Catástrofes naturales: ¿desastre u oportunidad?

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Cuando una catástrofe natural arrasa parte de un país, uno se pregunta cuánto tardará la población en poder volver a hacer una vida normal. Aunque nunca será la que fue, probablemente la respuesta está en su capacidad económica. Es cierto que a pesar del aumento de la solidaridad entre la población, los poderes públicos, las aseguradoras y la cooperación internacional, las consecuencias de terremotos, tsunamis o huracanes son demoledoras: cientos de muertos, poblaciones evacuadas, destrucción de infraestructuras (electricidad, agua, carreteras, viviendas, automóviles, negocios) … Un desastre en toda regla que, en la mayoría de los casos, se tarda mucho en recomponer.

El final del verano ha sido devastador para el centro-norte de América. Si a finales de agosto, el huracán Harvey dejó un reguero de destrucción en el Caribe oriental y el sureste de Estados Unidos, unos días después, el Irma embistió la costa de Florida, dos terremotos han asolado el sureste de México y el huracán María ha azotado de nuevo el Caribe. Las escenas recuerdan a tantas otras catástrofes recientes que nos encogieron el corazón: el Katrina de 2005 que asoló Nueva Orleans, los terremotos de Chile y Haití en 2010 ó el tsunami de Japón y el desastre de Fukushima en 2011.

Las consecuencias más dramáticas se materializan en la pérdida de vidas humanas que en los países más pobres se dispara. El número de víctimas mortales del monzón de este año en el océano Índico y el sur de Asia multiplicaron por 10 las pérdidas humanas que ha habido con el Harvey y el Irma en América.

En lo económico, es pronto para conocer el impacto final de estos dos últimos pero la Agencia Federal de Emergencias de Estados Unidos ya ha anunciado que puede rondar los 175.000 millones de dólares. Sólo reparar los daños del Harvey costará más de 12.000 millones de dólares, según el Consejo de Seguros de Texas.

A las pérdidas humanas y materiales, se suma la paralización de la economía. Desde hace años, analistas y servicios de estudios cuantifican los daños de las catástrofes naturales y estudian la posibilidad de factores positivos en su reconstrucción. Utilizan esos datos para examinar el grado en que las pérdidas se reducen a medida que las economías se desarrollan y concluyen que los países con mayores ingresos, mayor nivel educativo, mayor apertura, sistemas financieros más completos y menor gobierno experimentan menos pérdidas. Algunos de estos estudios sugieren que, aunque el impacto a corto plazo sobre la actividad económica es sin duda negativo, las catástrofes pueden impulsar el PIB a medio o largo plazo. Pero solo si no son muy severas y ocurren en países con capacidad de respuesta.

Pero ¿cómo volver a la normalidad? Realmente, ¿se puede levantar un país después de una desgracia tan grande? ¿Cómo convertir algo desastroso en beneficioso? Los estudios e investigaciones lo analizan en base a la magnitud de lo ocurrido y el desarrollo de la zona afectada. En los lugares más vulnerables, el nivel de destrucción es mucho mayor. Cuanto más pobre es el país afectado, más cuesta levantarlo. Estados Unidos o Japón no son Haití o Indonesia.

El Banco Interamericano de Desarrollo publicó una investigación que analizaba las consecuencias de catástrofes ocurridas en 196 países entre 1970 y 2008. La conclusión fue que solo las más severas provocaron retrocesos importantes del PIB. En general, los países más expuestos a las catástrofes tienden a invertir más en formación de capital humano y tecnología. Un ejemplo es Greensburg, un pequeño pueblo de Kansas que, tras sufrir en 2007 un tornado que acabó con el 95% de sus edificios, se ha reconvertido en líder en edificación verde.

La importancia de la buena gestión gubernamental y de la previsión son factores fundamentales. En Chile, un país volcánico por excelencia, las infraestructuras se construyen en base a técnicas de ingeniería y materiales especiales que sortean o amortiguan las consecuencias sísmicas. En 2010, sufrió un terremoto y un maremoto. Hubo más de 500 muertes y se perdió el 19% del PIB nacional. Podía haber sido mucho peor pero el país estaba preparado y se recuperó relativamente rápido. Lo mismo ocurre en la ciudad de San Francisco (EEUU), asentada sobre una cadena de fallas geológicas responsable de una gran actividad sísmica, causante de los terremotos de 1906 y 1989 y numerosos terremotos menores. Sin embargo, nada impide que se construyan edificios altos y rascacielos. Japón es otro ejemplo. Tras el tsunami de 2011, que mató a 15.000 personas, el país apenas perdió el 5% de su PIB. En el lado contrario, está Haití (uno de los países más pobres del mundo) que en el terremoto de 2010 perdió a 140.000 habitantes y el 120% de su PIB.

A las pérdidas humanas y materiales, ya irrecuperables, hay que sumar los meses de trabajo que quedan por delante. Las reconstrucciones son largas y complicadas y requieren un trabajo comunitario. Incluso en los países preparados, los efectos de las catástrofes naturales tardan años en superarse y la normalidad nunca volverá a ser la misma.

Autora: Elvira Calvo (20 septiembre 2017)

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