Milton Friedman

Milton-Friedman
Premio Nobel de Economía en 1976

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Biografía

Milton Friedman (Nueva York, 31 de julio de 1912 – San Francisco, 16 de noviembre de 2006) fue un destacado estadístico, economista, intelectual y profesor de la Universidad de Chicago. Defensor del libre mercado, Friedman realizó contribuciones importantes en los campos de macroeconomía, microeconomía, historia económica y estadística. En 1976 fue galardonado con un Premio Nobel de Economía por sus logros en los campos de análisis de consumo, historia y teoría monetaria, y por su demostración de la complejidad de la política de estabilización.

Su vocación

Es uno de los economistas de la segunda mitad del siglo XX que más ha influido en lo que se refiere a cómo vemos la política macroeconómica y, además, es, sin duda, el economista que ha generado más polémicas en dicho medio siglo. Impulsor de la escuela de Chicago, ensayista sólido y brillante que (junto con su esposa Rose) nos anima a disfrutar de la libertad de elegir y la vincula al capitalismo ((Libertad para elegir –1980-, Capitalismo y libertad –1982-), se ha convertido en el demonio para todos aquellos que tienen miedo al mercado. Sin embargo, como Friedman señala muy oportunamente en el capítulo 16 de su autobiografía (publicado en el número 29 de Revista Asturiana de Economía) toda esa actividad ensayística ha sido una ocupación accesoria, no su vocación. Pues bien, en lo que sigue nos centraremos en esta última faceta: su obra académica, que es menos conocida por el público en general pero que ha sido mucho más relevante para la economía. Por razones de espacio, sólo abordaremos tres (las menos conocidas) de sus cinco líneas de investigación: su libro sobre el consumo y la renta permanente, su artículo sobre la metodología de la economía y su artículo en favor de los tipos de cambio flexibles.

El consumo y la renta permanente

Empezamos por su libro de 1957 Una teoría de la función de consumo porque, dicho en sus palabras, “la he considerado desde hace mucho tiempo como mi mejor contribución puramente científica, aunque no sea la que más influencia ha tenido”. Tal y como él señala, “El tema central del libro es, de una forma desconcertante, obvio. La gente no decide cuanto gastará en consumo cada día o semana o año en función de lo que obtiene como renta en tal día, semana o año sino sobre la base de alguna expectativa de largo plazo respecto a la cantidad de la que dispondrá para el gasto”; es decir, nuestro consumo de hoy depende no de nuestro ingreso de hoy sino de nuestro ingreso permanente, de lo que esperamos ganar en promedio a largo plazo. La idea sería obvia, pero lo cierto es que nadie la puso sobre la mesa hasta los años cincuenta del pasado siglo, cuando se publica este libro y, también, cuando, en paralelo, Modigliani (Premio Nobel del año 1985) y Brumberg la formulan con otro nombre: la teoría del consumo basada en el ciclo vital (los consumidores planifican su onsumo no día a día sino a largo plazo, para toda su vida).

El libro sobre el consumo y la renta permanente es importante por lo que dice (por ejemplo, afectaba claramente a la ortodoxia keynesiana entonces reinante), por cómo lo dice (aplicando su metodología) y, también, por los caminos que abre: “…una de las principales consecuencias es que animará a la gente a pensar en direcciones nuevas y caminos nuevos que posiblemente no se puedan concretar por anticipado… Ello constituye, a la vez, el atractivo y la justificación de lo que nos jactamos en denominar investigación “pura””.

La metodología de la economía

El resto de su obra es, como la anterior, rompedora (en el sentido de que abre nuevos caminos), pero, además, genera polémicas sin fin. En 1953, en su libro Ensayos sobre economía positiva incluye dos artículos que se han convertido en clásicos. El primero se dedica a “La metodología de la economía positiva”. La polémica se derivó de su afirmación de que vale cualquier hipótesis que prediga bien. Dicho de otra manera, si uno predice que el precio de la merluza subirá como consecuencia de a) la disminución de los desembarcos en un determinado puerto, y b) el buen humor del alcalde, y si en ambos casos resulta que, efectivamente, sube el precio de la merluza, uno puede quedarse con cualquiera de ambas hipótesis (la a o la b) ya que las dos son igual de válidas, al medirse su valor únicamente por su capacidad de predicción.

