Además de competir también se puede cooperar
La Teoría de Juegos mereció ser destacada el año 2005 con la concesión del premio Nobel de economía al israelí Robert Aumann, ferviente practicante del judaísmo, llevando permanentemente la kipá y luciendo una venerable barba blanca que le cubre casi todo el pecho. Considera que los sentimientos, sean religiosos o no, no son incompatibles con la razón, sino que se complementan y que es imposible entender el comportamiento humano sin tener en cuenta los aspectos altruistas de generosidad, o de venganza, que utiliza el hombre, en contra muchas veces de sus propios intereses materiales.
La cooperación en el largo plazo
Aumann sostiene que las relaciones a largo plazo fomentan la colaboración. En los juegos que se practican una sola vez, el resultado puede ser incierto, pero cuando los contendientes se tienen que volver a enfrentar, la necesidad de convivir refuerza la idea de la cooperación. Lo sabe muy bien alguien que decidió emigrar en cuanto pudo al nuevo Estado de Israel y que ha perdido un hijo de diecinueve años en un enfrentamiento armado en el Líbano.
Desgraciadamente la cooperación no suele ser aceptada como primera opción, y en una sociedad tan competitiva como la nuestra, la victoria es el objetivo perseguido, sin contemplar que para solucionar un conflicto es conveniente primero comprender las causas que lo originaron.
La caza del venado
Abundando en el tema de la cooperación, uno de los modelos más citados en la teoría de juegos es el conocido como “la caza del venado”. Se trata de organizar una batida para capturar una pieza de caza mayor, que cada uno no conseguiría abatir por sí solo. Se necesita pues la colaboración de todos los miembros de la partida para acorralar la presa deseada. Sin embargo, en medio de la operación a uno de los cazadores le salta una liebre, ofreciéndosele la oportunidad de una captura casi segura, aunque de menor entidad que el venado que pensaban conseguir. La tentación del corto plazo y la aplicación del sentimiento de que más vale pájaro en mano que ciento volando, hace que la captura de la liebre arruine la consecución de un objetivo más ambicioso.
“La caza del venado” es un ejemplo clásico donde la cooperación es fundamental y donde la consecución de un objetivo particular, contrario al del grupo, arruina la obtención de mayores cotas de bienestar
El problema de la bancarrota
Otro de los temas que ha merecido la atención preferente de los economistas en general y de Aumann en particular, es el del reparto de bienes insuficientes entre una serie de acreedores. Este tema, conocido como “el problema de la bancarrota” plantea diversas alternativas, desde el consabido convenio de acreedores, a la reasignación de las partidas presupuestarias cuando se han reducido los ingresos. No es menor el problema de la adjudicación de los derechos de riego ante una sequía que disminuye el caudal de una cuenca fluvial. También se producen problemas de este tipo en el reparto de herencias o para calcular la redistribución de ayudas, debido a la reducción de las contribuciones previstas.
Estos ejemplos dan idea de la complejidad que puede suponer la distribución de la escasez de una forma eficiente. Frente a los modelos reglamentistas que aplican criterios de igual ganancia o pérdida, los que favorecen a los pequeños acreedores, a los grandes inversores, u otros criterios que priman la antigüedad de las deudas o cualquier otra distribución creativa, Aumann aplica la teoría de juegos y considera el problema de la bancarrota como un juego de utilidades transferibles y de negociación entre acreedores. De esta forma, ante el problema de la escasez de agua, puede que el caudal disponible, previas compensaciones y negociaciones, termine en manos de una urbanización de lujo y se queden sin riego algunas parcelas agrícolas de un rendimiento económico menos eficiente.
Como curiosidad, Aumann introduce un nuevo criterio de reparto basado en las prescripciones del Talmud, que como practicante de la ley judía se ha esforzado en defender, hasta el extremo de que su artículo sobre el particular es uno de los más citados cuando se trata de temas relacionados con el reparto de la escasez.
El Talmud se refiere en concreto a la herencia de tres esposas de un mismo varón, cada una de las cuales tiene reconocido el derecho a 100, 200, y 300 unidades respectivamente. Sin embargo, el caudal a distribuir no alcanza las 600 unidades previstas en el testamento. El Talmud dice que, si el caudal relicto es inferior al 50% de las previsiones totales, ningún heredero (acreedor) puede obtener más del 50% de su parte, mientras que si ese caudal es superior al 50% ningún heredero (acreedor) podrá perder más del 50% de sus expectativas. Así, ante un inventario a repartir de 200 unidades lo máximo que pueden percibir sería un reparto de 50, 50, 100, mientras que si este alcanza las 400 unidades lo mínimo que recibirían los mayores acreedores sería un reparto de 100, 150, 150. Entre medias cabe cualquier solución negociada o arbitrada por un juez, en función de las particularidades de cada caso.
Las providencias del Talmud defienden por una parte a los acreedores pequeños, pues les supone una mayor vulnerabilidad ante los impagos, pero no tanto como para que los que han arriesgado más pierdan un porcentaje demasiado grande, que ponga en peligro la continuidad de su negocio.
Para conocer un poco más a fondo sobre cada uno de los galardonados recuerda que puedes consultarlo todo en el libro ‘Una corona de laurel naranja’ o entrando al siguiente blog. José Carlos Gómez Borrero