Manuel Ortínez Murt

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Biografía

Manuel Ortínez Murt, doctor en derecho y profesor mercantil, ocupó su cargo más importante como economista cuando fue Director General del Instituto Español de Moneda Extranjera (IEME) de 1965 a 1969. Sin embargo, su momento de gloria fue cuando inspiró y participó en la “Operación Tarradellas”, la negociación que llevó al reconocimiento por parte del gobierno de Adolfo Suárez del presidente catalán en el exilio Josep Tarradellas y al restablecimiento de la Generalitat de Catalunya en 1977, un año antes de la aprobación de la Constitución. Su papel de muñidor en este episodio es muy representativo de la vida de Ortínez y sus contradicciones, que serán también las de una cierta burguesía catalana durante del franquismo.

Manuel Ortínez nació en 1920 en el seno de una familia de larga tradición textil procedente de Igualada. Durante la guerra civil fue movilizado por el ejército republicano, en el que se encuadró en el cuerpo de ingenieros. En plena desbandada de febrero de 1939 pasó la frontera francesa y se incorporó al bando franquista. Poco después de terminada la guerra su padre murió y un primo hermano suyo se hizo cargo de la dirección de la empresa familiar. Él se licenció en derecho en la Universidad de Barcelona y se fue a Madrid a hacer el doctorado. Su intención era ingresar en la Escuela Diplomática pero no superó el examen de ingreso. Durante sus estudios en Madrid trabó amistad con Pedro Cortina Mauri, quien más tarde le introduciría en los círculos de poder de los ministerios económicos, que serían de gran utilidad para su labor profesional.

De vuelta a Barcelona se incorporó a la empresa textil familiar e intervino en la Fundación de la Asociación de Industriales Textiles Algodoneros, creada para defender los intereses de los pequeños y medianos fabricantes ante la administración y en contraposición al Consorcio de Industriales Textiles Algodoneros (CITA), que agrupaba a los grandes fabricantes. En 1950, dos años después de su fundación, la Asociación se integró en el Consorcio y Manuel Ortínez pasó a ejercer de representante de los pequeños y medianos fabricantes en su seno y de director general, siendo la mano derecha del presidente Domingo Valls Taberner. El Consorcio era una entidad privada que se había creado en plena Segunda Guerra Mundial (1944), de acuerdo con el Ministerio de Industria y Comercio. En aquellos momentos las potencias aliadas no concedían los permisos de navegación para mercantes –navicerts– si eran contratados por las autoridades o los sindicatos franquistas. La industria algodonera necesitaba importar materias primas, especialmente algodón, y la creación del CITA, al ser una entidad privada formada por los fabricantes, permitió sortear este bloqueo. Lo que empezó siendo una asociación de importadores acabó convirtiéndose en una entidad que defendía los intereses del sector, hasta 1954 al margen de la organización sindical oficial. A partir de ese año, y por insistencia del Delegado Nacional de Sindicatos José Solís, la organización se integró en los sindicatos verticales y pasó a llamarse Servicio Comercial Exterior de la Industria Textil Algodonera (SECEA), aunque en la práctica conservó su autonomía.

La principal labor de Ortínez como director general del CITA y del SECEA, cargo que ejerció hasta 1961, fue conseguir en Madrid las licencias de importación y exportación para la industria algodonera catalana, para lo cual utilizó, según explicó en sus memorias Una vida entre burgesos, sus contactos en la capital y los sobornos. En los años de la autarquía los fabricantes sólo podían importar algodón en rama por el valor equivalente a los textiles que habían exportado, según el sistema de cuentas combinadas. Este sistema se falseaba simulando unas exportaciones mayores a las reales, lo que permitía poder importar más algodón. Estas trampas eran necesarias para poder seguir fabricando tejidos en la España autárquica, pero también generaban unos beneficios especulativos al poder revender a precios de mercado negro ese algodón importado a precios oficiales. El estraperlo fue el origen de algunas nuevas fortunas y reportó también pingües beneficios a las grandes empresas del sector. El fraude de las cuentas combinadas requería también tráfico de divisas, al cual se dedicaba Florenci Pujol, padre del futuro presidente de la Generalitat; la fortuna que amasó vendiendo dólares en el mercado negro fue el origen del capital de Banca Catalana. Ortínez se movió en este mundo actuando, según sus propias palabras, de contrabandista, y adquirió una experiencia muy valiosa para ser años después Director General del IEME.

