¿Hasta qué punto se funden en una sola entidad un empresario y su empresa? La pregunta, de respuesta menos sencilla de lo que podría suponerse, pretende hacer reflexionar sobre la importancia del entorno en la vida de un empresario de éxito. Es decir, en el caso que nos ocupa, ¿cómo no tener en cuenta el pasado y vivencias de Rafael del Pino, antes de que fundara Ferrovial, para entender su trayectoria empresarial? ¿Acaso no tuvo importancia su entorno en el devenir de sus decisiones profesionales? Es posible que este ensayo no responda satisfactoriamente a estas y otras preguntas, pero ese es su principal objetivo.
Es cierto que, de manera general, Ferrovial y Rafael del Pino se fundieron en uno solo durante décadas, pero, si uno se sumerge en los detalles, se descubren facetas no conocidas del personaje que determinaron cómo fue y cómo se comportó a lo largo de su vida. Rafael del Pino recoge en su vida todas las características del capitalismo español del siglo XX no solo en cuanto a la creación y gestión de sus empresas, sino también en cuanto a sus relaciones con el poder. Y, sin embargo, también fue, como veremos, una persona con hondas inquietudes tanto culturales como sociales.
Rafael del Pino y Moreno nació en la madrileña calle de Larra nº10, el 10 de noviembre de 1920. Su madre, María Moreno Gutiérrez de Terán, fue, con total seguridad, la persona que más influyó en la niñez de Rafael. Mujer curiosa y tenaz, y con dotes emprendedoras, tuvo cinco hijos (Julia, a la que todos llamarán Julina, el propio Rafael, Jorge, Mercedes y Carmen, Carmiña, que murió a los 14 años). Fatalmente, murió en 1942 cuando Rafael tenía solo 22 años. Encargado de la familia con esa corta edad, el vacío dejado por su madre no fue nunca colmado. Su padre, Fernando del Pino del Pino, fue ingeniero de caminos y no siguió la senda de la familia muy apegada a la vida castrense. Más inclinado a la vida intelectual, el padre de Rafael desarrolló su carrera en el ámbito civil en la Compañía Nacional de los Ferrocarriles del Oeste de España y, posteriormente, en RENFE. La infancia de Rafael del Pino transcurrió entre el elitista Colegio del Pilar y sus veranos en Riocaínzos, en la provincia de Lugo. En el primero, cultivó importantes amistades que jalonaron buena parte de su vida. En Galicia, descubrió su pasión por el mar.
La llegada de la República y el estallido de la Guerra Civil perturbaron la tranquila vida de Rafael. El conflicto bélico significó la separación de la familia en dos. Durante 17 meses, María Moreno y sus hijos vivieron en Galicia separados del padre al que el alzamiento militar cogió en Madrid. En esos meses, Rafael maduró la idea de incorporarse como voluntario al ejército rebelde. Permaneció en el frente seis meses; a los que hay que añadir un breve periodo de formación inicial, su convalecencia cuando fue herido por fuego amigo y un tiempo de tres meses en la Academia de Alféreces Provisionales, que coincidió con la entrada de las tropas fascistas en Madrid. Con poco más de 19 años, a Rafael le había tocado madurar antes de lo normal. Permaneció en el ejército hasta licenciarse – previo paso por Marruecos- en 1944 con el grado de teniente, aunque los últimos años compaginó la vida castrense con sus estudios en la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de Madrid, siguiendo la tradición familiar. 43 alumnos consiguieron acabar la carrera en 1947. En una lista con algunos nombres ilustres como Pedro Duran Farell, Rafael acabó en un honroso decimonoveno puesto, dadas las circunstancias.
Al acabar la carrera, trabajó durante unos meses en los Servicios Hidráulicos del Guadiana, aunque eso no duró demasiado. En una España con escasez de ingenieros, a Rafael le ofrecieron trabajo en Vías y Construcciones, cuyo propietario, Rafael González Iglesias, era buen amigo de su padre que, a la sazón, era subdirector adjunto a la Dirección de RENFE. Vías y Construcciones, a pesar de ser de talla mediana, tenía dos importantes ventajas. En primer lugar, estaba muy especializada. En efecto, se constituyó con la finalidad expresa de dedicarse al tendido, renovación y conservación de vías férreas, donde no había demasiada competencia, sobre todo, tras la Guerra Civil. Además, y más importante, la Sociedad tenía la exclusiva representación en España de la más moderna maquinaria para la renovación de vías, es decir, estaba a la vanguardia de la tecnología en esta especialidad. En apenas dos años, Rafael ascendió al puesto de subdirector. Mientras tanto, había contratado a su primo, José María López de Letona, que le había seguido los pasos en el Pilar y en la Escuela de Caminos. Así, desde 1949, del Pino se ocupó de la gestión y modernización de la empresa en un momento en el que el sector del ferrocarril parecía presentar signos de recuperación tras el paso de las nefastas políticas económicas del primer Franquismo. En esta época, viajó por Europa y América Latina para comprar maquinaria, y para aprender de las más punteras empresas. De esos viajes, volvería con dos innovaciones que sellarían su éxito en un futuro próximo: una nueva manera de preparar las traviesas de madera con un creosotado previo que evitara que se pudrieran y la soldadura aluminotérmica de los raíles. A pesar de ser ascendido a Director Ingeniero en 1951, la muerte González Iglesias en 1952 le decidió a emprender la aventura en solitario. “Comprendí que aquello no era lo mío: estar en una empresa que había echado el ancla…y yo quería navegar”, dejó en alguno de sus testimonios.