Esta forma de ver las cosas tiene un marcado carácter instrumentalista (las hipótesis son únicamente instrumentos para predecir) y va en contra de la intuición (todo el mundo sabe que si hay menos desembarcos de merluza cae la oferta y sube el precio, pero no sabemos gran cosa sobre los efectos económicos del buen humor del alcalde; por ello, en general preferimos la opción a). Respecto a este planteamiento de Friedman, procede decir, como mínimo, tres cosas: primera, que ha tenido una influencia enorme en la ciencia económica; segunda, que no es tan sencilla como se piensa (y que, consecuentemente, no está tan muerta como se cree); tercera, que realmente lo que Friedman quería decir no era lo que dijo en ese artículo de 1953 sino lo que ya había dicho en 1947: “mi tesis central era que “la prueba fundamental de la validez de una teoría no es su conformidad con los cánones de la lógica formal sino su capacidad para deducir hechos que todavía no han sido observados, que se pueden contradecir con las observaciones, y que las posteriores observaciones no contradicen”. En definitiva, que básicamente Friedman jugaba a un juego muy sensato: al juego de las conjeturas y las refutaciones de Popper.

La defensa de los tipos de cambio flexibles, el papel del economista y del FMI

El segundo artículo trascendental incluido en el libro ya citado es “las razones a favor de los tipos de cambio flexibles”. La gracia de este artículo reside en el qué (su contenido) y en el cuándo, ya que Friedman fue uno de los pocos defensores de los tipos de cambio flexibles en unos tiempos en los que reinaba absolutamente el tipo de cambio fijo y ajustable, como consecuencia del sistema instaurado en la Conferencia celebrada en Bretton-Woods (1944), de la que surge también (como una de las piezas centrales del sistema y justamente para hacerlo viable) el Fondo Monetario Internacional (FMI).

El tipo de cambio es el precio de una moneda en términos de otra (por ejemplo, los dólares que vale un euro) y, consecuentemente, como cualquier otro precio se puede determinar en función de la oferta y la demanda. En este caso, el tipo de cambio sube y baja según los dictados del mercado y, por ello, hablamos de un tipo flexible. Lo contrario es un tipo de cambio fijo, en el que el precio de una moneda en términos de otra se mantiene fijo (las 60 pesetas del dólar de los que vivimos en la España de Cuéntame). Friedman cree en el mercado y, consecuentemente, se manifiesta a favor del mismo en todos los aspectos, incluido en el relacionado con el mercado de divisas.

El Sistema de Bretton-Woods nos iba a hacer felices porque reunía, aparentemente, lo mejor de los tipos fijos (estabilidad) y los tipos flexibles (posibilidad de ajuste), pero lo cierto es que entró en crisis y se derrumbó el 15 de agosto de 1971.

Friedman obtuvo dos lecciones muy importantes de esta experiencia. La primera se relaciona con el papel de los economistas pioneros: “Desde hace mucho tiempo he pensado que no influimos en el curso de las cosas persuadiendo a la gente de que estamos en lo correcto cuando hacemos lo que ellos consideran propuestas radicales. En su lugar, ejercemos influencia haciendo que se disponga de opciones cuando se precisa hacer algo, en tiempos de crisis. Una crisis de este tipo se presentó en 1971. Si la alternativa de los tipos de cambio flexibles no hubiera sido analizada en detalle en la literatura académica… no está claro cual hubiera sido la solución que se habría adoptado”.

La segunda lección es la relacionada con “la inmortalidad de las organizaciones burocráticas”: “Cuando se derrumbó el sistema de tipos de cambio fijos, el FMI dejó de tener sentido. Se debería haber abolido, pero, por supuesto, no se suprimió. En vez de ello, se recreó a si mismo en forma de un joven banco mundial que facilita préstamos y asesoramiento a los países que tienen problemas de balanza de pagos y de otro tipo. En mi opinión, ha hecho mucho daño al proseguir con tales actividades, pero ello no le ha impedido crecer en tamaño y lograr más prestigio”.