Su labor como dirigente del SECEA también le llevó a participar en un estudio sobre la reestructuración del sector textil algodonero, cuyas recomendaciones no se aplicaron, a sugerir la compra de un periódico por parte del lobby algodonero–El Correo Catalán-, a impulsar un banco de negocios –el Banco Industrial de Cataluña- y ayudar al sostenimiento financiero del presidente catalán en el exilio, Josep Tarradellas. Ortínez había conocido a Tarradellas en 1955, a través de Josep Pla, y se convirtió en su fiel amigo. Admiraba su inteligencia política y pragmatismo. Percibió que el antiguo dirigente de Esquerra Republicana, mano derecha de Companys durante la guerra civil y responsable del decreto de colectivizaciones, se había convertido en un político moderado, por no decir directamente conservador. Depositario de la legitimidad republicana y catalanista, podía ser muy útil en un futuro sin Franco.

En 1962 Faustino García Moncó, miembro del Opus y director general del Banco de Bilbao, le nombró máximo responsable de la entidad en Cataluña. En 1965 pasó a dirigir el Banco Industrial de Cataluña, pero al cabo de tres meses García Moncó, al ser nombrado Ministro de Comercio, le ofreció la Dirección General del IEME. Según su propio relato, parece que Ortínez habría conseguido la cuadratura del círculo, al desempeñar el cargo de Director General en un gobierno del Caudillo sin ser franquista. En una carta a Tarradellas, al que había pedido permiso para aceptar el cargo, se describía a sí mismo como un espectador privilegiado de la maquinaria económica y política del Estado. Hay que señalar que Ortínez no fue el único voyeur en esta etapa, pues Fabián Estapé también utilizaría años después la misma explicación para justificar su participación en la administración económica franquista. Durante su mandato en el IEME se produjo la devaluación de la peseta en 1967 y estalló el escándalo MATESA.

Después de su salida del Gobierno en 1969 aprovechó sus conocimientos y contactos para montar un despacho de asesoramiento de empresas en Madrid y Barcelona y convertirse en el representante de la Union de Banques Suisses en España. En años sucesivos participó en varios consejos de administración, especialmente de filiales de multinacionales italianas como Pirelli u Olivetti –llegó a ser presidente de Hispano Olivetti en los ochenta-, y fue presidente de Prenatal SA y de Hornos Ibéricos Alba, así como consejero de La Caixa. Sin embargo, su momento culminante sería en el mundo de la política, cuando en agosto de 1976, poco después de ser nombrado presidente Adolfo Suárez, urdió la “Operación Tarradellas”. Su posición privilegiada como amigo del presidente catalán y con contactos con el poder del Estado le llevaron a tener la idea de proponer a Suárez y al rey el reconocimiento por parte de la Monarquía de la Generalitat a cambio de que la Generalitat reconociera a la Monarquía, que no tenía mucha aceptación en Cataluña. El gobierno exploró esta alternativa enviando al teniente coronel Casinello a entrevistarse con el Molt Honorable en su residencia de Saint-Martin-le-Beau a finales de noviembre de 1976. A pesar de la impresión favorable que el president causó en su interlocutor, el gobierno decidió congelar la operación retorno, que en la concepción inicial de Ortínez tenía que producirse antes de las primeras elecciones libres. La apuesta de Suárez era potenciar a Jordi Pujol como contrapeso de la izquierda en catalana. Cuando en junio de 1977 esa izquierda ganó claramente las elecciones en Cataluña, el gobierno desenterró la opción Tarradellas para contrarrestar la mayoría social-comunista. Así en octubre de 1977 se restableció la Generalitat y Tarradellas volvió a Cataluña como presidente después de treintaiocho años de exilio. Lo que sin duda fue una hábil jugada de Suárez para cortocircuitar a la izquierda catalanista, también constituyó el único reconocimiento de la legalidad republicana que se produjo en la transición española. Ortínez, que fue después Consejero de Gobernación en el gobierno de Tarradellas entre octubre de 1978 y diciembre de 1979, se mantuvo siempre fiel al gigante de Saint-Martin-le-Beau y reivindicó su figura. Murió en Suiza en 1997.

Marc Prat Sabartés.  Universidat de Barcelona.

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