La creación de una empresa propia no sería inmediata, aunque no tardaría mucho. Antes de lanzarse a la aventura de Ferrovial, siguió curtiéndose en otra empresa, la Compañía del Ferrocarril de Medina a Zamora y de Orense a Vigo -MZOV-, principal competidora de Vías y Construcciones. Del Pino firmó con MZOV un convenio el 13 de octubre de 1952. En él, la empresa aportaba su infraestructura empresarial mientras que Rafael del Pino se encargaba de todo lo relacionado con las vías.
Con el trabajo de MZOV Rafael del Pino se sintió preparado para iniciar la aventura en solitario. Vio que había una posibilidad de mercado en el que una empresa innovadora, joven y pujante tendría su sitio. Desde noviembre, rodeado de su familia, Rafael organizó la idea de Ferrovial cuya acta fundacional fue sancionada por el notario Manuel de la Cámara Álvarez, en su despacho de la calle Juan de Mena, 6, de Madrid, el 18 de diciembre de 1952. Con sede en la calle Moreto 6 y un capital desembolsado de 2 millones de pesetas, Rafael cedió la primera presidencia de S.A. Ferrovial, aunque de manera efímera, al padre de su cuñado Agustín González de Amezúa, miembro de la Real Academia Española y de la Real Academia de la Historia. Siguiendo un comportamiento muy común en la economía española del siglo XX, Rafael confiaba en que esta persona tuviera la llave de muchos despachos: era la oportunidad para Ferrovial de ser escuchados. La estrategia funcionó. Gracias a los contactos de Amezúa, y a los del propio Rafael, Ferrovial consiguió su primer contrato con RENFE a finales de 1952, aún en el proceso fundacional de la empresa. Este primer contrato para la reparación de traviesas aplicando los nuevos métodos descubiertos en el extranjero contó con la ayuda de MZOV. Nacida de la nada, Ferrovial necesitaba un socio con experiencia y cierto tamaño para afrontar las necesidades de un cliente como RENFE. Para ello, Ferrovial firmó un convenio de colaboración con MZOV que duró cinco años y del que Rafael del Pino fue gerente. El convenio proporcionó experiencia y, una vez acabado, también una importante cartera de obras con la que seguir creciendo.
El contrato de RENFE fue renovado anualmente durante 16 años. Durante esta primera etapa dedicada al negocio ferroviario, se pusieron las bases de lo que, en los mentideros de la empresa, se denominaría el “estilo Ferrovial”. Según los empleados más antiguos de la empresa, la “guarda pretoriana” que acompañó a Rafael durante décadas – José Martínez, Emilio Martín Pastor, Julio Beamonte, Ricardo López- Morais o Luisa Durán-, no todo el mundo estaba preparado para trabajar en Ferrovial. Es cierto que la empresa pagaba más que sus competidores, pero la presión por los resultados era muy alta. De hecho, cada obra, cada tramo, era tratado como una empresa independiente que tenía que presentar sus resultados ante el propio del Pino quien delegaba poco la supervisión. En la casa se denominó a este tipo de gestión como la “conciencia del balance”. Valga como ejemplo una de las notas internas de la empresa, el “Manual contra el despilfarro”, escrito por el presidente, Ramón González de Amezúa, un compendio de consejos internos para luchar contra ese “dragón de siete cabezas que se infiltra por todas partes” . El concepto arraigó fuertemente en el ADN de la empresa y lo cierto es que tuvo bastante éxito, puesto que la empresa se asentó en el sector y tuvo importantes logros, como la construcción del baipás de las Rozas a Chamartín, donde se consiguió tender 30 kilómetros de vía en menos de un mes.
Rafael Castro Balaguer. Universidad Autónoma de Madrid.