La contrarrevolución monetarísta de Milton Friedman

En el anterior artículo me he referido a la trayectoria de Friedman separando sus trabajos académicos de sus publicaciones más divulgativas, relacionadas con cuestiones de filosofía política. Aunque estas últimas sean las que le ha hecho rico y famoso entre el gran público, al que le encanta la “libertad para elegir”, sus principales contribuciones al avance de ciencia económica están en su obra académica y así lo señala explícitamente en el capítulo 16 de la autobiografía de “Dos personas afortunadas” (su esposa Rose y él), que ha sido traducido al español por “Revista Asturiana de Economía”

En “La vocación de Milton Friedman”, me he centrado en su obra académica menos relevante desde la perspectiva de la política macroeconómica (su apuesta por los tipos de cambio flexibles, su hipótesis respecto a que nuestro consumo viene determinado por nuestros ingresos a lo largo de toda la vida y no por lo que cobramos cada mes, y su metodología instrumentalista) y lo que ahora pretendo es un difícil objetivo: el de intentar trasmitir al gran público la idea central de aquella parte de la obra académica de Friedman que ha tenido más efecto sobre la política macroeconómica. La tarea es compleja y el espacio es corto y, consecuentemente, simplificaré la exposición al máximo, con lo que terminaré con una película de “buenos” (los monetaristas) contada sin oír a los “malos” (los keynesianos), muy esquemática, que es, sin duda, “manifiestamente mejorable”.

La teoría cuantitativa del dinero

Suponga que usted tiene 40 manzanas y que en el mundo sólo hay otra persona más que tiene, a su vez, 10 gramos de oro. Suponga, además, que la relación de intercambio manzanas-oro es 4 manzanas por cada gramo de oro. Todo eso ocurre ahora y ustedes realizan el intercambio de las cantidades deseadas. Ahora situémonos en un momento posterior en el que, por las razones que sean, usted sigue teniendo 40 manzanas y la otra persona tiene el doble de oro (20 gramos). La pregunta es ¿a qué relación de intercambio se cambiaran ahora las manzanas por el oro?: Como usted habrá visto ya, se nos encarecerán las manzanas en términos de oro. Por ejemplo, puede que usted obtenga 2 gramos de oro por cada cuatro manzanas. Dicho de otra manera, se ha duplicado el precio de las manzanas medido en oro porque ha aumentado la cantidad de oro. El oro es una mercancía utilizada en joyería pero también sirve como dinero. Por tanto, usted ha llegado a la conclusión de que si se aumenta la cantidad de dinero sin que lo haga la producción de bienes suben los precios (los precios se inflan, habrá inflación). Así ocurrió, por ejemplo, cuando llegó el oro de América a España y Europa, momento en el que se produjo la denominada “revolución de los precios”. A esta relación entre la cantidad de dinero (M) y los precios (P) (completada con otras dos variables: la velocidad de circulación del dinero, V, y la producción, Y; la fórmula es, pues, MV = PY) se la denomina la “teoría cuantitativa del dinero” y todos los economistas la comparten, aunque la interpreten de distinta forma, tal como veremos a continuación.

La revolución keynesiana

Durante mucho tiempo, hasta la mitad de los treinta del pasado siglo, se consideraba que la cantidad de dinero era la causa y que, además, la velocidad era relativamente estable, con lo que se terminaba concluyendo que el aumento de la cantidad de dinero aumentaba bien los precios o bien la producción. Esto es, la política monetaria (que influía, a través de distintos instrumentos, en la cantidad de dinero) era la clave y prácticamente no se consideraba que la política fiscal (los impuestos y el gasto público) tuvieran efecto sobre la producción y los precios. Así se veía el mundo hasta que llegó la Gran Depresión (1929). Esta generó una gran caída de la producción y del empleo y se pensó que ello demostraba que la política monetaria no había servido para enfrentarse a dicho problema que, efectivamente, se prolongó en los Estados Unidos hasta 1933. El que la política monetaria era, aparentemente, impotente se expresó de diversas maneras. Se dijo, por ejemplo, que “la política monetaria es como un hilo: sirve para tirar pero no para empujar” (no servía, pues, para aumentar, empujar, la actividad económica y, tras ella, el empleo), que “se puede conducir a un caballo hacia el agua pero no se le puede obligar a beber” (es decir, con la política monetaria se puede llevar a los empresarios hacia un entorno de facilidades crediticias, pero ello no garantiza que inviertan). La consecuencia fue que la política monetaria perdió el protagonismo en favor de la política fiscal. Esta podía aumentar la actividad económica a través de, por ejemplo, el gasto público en carreteras que generara actividad e incrementara el empleo sin afectar mayormente a los precios que, al decir de Keynes, eran bastante rígidos y dependían de los costes y no de la política monetaria, pues de alguna manera esta (su efecto sobre la cantidad de dinero) se compensaba con la velocidad, que no era estable y “se mueve en una u otra dirección, respondiendo a los cambios en la cantidad de dinero o en los ingresos”.

