La economía colaborativa se basa en el principio del acceso a bienes y servicios sin que sea necesario su propiedad. El término es sinónimo de consumo colaborativo y fue acuñado por primera vez en 2007 por el británico Ray Algar, especialista de la industria del fitness y wellness en Europa. El fenómeno se popularizó en 2010 a raíz de la publicación del libro “Lo que es mío es tuyo” de los autores, también británicos, Rachel Botsman y Roo Rogers, hoy considerados líderes del pensamiento global sobre el poder de la colaboración y el intercambio, a través de las tecnologías, para transformar la forma en que vive, trabaja, financia y consume la gente.
Tres son los sistemas que forman parte de la economía colaborativa: compartir la propiedad, bien sea una casa o un coche (Airbnb, Uber), intercambiar o vender artículos que ya no se necesitan pero que pueden servir a otros (Wallapop, Segunda Mano, Mil anuncios) y ofrecer unos servicios a cambio de otros (banco del tiempo).
Sin duda, los principios que imperan para la economía colaborativa recuerdan a la teoría económica del intercambio, más conocido como trueque, esa práctica comercial tan antigua como la historia de la humanidad y que se potencia en tiempos de escasez y penurias: guerras, posguerras, catástrofes naturales o crisis económicas. En la era digital, el trueque resurge gracias a internet y las redes sociales que crean comunidades de usuarios que se relacionan para intercambiar cosas, lo que se conoce como trueque activo.
Es en el contexto de la reciente crisis donde situamos hoy a la economía colaborativa, un fenómeno que se ha extendido a través de plataformas y apps, modificando la forma de interacción entre la sociedad y el mercado en base a cuatro principios: masa crítica, capacidad excedente de un bien, buenas prácticas y confianza entre las partes.
Compartir coche o vivienda, vender objetos que ya no queremos, dar clases de inglés a cambio de pintar nuestra casa, solicitar inversión para sacar adelante un proyecto … son acciones que hoy ya forman parte de nuestra vida y que para algunos emprendedores se ha convertido en un negocio. En nuestro país, la patronal de la economía colaborativa, Sharing España, cuenta con más de 40 socios. Las plataformas más conocidas por todos son la de alquileres de casas o habitaciones, Airbnb; la de transporte compartido, Blablacar; y la de transporte privado, Uber. Pero hay muchas más: Rentalia, Cabify Amovens, Eccocar … y de servicios varios: de reparto (Deliveroo o Glovo), de inversión (Comunitae, Crosslen); de reformas (Habitissimo, Etece) o de servicios (HeyGo) por nombrar algunos.
Fijémonos en las más conocidas: Uber se fundó en 2009 en San Francisco y al año siguiente lanzó su app. Hoy cuenta con 6.700 empleados, está presente en 344 ciudades de 63 países y la compañía tiene un valor de 213 millones de dólares (157 millones de euros). En Estados Unidos tiene un alcance del 75% de la población y sus conductores pueden ganar una media de 19 dólares la hora. Blablacar nació en París en 2006 con otro nombre. Rápidamente, se extendió por toda Europa, Rusia e India. Hoy tiene 10 millones de usuarios (sólo en España, cuenta con más de 2,5 millones). Su valor en el mercado es de 1.400 millones de dólares. Airbnb también fue fundada en San Francisco en 2008; hoy cuenta con 2 millones de propiedades en 33.000 ciudades de 192 países. Es una de las más rentables y se calcula que en 2025 podría llegar a facturar 11 mil millones de dólares.
A pesar de ser un negocio rentable, estas plataformas que practican la economía colaborativa son objeto de críticas y protestas en todo el mundo. Las principales preocupaciones son la incertidumbre regulatoria (contribuciones impositivas), la defensa del consumidor (seguros y responsabilidad legal) y la competencia desleal (intrusismo). Su futuro depende de su capacidad de innovación y de adaptación a las normas locales, regionales o nacionales de donde operan, un escollo importante. Los beneficios a los usuarios son tan evidentes como el daño que hacen a los negocios tradicionales.
En Estados Unidos, algunas ciudades las han regulado aunque con resultados diferentes. Mientras Uber ha triunfado, Airbnb sufre medidas muy restrictivas para evitar la distorsión en el mercado de alquiler. En Europa, la UE reguló el consumo colaborativo en enero de 2014 valorando sus ventajas desde el punto de vista innovador, económico y ecológico que posibilita el intercambio en caso de necesidades, y frente a la economía de consumo.
En España, la economía colaborativa se popularizó a partir de 2012, especialmente en el sector turístico primero, y luego en el trasporte de viajeros e, incluso, en el mercado inmobiliario. Nuestro país es el tercer mercado más importante para Airbnb, donde cuenta con más de 57.000 propiedades, aunque algunas ciudades turísticas empiezan a acotar sus tentáculos, imponiendo normas y restricciones como han hecho otros países. Las distintas administraciones ya están trabajando en su regulación, y aunque algunos ayuntamientos (Barcelona o Palma de Mallorca) se han mostrado muy duros con el alquiler de alojamientos turísticos, el sector del transporte colaborativo parece que tiene más apoyos. La Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) ha pedido terminar con el monopolio del sector del taxi y una sentencia de febrero de este año dio la razón a Blablacar.
De lo que no cabe duda es que el fenómeno parece imparable porque ofrece la posibilidad de que mucha gente acceda a productos o servicios que, de otra manera, no podrían tener. Según algunas prestigiosas publicaciones como Time, Forbes o New York Times, la economía colaborativa es una de las diez grandes ideas que cambiarán el mundo porque crea nuevas formas de emprender y un nuevo concepto de la propiedad. El Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) ha calculado el potencial del consumo colaborativo en 110.000 millones de dólares cuando hoy ronda los 26.000, generando unos beneficios que rondan los 3.500 millones de dólares.
Autora: Elvira Calvo (28 junio 2017)