Pero puede haber una correlación negativa entre estar en lo cierto y tener influencia. Como el dicho famoso de Alan Blinder, “Los economistas tienen una influencia mínima en las políticas de su campo de conocimiento; y tienen más influencia en las políticas fuera de su campo de conocimiento”.

Sin embargo algo ocurre aquí. Dar voz a las opiniones no significa distribuir el poder. La mayoría de los lugares de trabajo – incluyendo el sector público – son antidemocráticos y escalafonarios aunque los empleados puedan ser expertos locales con un conocimiento genuinamente útil.

Lo que se tiene no es democracia real sino una mera apariencia de tal, en la cual la opinión de las masas sirve para ocultar el hecho de que el poder lo tiene una pequeña élite.

Este editorial tiene como origen el Stumbling and Mumbling. Licencia Creative Commons.

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