Simon Johnson – Premio Nobel de economía de 2024

Imagen Web FxM (Plantilla)

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La tecnología y la innovación como responsables del desarrollo de los países
 

Los tres premiados con el Nobel de economía de 2024, Daron Acemoglu, James Robinson y Simon Johnson, han analizado las razones por las que unos países alcanzan altas cotas de desarrollo, mientras otros permanecen sumidos en la pobreza, el caos político, y la desestructuración social.  

El libro “Poder y Progreso”, resume las conclusiones premiadas por la Academia Sueca de las Ciencias, que ha querido resaltar la importancia de las instituciones en el desarrollo de las naciones. En este caso se hace un mayor hincapié en el papel desempeñado por la tecnología y la innovación, sin olvidar la necesidad de una justicia independiente, la participación ciudadana, la seguridad vital, o la garantía de los derechos civiles y de propiedad, para favorecer el crecimiento y el bienestar de las naciones.   

Lo que exponen Johnson y Acemoglu en su ensayo no solo es novedoso sino preocupante, pues demuestra como los cambios provocados por la tecnología y la innovación nunca han sido neutrales. El progreso no siempre ha supuesto un cambio favorable para la mayoría de la población, reforzando con frecuencia el poder de las élites, amenazando la estabilidad de los empleos, aumentando la desigual distribución de la riqueza, y pudiendo llegar a poner en peligro la organización democrática de la convivencia.  

La digitalización, la robótica, la recolección masiva de datos, y más recientemente la Inteligencia Artificial, están condicionando el progreso, cuya dirección no está predeterminada, dependiendo en gran medida de quién controle sus aplicaciones y que objetivos se persigan con ellas.  

El futuro del empleo y la democracia amenazada 

Si en el pasado, la súbita escasez de mano de obra, provocada por la gran mortalidad debida a la peste negra, aumentó el poder de negociación de los siervos de la gleba para liberarse de la dependencia feudal, las revoluciones industriales de los siglos XVIII y XIX perjudicaron inicialmente a los trabajadores manuales, que fueron sustituidos ventajosamente por maquinaria y energías mucho más eficientes y productivas. 

Sin embargo, mientras la mecanización de los siglos pasados liberó gran cantidad de mano de obra, que pudo dedicarse a producir una gran variedad de productos y servicios, la revolución tecnológica actual está sustituyendo la participación laboral, amenazando la existencia de puestos de trabajo, para una población que ha superado en varios miles de millones a los trabajadores existentes hace apenas cien años. Las posibilidades que nos ofrecen los diferentes avances de la electrónica eran impensables hace apenas una década, de tal forma, que todos los trabajos rutinarios, o que puedan ser programados por medio de cualquier algoritmo, serán realizados por máquinas, condenando al desempleo a la población que tenga un menor nivel de formación. 

El uso de estas nuevas tecnologías puede ser utilizado por las empresas para mejorar su competitividad, reduciendo costes laborales, despidiendo empleados, o en el mejor de los casos congelando salarios y presionando a la baja el poder de negociación de sindicatos y trabajadores. Sin embargo, estas tecnologías pueden ser utilizadas para crear nuevos servicios, y no para abaratar los existentes. La tesitura es importante, ya que, en función del camino que se emprenda, podemos caer en el desánimo del desempleo y la falta de perspectivas personales, o en una nueva época de logros inimaginables, como no sospecharon que podrían alcanzar, ni los ciudadanos medievales, ni los temerosos trabajadores que asistieron a la primera y a la segunda revolución industrial. 

En cuanto al porvenir de la democracia, la inmensa cantidad de datos personales que son capaces de procesar las nuevas empresas tecnológicas, pueden mejorar nuestra sanidad y nuestro nivel de conocimientos, pero al mismo tiempo amenazan la intimidad de los ciudadanos, alimentando la tentación del Estado por aumentar su poder de control sobre ellos, transformando la organización de la democracia en una especie de Gran Hermano, y en lo que Shoshana Zuboff ha bautizado como el capitalismo de la vigilancia.   

Redirigir la investigación 

Simon Johnson fue economista jefe del Fondo Monetario Internacional, contratado durante la presidencia del español Rodrigo Rato, y como consecuencia de su trabajo tuvo que tomar contacto con países en dificultades financieras, e inmersos en el subdesarrollo. No se mantuvo mucho tiempo en el cargo, pues no le resultaba atractivo tener que reprender a los que le pedían ayudas, y a prescribir amargas recetas difíciles de tragar. 

Sin embargo, ese contacto directo con países del tercer mundo le llevó a cuestionar algunas tendencias relacionadas con la investigación y la innovación. Comprendía, por ejemplo, que las empresas farmacéuticas tratasen de encontrar solución para las enfermedades de los clientes que les pudiesen pagar, y que no hubiese remedios para el VIH y el Sida, hasta que lo contrajeron suficientes enfermos del primer mundo con capacidad para pagarlos. No obstante, la investigación científica y universitaria a nivel internacional, debería ocuparse de mejorar el bienestar de la mayoría, cosa que no siempre se produce. 

En este sentido, llamaba la atención sobre la necesidad de redirigir los esfuerzos de la innovación y de la investigación, para conseguir otro tipo de beneficios, que, aunque no se tradujesen de inmediato en ganancias monetarias, generasen rendimientos muy superiores a sus costes, en forma de igualación de los derechos humanos y de la implantación efectiva de la justicia universal. 

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