Los desayunos con trampa son una mala manera de elegir personal29/02/2016 | Lucy Kellaway (Financial Times) – Financial Times Español Cuando Walt Bettinger, jefe ejecutivo de Charles Schwab, piensa en contratar a alguien, lo invita a desayunar. Llega temprano, habla con el camarero, le da una generosa propina y le pide que cambie la elección de su invitado. Entonces se sienta a ver la reacción del candidato. “Eso me ayuda a comprender cómo se enfrentarán a la adversidad”, le dijo recientemente al New York Times. “¿Se sienten molestos, están frustrados o son comprensivos? La vida es así, y los negocios son así. Es simplemente otra manera de ver dentro de su corazón en vez de su cabeza”. Ya que él no revela cuál es su reacción favorita cuando le sirven huevos revueltos en vez de escalfados, que es lo que se ha pedido, he tratado de elaborarla yo misma. Cuando los candidatos reciben la orden equivocada en silencio, ¿quiere decir que son endebles y cobardes? ¿O sugiere que son pragmáticos y que les importa más conseguir un buen trabajo que un buen desayuno? Por otra parte, quizás los huevos revueltos tenían tan buena pinta que ya no querían los escalfados. Mientras que esta prueba es una malísima forma de mirar dentro del corazón de los candidatos a un puesto, nos ofrece un vistazo dentro del corazón del propio Sr. Bettinger. No sólo se trata de una trampa de mala fe, sino que está en oposición al modelo de negocio de Charles Schwab, basado en honestidad y transparencia. Ponerla en práctica está mal, pero jactarse de ella es cosa de locos. Cualquier CEO que le dice a los periodistas que ha hallado la “bala de plata” de las entrevistas está hablando tonterías, ya que no hay tal cosa. Teníamos a Mark Zuckerberg insistiendo recientemente que sólo contrata a personas que quisiera tener como sus jefes. Suena muy humilde de boca de un magnate de 31 años, pero no lo creo ni por un minuto. Facebook emplea a 13.000 personas, y si el Sr. Zuckerberg se sintiera feliz trabajando para cada una de ellas, eso le daría una preocupante falta de perspicacia. Aún si yo le creyera, su prueba no es una buena forma de contratar. Una empresa en que todo el mundo quiere ser jefe no va a funcionar. No obstante, un aspecto del método del Sr. Bettinger estaba en lo cierto. Era invitar a los candidatos a un restaurante, aunque escogió la comida equivocada. El desayuno es demasiado temprano y no muy agradable: el almuerzo es la mejor opción. Durante los últimos 20 años he conducido entrevistas en restaurantes para la serie, Almuerzo con el Financial Times. Durante el mismo tiempo he hecho otras entrevistas sin almuerzo, y puedo confirmar que el primero es invariablemente un método mejor. Esto se debe parcialmente a las pistas circunstanciales que da una comida. ¿Es agradable la persona con el camarero? ¿Qué piden? ¿Son decisivos? ¿Codiciosos? ¿Saben usar tenedor y cuchillo? Aún más, el almuerzo tiene la ventaja de exigir charlas triviales, que es una mejor manera de llegar a conocer a alguien que hablando de cosas serias. La conversación seria de una entrevista normal tiene un fallo enorme: puede ser fácilmente manipulada. Las preguntas estándares sobre puntos fuertes y débiles — igual que las preguntas pseudo inteligentes de Goldman Sachs sobre cómo escaparse de una licuadora si uno fuera del tamaño de un lápiz — todas se prestan a respuestas preconcebidas. Aún la supuestamente reveladora pregunta favorecida por Miranda Kalinowski, directora de contratación en Facebook — ¿En su mejor día de trabajo, que fue lo que usted hizo? — ofrece suficiente amplitud para fingir que uno es alguien que no es. Si a mí me preguntaran eso, no diría nada sobre el gran día que tuve recientemente, que incluyó un largo almuerzo lleno de chismes con un colega, muchos elogios y poco trabajo. En vez, inventaría un día durante el cual se me ocurrió una idea genial, y estuve sudando tinta para implementarla. La charla trivial, por contra, no admite manipulación, porque parece demasiado pequeña y azarosa para prestarle mucha atención. Sin embargo, es a través de esta charla incidental y sin dirección cuando frecuentemente logramos un mejor vistazo de una persona, en su mente y su corazón. Cuando recientemente entrevisté al escritor Jonathan Frazen, le hice grandes preguntas, de las cuales recibí predecibles grandes respuestas. Pero cuando comenzamos a hablar de proyectos domésticos, dejó caer que acababa de pintar un cuarto en su casa el mismo – porque no puede soportar pagarle a alguien por trabajar para él – y que no quedó satisfecho hasta que le aplicó cuatro capas de pintura. Sobre todo hay algo que nivela las cosas en el curioso proceso de masticar y tragar juntos; es más fácil decidir si te gusta un candidato cuando comes con él que cuando te encuentras cara a cara en un salón de entrevistas. No estoy sugiriendo que todo lo que se necesita para elegir al empleado correcto es compartir una comida. La contratación es difícil; la evidencia sugiere que las empresas que lo hacen más a fondo tienden a tomar mejores decisiones. Lo único que estoy diciendo es que al final del proceso, el almuerzo debería ser el último plato. |