La contrarrevolución monetarista y Friedman

Si las cosas eran así, lo esperable es que tras la Segunda Guerra Mundial disminuyera la actividad, al cesar el gasto público relacionado con la guerra, pero esto no ocurrió. Ahora bien, una anomalía no hace verano y en principio no había que preocuparse. El problema es que hubo más pruebas en contra de la visión de Keynes. Aquí es dónde aparece Friedman. Su primera aportación es de 1956 y consiste en un libro en el que se recogen diversos “Estudios sobre la teoría cuantitativa del dinero”, elaborados por diversos miembros de su famoso Taller sobre Banca y Moneda y encabezados por un artículo suyo con el que se “logró restablecer la respetabilidad académica de la teoría cuantitativa clásica”. El siguiente paso lo da en compañía de Ana Schwartz, que trabajaba en el National Bureau of Economic Research (NBER) y colaboró con Friedman en una obra monumental de tres tomos, dedicada a la “Historia monetaria de los Estados Unidos”, cuyo primer volumen se publicó en 1963. Antes de dicha obra se pensaba, como ya se ha señalado, que la política monetaria no había servido de nada en la Gran Depresión y lo que se muestra en esta obra es que la política monetaria había sido empleada en el sentido inverso al aconsejado en dicha situación. Así, volviendo a la teoría cuantitativa, si disminuye la actividad económica (la Y) lo propio es incrementarla mediante el aumento de cantidad de dinero (la M) y lo que se hizo fue lo contrario: se redujo la cantidad de dinero en un tercio desde 1929 a 1933. Por otra parte, ese mismo año publica, junto con David Meiselman, un artículo importante sobre la velocidad (recuérdese que es una de las cuatro variables de la teoría cuantitativa) que iba en contra de la visión keynesiana dominante. La siguiente prueba vino a mediados de los sesenta y tuvo que ver de nuevo con los hechos. En 1966 se combinó en los Estados Unidos una política monetaria restrictiva (no aumentó la cantidad de dinero) con una política fiscal expansiva. De acuerdo con su visión de las cosas, los keynesianos pensaron que se iba a imponer el efecto de la política fiscal, con lo que se mantendría la expansión en 1967, pero terminó imponiéndose la política monetaria y cayó la actividad económica, tal como predecían los monetaristas. En 1967 Friedman plantea ante la Asociación Económica sus ideas respecto a la política macroeconómica (similares a las que, en paralelo y desde otra perspectiva, había planteado Phelps, el premio Nobel del presente año en aquel momento y, al final, la visión monetarista del mundo terminó abriéndose paso. En esa visión hay, entre otras, una idea clave: que “la inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario en el sentido de que es y sólo puede ser producida por un aumento más rápido de la cantidad de dinero que de la producción”. Otra idea fundamental es que, siendo la política monetaria muy importante, debemos tener cuidado con ella: “Corremos el peligro de pedirle a la política monetaria que haga más de lo que puede hacer… y, como resultado de ello, corremos el peligro de impedirle hacer lo que sí puede hacer”. A juicio de Friedman, a pesar de que sabemos más de lo que sabíamos, las incertidumbres existentes respecto a la relación entre el dinero, la producción y los precios nos deberían llevar a trabajar con una regla basada en el crecimiento monetario estable: “una tasa de crecimiento monetario estable a un nivel moderado puede proveer el marco dentro del cual un país puede tener poca inflación y mucho crecimiento. No producirá la estabilidad perfecta; no producirá el cielo en la tierra pero puede hacer una contribución importante para una sociedad económica estable”.

Cándido Pañeda, Catedrático de la Universidad de Oviedo

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