James Tobin

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Premio Nobel de Economía del año 1981

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Biografía

James Tobin (Champaign, 5 de marzo de 1918- New Haven, 11 de marzo de 2002) fue un economista keynesiano estadounidense, Premio Nobel de Economía, miembro del Consejo de Asesores Económicos de la Presidencia de los Estados Unidos y de la Junta de gobierno del Sistema de Reserva Federal, profesor en la universidades de Harvard y Yale. Creía que los gobiernos deben intervenir en la economía con el fin de estabilizar la producción total y evitar las recesiones. Su trabajo académico incluía contribuciones pioneras al estudio de las inversiones, la política monetaria y fiscal y los mercados financieros. Inclusive propuso un modelo econométrico para variables endógenas censuradas, el modelo Tobin.

La figura de James Tobin, , se asocia inevitablemente con la famosa tasa que, muy a pesar suyo (por el abuso que se hace de su planteamiento inicial), lleva su nombre. Hay, sin embargo, otros Tobin y merece la pena presentarlos con el fin de que se sepa que Tobin es algo más que una tasa.

El Tobin periodista y marinero

La historia comienza en 1918, año en el que nace un niño que de pequeño quería ser como su padre: periodista, y que a los seis años ya había editado sus primeros “periódicos”. Posteriormente se planteó la posibilidad de estudiar derecho en la Universidad de Illinois, su tierra, pero una beca creada para ampliar hacia el medio oeste la base geográfica y social de la Universidad de Harvard le llevó al mundo de la Economía. La culpa la tuvo Keynes, quien le hizo ver que en la economía se combinaba lo mejor de los mundos por él deseados: el del rigor analítico y el de la relevancia práctica. Como él señala, “me enganché a la economía a base de pelearme con la Teoría General”. En 1941, malos tiempos, deja la lírica y se apunta a la épica: se alista en la marina y en ella está hasta finales de 1945. De sus andanzas por la marina queda una huella imborrable aunque poco guerrera: uno de sus compañeros de la marina, el novelista Herman Wouk le da un pequeño papel en la novela El motín del Caine, en la que aparece fugazmente un marinero llamado Tobit

El Tobin estadístico y económetra

En Harvard se estaba muy bien, pero era preciso aprender estadística y econometría. El Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Cambridge, donde estaba Stone (Premio Nobel en 1984), el Michigan Survey Research Center, donde estaba Klein (Premio Nobel en 1980) y la Comisión Cowles, donde estaba Koopmans (Premio Nobel en 1975) fueron sus siguientes destinos. En 1954 le ofrecieron que relevara a Koopmans como director de investigación de la Cowles, entonces radicada en la Universidad de Chicago. En principio no aceptó tal ofrecimiento porque él y su familia eran felices en Yale; al final terminó ocurriendo lo que nunca pasa: que la montaña se movió y, así, por diversos azares, la Comisión Cowles se trasladó a la Universidad de Yale en 1955 y Tobin fue su director y, entre otras cosas, puso las bases del denominado análisis Tobit (que nada tenía ni tiene que ver con la marina, aunque sí con el marinero Tobin, también conocido por Tobit)

El Tobin macroeconomista

Tras la guerra, y en paralelo con su incursión en el terreno de la estadística y la econometría, Tobin vuelve a los orígenes: a la obra de Keynes y a su síntesis con la economía clásica, tarea en la que le acompañarán, entre otros, Samuelson (Premio Nobel en 1970), Modigliani (Premio Nobel en 1985), Solow (Premio Nobel en 1987). Hicks (Premio Nobel en 1972) y Meade (Premio Nobel en 1977). En esta tarea, Tobin, como keynesiano que es, mantiene un continuo debate con Friedman, la gran estrella del monetarismo. Dicho con sus palabras: “Milton Friedman y otros monetaristas estaban diciendo, no sólo que el dinero importa, con lo que yo estaba de acuerdo, sino que el dinero es lo único que importa, algo con lo que no estaba de acuerdo”. Y la razón de ese desacuerdo es que Tobin consideraba que las fluctuaciones económicas no sólo dependían de los tipos de interés y, en definitiva, de la política monetaria (argumento del monetarismo) sino que dependían también de otros factores. Así, a la hora de invertir un empresario tiene en cuenta, lógicamente, los tipos de interés, pero se fija también en otras cosas que también son cruciales. En su celebrado manual de macroeconomía, Olivier Blanchard lo explica del siguiente modo: “supongamos que una empresa tiene 100 máquinas y 100 acciones en circulación: una por máquina. Supongamos que el precio de cada acción es de 2 dólares y que el precio de compra de una máquina es de 1 solamente. Es evidente que la empresa debe invertir: comprar una nueva máquina y financiarla emitiendo una acción…”. Esto es, las decisiones de inversión se toman, además de en función de los tipos de interés, en función del valor de las acciones en la Bolsa. De ahí se deriva la denominada Q de Tobin, un cociente mediante el que se relaciona el valor de una unidad de capital existente con su precio de compra.

El Tobin consejero

En los años cincuenta Tobin vuelve en cierta manera a su primera afición: el periodismo, y comienza a publicar artículos sobre cuestiones económicas en diversos medios. El hilo de la prensa lleva al ovillo de la presidencia de Kennedy, quien, recién estrenado el cargo, le hace una proposición nada indecente: le pide que forme parte de su Consejo de Asesores Económicos. El diálogo entre ambos no tiene pérdida

 Tobin: Me temo que se ha equivocado, Sr. Presidente, yo soy un economista de torre de marfil?Kennedy: esos son los mejores. Yo seré un presidente de torre de marfil.?Tobin: esos son los mejores. El resultado fue que Tobin comenzó a trabajar en el Consejo de Asesores Económicos de Kennedy, donde estuvo durante 20 meses. De él salió lo que en aquel entonces se denominó “la nueva economía”, aquella “síntesis neoclásica” (en la terminología acuñada por Samuelson) que habían estado elaborando durante diez años y que vio la luz en el informe económico de enero de 1962. Sobre la base de dicho diagnóstico se redujo el desempleo sin un aumento significativo de la inflación en la primera mitad de los sesenta. La cosa funcionó porque los tiempos eran propicios y porque “el presidente y sus colaboradores inmediatos se tomaban las ideas en serio… Kennedy sabía poco de economía, pero leía lo que escribíamos y escuchaba lo que decíamos…” Luego llegó Dallas, Johnson y la guerra del Vietnam y todo se terminó. Un consejo de Tobin. Tobin vuelve a casa, a la Universidad de Yale, en septiembre de 1962, porque a pesar de que le encantaba el trabajo de asesor, “mi vocación principal era la enseñanza y la investigación en la universidad”. En ese momento comenzó a preocuparse por la pobreza y los problemas sociales en general y, además de discrepar de nuevo con Friedman respecto a la forma de aplicar una propuesta que ambos compartían: la del impuesto negativo sobre la renta, descubrió algo que no deja de ser sugerente y que no deberíamos echar en saco roto (del sabio, el consejo): que “una de las implicaciones de la síntesis keynesiana-neoclásica era que las políticas sociales y redistributivas podían, dentro de amplios márgenes, elegirse independientemente de los objetivos macroeconómicos. No hay nada en nuestra visión del funcionamiento de las democracias capitalistas que diga que la prosperidad requiera políticas de bienestar descorazonadas y gobiernos reducidos…”

Cándido Pañeda, Catedrático de la Universidad de Oviedo

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