Booby-trapped breakfasts are a rotten way to choose staff02/29/2016 | Lucy Kellaway (Financial Times) – Financial Times English When Walt Bettinger, chief executive of Charles Schwab, is thinking about hiring someone, he invites them out to breakfast. He arrives early, takes the waiter to one side, hands over a large tip and tells him to mess up his guest’s order. He then sits back and watches the candidate’s response. “That will help me understand how they deal with adversity,” he recently told the New York Times. “Are they upset, are they frustrated or are they understanding? Life is like that, and business is like that. It’s just another way to get a look inside their heart rather than their head.” As he doesn’t reveal his favoured response to getting scrambled eggs when you’ve asked for poached, I’ve been trying to work it out for myself. When candidates greet the screw-up with silence, does that make them craven wimps? Or could it suggest they are pragmatic and care more about landing the right job than the right breakfast? Then again, maybe the scrambled eggs looked so good, they decided they never really wanted poached ones anyway? Any CEO who tells journalists he has found the interview silver bullet is talking nonsense, as there is no such thing. There was Mark Zuckerberg recently insisting that he only hires people he would like to have as his boss. This sounds delightfully humble coming from the 31-year-old tycoon, but I don’t believe it for a moment. Facebook employs 13,000 people, and if Mr Zuckerberg would be happy to work for every one of them, that makes him worryingly undiscerning. Even if I believed him, his test is not a good way of hiring. A company in which everyone wants to be a chief is not going to work. Still, there was one part of Mr Bettinger’s approach that was spot on. That is to invite candidates to a restaurant — although he picked the wrong meal. Breakfast is too early and too uncongenial: lunch is the one to go for. For the past 20 years I have been interviewing people in restaurants for the weekend series Lunch with the FT. For the same amount of time I’ve been doing straight interviews minus the lunch, and I can confirm that the first is invariably a better way of doing it. That is partly for the circumstantial clues a meal provides. Is the person nice to the waiter? What do they order? Are they decisive? Greedy? Can they manage a knife and fork? More than that, what lunch has going for it is that it demands small talk, which is a much better way of getting to know someone than big talk. The big talk of the normal interview has a serious flaw: it can easily be gamed. The standard questions about strengths and weaknesses — as well as the pseudo clever ones asked at Goldman Sachs about getting out of a blender if you found yourself the size of a pencil — all lend themselves to pat answers. Even the supposedly revealing question favoured by Miranda Kalinowski, head of hiring at Facebook — “On your very best day at work, what did you do?” — offers plenty of scope for pretending to be someone you are not. Were I asked this, I’d keep quiet about the great day I had recently which involved a long gossipy lunch with a colleague, lots of praise and precious little work. Instead I’d fabricate a day during which I came up with a genius idea, and slogged away to find a way of making it happen. Small talk, by contrast, can’t be gamed, because it seems too small and random to bother about. Yet through this meandering and incidental chat we often get a better glimpse of a person — in both mind and heart. When I interviewed the writer Jonathan Franzen recently, I asked him big questions to which I got predictable big answers. But when we started talking about DIY he let slip that he had just painted a room in his house himself because he can’t bear paying people to work for him — and that he wasn’t satisfied until he’d applied four coats of paint. Above all, there is something about the curious business of chewing and swallowing together that is levelling; it is easier to work out if you like someone when eating than when eyeball to eyeball in an interview room. I’m not suggesting that all you need to get the right person into a job is to break bread with them. Hiring is hard — the evidence suggests that companies that do it more thoroughly tend to make better choices. All I’m saying is that at the end of the process, lunch should be the final course. |
|
Copyright © «The Financial Times Limited«. «FT» and «Financial Times» are trade marks of «The Financial Times Limited». Translation for Finanzas para Mortales with the authorization of «Financial Times». |
Copyright © «The Financial Times Limited«. «FT» and «Financial Times» are trade marks of «The Financial Times Limited». |